¡Auxilio!
soy un monumento al aire libre
Beatriz
Moreno Masó
Nuestras
calles están engalanadas con bustos y esculturas de próceres
que nos recuerdan gestas pasadas, cumpliendo una importante función
educativa, patriótica y estética. Así mismo,
piezas de metal y piedra con objetivos ornamentales hacen más
bella nuestra ciudad. También, allí donde damos el
último adiós a nuestros seres queridos, se encuentran
obras de arte de no poco valor.
No por ser de metal y piedra están exentas de peligro estas
muestras de nuestra identidad cultural. Para todos está claro
que se trata de materiales duraderos, sobre todo si se les compara
con el papel, la tela, la madera.
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Pero
el desarrollo de la revolución industrial con su carga de contaminantes
aéreos afecta de manera ostensible a las piezas expuestas en nuestro
país, y no estamos libres de sufrir estos males. El propósito
de este trabajo es divulgar de la manera más sencilla posible los
riesgos a que está sometido nuestro patrimonio expuesto al aire
libre y los trabajos que se hacen para preservarlo.
Sucede que la velocidad del deterioro, por causas naturales, de monumentos
históricos antiquísimos nunca fue tan notable como hasta
principios del siglo XX. Esto ha sido causado muchas veces porque el aire
que respiramos no es el mismo que había antes de la invención
del automóvil y del surgimiento de grandes fábricas. El
aire natural está compuesto fundamentalmente de nitrógeno,
oxígeno, agua (en forma de vapor), dióxido de carbono y
pequeñas cantidades de otros gases. Con el desarrollo de la técnica
se fueron incorporando otros gases, que aunque en apariencia insignificante
resultan increíblemente dañinos a largo y mediano plazo.
¿Cómo es esto posible? Para entenderlo tenemos que hablar
un poco de química.1
Como producto de la combustión de los hidrocarburos, salen diariamente
a la atmósfera gases como el dióxido de carbono (CO2),
monóxido de carbono (CO), dióxido de azufre (SO2).
Además, existen los polvos generados tanto por los motores de combustión
interna, como por la actividad constructiva. Los primeros son generadores
de hollín, por ejemplo; y los segundos, aportan pequeñísimos
fragmentos de arena, cemento y cal. También se incorporan a este
grupo de los polvos, los fertilizantes e insecticidas. Y además,
existen los aerosoles. Estos son gotitas diminutas de diferentes productos;
por ejemplo, en las cercanías del mar existen aerosoles de agua
salada.
Supongamos que llueve. La gotita de agua que procede de la nube en las
alturas atraviesa una atmósfera con una carga de trióxido
de azufre (SO3), por ejemplo. Entonces, por
una propiedad química que tienen estas dos sustancias, el agua
y el SO3, se forma nada más y nada
menos que ácido sulfúrico. Por supuesto, es una pequeña
cantidad que no se percibe por los que nos mojamos en un aguacero ocasionalmente,
pero las esculturas que están día tras día a la intemperie
sí empiezan a tener problemas.
Todos en alguna ocasión u otra hemos manipulado salfumán
en nuestras casas. Si cae en el piso se destruye el mosaico. En el caso
de la escultura al aire libre el proceso tiene lugar poco a poco. A continuación
se explica de manera más detallada. Suponga que tenemos una bella
escultura de mármol, que no es más que carbonato de calcio
cristalizado y, además, es insoluble.
Al caerle arriba el ácido sulfúrico (H2SO4)
se forma sulfato de calcio, que es soluble en agua y naturalmente se va
con la lluvia. Evidentemente se está arruinando la escultura. Si,
además, una pieza está colocada en un parque y se le forma
un charco de agua en su base, el líquido asciende por un fenómeno
físico denominado capilaridad; luego, el agua fluye hacia la superficie
y se evapora al salir el Sol, pero en su tránsito por el interior
de la piedra va arrastrando sales solubles, lo cual ha sido facilitado
por la acidez del agua.
Estas sales se depositan finalmente en la superficie, al secarse. Ello
deja una marca de pequeñísimos cristales depositados, muestra
del fenómeno que acaba de ocurrir. Además, el arrastre de
estos materiales hacia la superficie genera un deterioro interno que se
refleja en la pérdida de fortaleza e integridad.2
En el caso de los objetos metálicos el panorama es otro. Estos
son afectados por la corrosión como todos sabemos. Y este fenómeno
es particularmente notable en las cercanías al mar. Las esculturas
y las piezas de bronce padecen de un mal conocido por "enfermedad
del bronce" y es un proceso altamente peligroso generado por la existencia
de cloruros en la atmósfera y la elevada humedad. Todas las piezas
que contienen cobre o son de cobre resultan altamente sensibles a este
problema.
Si para colmo de males existe polvo en el ambiente, sucede que estas partículas
se caracterizan muchas de ellas por su elevada porosidad. Entonces, se
impregnan del agua acidificada de la lluvia y se depositan graciosamente
en las oquedades artísticas de la pieza expuesta al aire libre.
Allí, con todo el tiempo del mundo, se dedican a atacar la misma
y a acabar con el patrimonio.
Ahora, la pregunta es: ¿Cómo puede el hombre detener, o
al menos aminorar los procesos de deterioro? He aquí el problema
que enfrentan a diario los especialistas en conservación y restauración
del patrimonio mueble e inmueble de nuestro país.
Los residuos producidos por los motores de combustión interna se
acumulan junto
al agua en la loza de mármol, flexada por el efecto denominado
cazuelita.
En el
Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología
(CENCREM) laboran de manera mancomunada químicos, ingenieros, arquitectos
y artistas, con el objetivo de rescatar las piezas en peligro. Ellos,
por ejemplo, trabajaron en el rescate y conservación de esculturas
en metal, tan importantes para la cultura cubana como son: el Alma Máter
y el Mercurio de la Lonja del Comercio. En este último caso, al
igual que en todo lo que se encuentra en la Habana Vieja, la afectación
por los contaminantes es notable debido a que se trata de una zona con
elevado tránsito vehicular, aerosoles marinos y contaminantes provenientes
de industrias y fábricas. Por este motivo allí se han realizado
estudios de contaminación, dirigidos por la doctora Ana Cepero
Acán, quien es directora del CENCREM.³
Además,
en el rescate de la piedra debemos destacar los trabajos de la ingeniera
Lourdes de la Fuente. Ella realizó una investigación
en el Cementerio Cristóbal Colón, debido al valioso
patrimonio de sus esculturas, muchas de ellas en mármol de
Carrara. Las conclusiones a que se llegó fueron contundentes
en cuanto a la acción nefasta de los numerosos vehículos
por las calles aledañas, así como por el tránsito
interno. La disminución de ambos hasta el mínimo nivel
permisible fue la recomendación principal que emanó
de este trabajo.4
No obstante estos esfuerzos, una atmósfera más limpia
redundará siempre en beneficio de nuestra salud y de las obras
patrimoniales. La reducción de las emanaciones contaminantes
es una necesidad también de la cultura. |
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Al acumularse agua ácida forma puntos
de corrosión en los poros creados en el proceso de fundición
del manto que cubre la cabeza de esta estatua.
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1.
Bryan Slater and Jeff Thompson: The Chemistry Dimension, Mc. Millan Education
Ltd, 1987.
2. T. Stambolov: Statuary, Murals and Masonry. UNESCO International Seminary
Heritage and Conservation National Center of Conservation, Restoration
and Museology. La Habana, Cuba, 29 de noviembre a 9 de diciembre, 1989.
3. Cepero Acán, Ana: Los metales en los bienes culturales y estructuras:
acción de los contaminantes ambientales en su deterioro. Reporte
entregado al historiador de la ciudad.
4. Comunicación personal de la ingeniera Lourdes de la Fuente.
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