La iluminación artificial
Desarrollo hacia lo natural

Emir Madruga


En los últimos dos años hemos ido observando en la literatura y en la progresiva penetración en el mercado, un desarrollo que resulta un verdadero cambio, un vuelco en el tema de la iluminación artificial: los continuamente innovados diodos luminiscentes (LED).

 

Hace algún tiempo sólo los conocíamos en sus aplicaciones en displays y pizarras, y como indicadores en la electrónica de consumo.

El bombillo incandescente inventado por Edison en 1879 y fabricado a partir de 1913, con su clásico filamento de wolframio y atmósfera de gas, sigue teniendo la mayor parte del mercado mundial, donde se comercializan más de veinte mil millones de unidades cada año, a pesar de su ineficiencia comprobada, pues emite más calor que luz, resultan muy frágiles y su durabilidad no rebasa las mil horas.

En las últimas dos décadas, en la búsqueda de mayor eficiencia y comfort, las fuentes de iluminación fluorescentes, halógenas y fluorescentes compactas ganaron un apreciable espacio, con su indiscutible desarrollo, pero muy lejos de poder competir en un futuro próximo con los LEDs.

Los LEDs utilizan el efecto de la luminiscencia, que es la emisión de luz visible no causada ni por combustión ni por calentamiento. La luminiscencia es la propiedad que tienen determinados materiales de absorber energía de distintas clases y emitirla en forma de luz. Este proceso implica dos pasos:

1. La energía inicial hace que los electrones de los átomos del material luminiscente se exciten y salten de las órbitas internas de los átomos a las externas.

2. Cuando los electrones vuelven a su estado original, se emite un fotón de luz.

En el caso de los LEDs, partículas de fósforo se hallan suspendidas en una fina capa de material aislante, como por ejemplo, el plástico. Esta capa se intercala entre dos placas conductoras, una de las cuales es una sustancia translúcida, como el vidrio, revestida en su interior con una fina película de óxido de estaño. Como los dos conductores actúan como electrodos, al ser atravesado el fósforo por una corriente hace que se ilumine, convirtiéndose así casi toda la energía eléctrica en luz.

También la ingeniería aplicada a la iluminación interior ha evolucionado sensiblemente y, aunque no existen criterios únicos universales, parece imponerse la iluminación cenital, que no haya grandes diferencias en la iluminación de los espacios y que la mayor intensidad recaiga en las mesas de trabajo. Lo más recientemente demostrado es que resulta ideal simular con diodos la temperatura, el color y el ángulo de declinación de la iluminación natural.

Los diodos comenzaron a impresionarme con las enormes pantallas para televisión y anuncios colocados en espectáculos deportivos y públicos.
Existen en el extranjero pantallas de hasta mil metros cuadrados, conformadas por millones de diodos luminiscentes. Rápidamente se han convertido en la solución lumínica, allí donde es imprescindible la confiabilidad de la fuente y su eficiencia: boyas, señalización marítima y ferroviaria, semáforos y señales de vialidad, automóviles y ya han comenzado a aparecer en linternas y lámparas para iluminación de interior y reflectores exteriores.

Por sus reducidas dimensiones, porque son resistentes a los golpes, porque no emiten calor, por su altísima eficiencia energética, porque mantienen sus propiedades por más de cien mil horas, en la medida que van disminuyendo los costos, van desplazando a las fuentes tradicionales.
Hay referencias de que aún hay problemas con la estabilidad de una parte de la zona azul del espectro, pero algunos productores afirman que ya lo han resuelto.

La iluminación natural, junto al uso de los diodos luminiscentes señalan un camino claro hacia el futuro de la iluminación interior en nuestras condiciones. Por su alta eficiencia son compatibles con el uso de los paneles solares fotovoltaicos.