Lejanía vs. cercanía

Alejandro Montecinos Larrosa
Escritor y periodista. Ingeniero mecánico. Director de la Editorial CUBASOLAR.
Tel.: (537) 2059949 E-mail: editora@cubasolar.cu


Desde que Einstein aseguró que la estación ferroviaria también se acerca al tren, en virtud de la relatividad más diáfana, se transgredió definitivamente la simplicidad ante el análisis.

¿Quién puede asegurar que el concepto tiempo puede atraparse entre las manecillas de un reloj, o que el mar Caribe incubó a los más connotados piratas y corsarios de todas las épocas, o que la sociedad es la suma aritmética de las individualidades?

 

El inventor de la rueda pudo desconocer la majestuosidad de la pirámide. Quien silbó por vez primera una canción, seguro nunca tañó una cuerda. A cada paso añadimos ruedas y sonidos, hasta llegar a tiempos de intensidades y contenciones, de impurezas casi inéditas y luces como los nacimientos.

Una bomba cae detrás de otra, y la expectativa de los televidentes, en reputadas coordenadas terrestres, se acerca al desenlace que proponen las telenovelas. Los camarógrafos se arriesgan a la intemperie y con la censura. Con buena estrella logran estremecernos ante el holocausto bélico. Después, regresamos a la rutina de la paz aparente, muy lejos de las detonaciones.

Un viejo, con el linaje de su sabiduría, confirma que el calor del nuevo siglo supera los registros que observó en los termómetros de su juventud; los campesinos nonagenarios se quejan por no poder predecir las lluvias; y las ballenas, emperatrices del océano, recurren al suicidio masivo ante la avalancha de contrastes ambientales.

Los noticieros mundiales nos muestran la ejecución de un condenado a la silla eléctrica, y se consume el hecho ante nuestros ojos incrédulos e irritados. Más conmovedor aún, un matrimonio anuncia llegar a la categoría civil de padres mediante la clonación, acción que proyectan realizar en Sudamérica para evitar las prohibiciones norteñas con relación a estos experimentos.

¿Quién puede asegurar, con la certeza de un sabio, que cada caos local (o universal) no roza su puerta? ¿Quién osa sentir inmunidad, hoy, ante los desbordes del despilfarro energético, de las trifulcas (incluso pequeñas) entre las transnacionales, de la cotidiana violencia por el hambre y la sed al Sur del mundo? ¿Quién, ungido de saciedad para sus apetitos terrenales, puede sentir lejana la inmundicia del mercado unipolar?

El comarcano que mira con anteojos de pocas leguas anuncia su miopía. En actitud dispar, algunos metropolitanos divisan sólo las cúspides. Y el poeta sabe que de una espiga de trigo se alimenta el mundo, y el mundo pende sobre la fragilidad de un grano.

Habría que asumir el mundo en su unidad y en sus irradiaciones diversas, acercarnos con gusto a la solidaridad solar, aprehender las señales del entorno que profanamos y aún conserva el vigor para una andadura que comparta con todos.

Las señales pueden llegar lejanas o cercanas; basta alfabetizar la conciencia, prever la energía que salva y procura una ecología social y holística.
 

Una señal nos provoca desde muy cerca y puede subvertir la desidia que abunda en la lejanía: a una escuela de guano y paredes con lechadas de cal, en las serranías del oriente cubano, acude solícito un maestro a mezclar las mieles y las letras junto a un único discípulo de apenas diez años. La escena se repite en más de una veintena de escuelas.

Y en todos estos espacios la luz engendra nuevas apetencias, desde el Sol hasta cualquier hallazgo, a un mismo tiempo, mediante paneles fotovoltaicos que ya fusionan metáfora y ciencia, que ya se incorporan al paisaje con armonía inusual, que acercan el mundo a la cotidianidad y desde ellos lo rural se expande ganancioso.