La
finca isla
Jorge
Santamarina
Escritor. Miembro de la UNEAC
y CUBASOLAR.
Premio David (1975). Autor de los libros Claves de guao, Ola y resaca,
y Siempre que veo un gavilán (cuentos);
Aguas calientes y El bambara (novelas); y Catey y sus amigos,
y El fantasma del Caburní (novelas para jóvenes), entre
otros. |
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A la finca isla se
entra por un pórtico sin talanquera. Dice el poeta que la habita:
«La finca isla es una figura, según el decir de hoy, virtual,
acaso una utopía, por donde anda sin brida un ánima poética,
sensible y caprichosa, que con frecuencia ve lo que no existe, y muchas
veces no advierte lo que tiene justo a su lado. Por lo general, sólo
ve afuera lo que está adentro. Los fantasmas aquí abundan,
como suele ser en estos casos, y tal vez sean ellos, en una misteriosa
alianza con la poesía, los culpables de todo lo sucedido».
Jorge Santamarina cultiva y escribe en su finca, con vocación insular
y cosmopolita, desde la civilización y la naturaleza, junto a sus
posturas y árboles, cercano siempre al Sol tropical que le curte
la piel y ennoblece.
Energía y tú repoduce algunos de sus pasajes (y fantasmas)
que completan un cuaderno de «desordenados jirones del espíritu»,
sólo por ahora inéditos. Ese volumen se titula La finca
isla, pero Santamarina ya escribe, y nos ilumina, dos nuevos volúmenes:
El archipiélago y El mundo isla. (A. Montecinos).

Otra duda
En la oscuridad total, al apagar la lámpara, advertí dentro
de la habitación la lucecilla inquieta de un cocuyo. Dos puntos
luminosos, cual dos ojos de luz, y un tenue resplandor en su derredor,
como tímido. ¿Qué pretendes, cocuyo, ver o hacerte
ver? ¿Iluminarte o iluminar?
Pregunta
Viven libres, las palomas. Vuelan alto, andan por la tierra en procura
de lo que ellas saben y siempre encuentran, se arrullan, copulan; abren
las alas en saludo a la lluvia, y luego al Sol; en renuevos se multiplican.
Libres viven. Conocen mi paso hacia ellas, mi mano cerrada que les lleva
comida, el jarro con agua fresca. Soy parte de su libertad, o de lo contrario,
y a veces me pregunto si ellas se lo preguntan.
Barredura y fuerza
Imponente aguacero: un temporal. Como los de estas islas en verano. Una
fuerza de la naturaleza, una más y no pequeña, que todo
lo ensombrece, lo doblega, lo aquieta, menos los cauces y las cañadas,
que crecen y, en ocasiones, de bravura tanta hasta rugen. Viento siempre,
si no, no es temporal; ventolera que quiebra ramajes y a veces los palos
rudos que empecinan su erguidura. Muchas vidas, incontables, mueren; muchas,
incontables, sobreviven, y muchas más, incontables más,
con la savia nutricia brotan. La tierra ríe y agradece: la semilla
asume el mandato ancestral y explota; viene de lo hondo tras la luz, remueve
piedras, esquiva raicerías y se yergue al Sol. Otra fuerza de la
naturaleza, la mayor.
Tierna fierecilla
Atrevido y tierno, el gato, o gata, pues aún no sé bien
si es él, o ella. Lo que en realidad sea, parece haberse otorgado
una suerte de licencia universal para hacer lo que le venga en ganas,
y en especial para subirse a todos los sitios, incluyendo la mi
cama, la mesa de comer y la meseta de la cocina. Se siente con derecho
a todo, y lo ejercita. Cierto día, es decir, una noche, durmió
dentro del maletín abierto. No conoce el límite, el gato,
o no lo tiene. Y amante de la ternura, busca las manos en procura de alguna
caricia, por el cuello y rudas, sus preferidas; si la consigue, abandona
su cuerpo a las manos, cierra los ojos y ronronea de puro gozo. Pero a
veces lo observo atrapar una rana, o un lagarto, con la presteza de la
fierecilla que también es, y engullir su presa con despacioso deleite.
En esos momentos pienso que nada tiene de tierno para ellos el gato procurador
de caricias rudas en el cuello; y pienso también que, si de grande
talla fuera, un formidable tigre devorador de hombres habría de
ser, para nosotros, el gato.
Lucesitas
De noche, desde la finca isla, los aviones son una lucesita móvil
que a lo lejos surca el espacio. Como si fueran algo impersonal, pero
están llenos de gente. Desde los aviones, también de noche,
la tenue lucesita de la finca isla será sólo, acaso, una
más acá abajo, en medio del mar de luces terrenas. Y sin
duda alguna resultará esta mía también, para quienes
por un instante desde allá en lo alto la divisaran, como una lucesita
impersonal.
Belleza y horror
Qué bello el zunzún, pequeñito zumbador, incansable
picaflor de cuyas cópulas es cómplice. Una flor más
por entre tantas, y alada, inofensiva, es el zunzún. Solo que en
lo más hondo de los colores, donde los pétalos nacen y se
aferran, diminutos insectos ven con horror la llegada del gigantesco pico
que hasta allí penetra, y una lengua también enorme, ágil
y pegajosa, los atrapa. Salen de la flor, vivos aún, los diminutos
insectos, en el estómago insaciable del bello zumbador.
Condición
¿Qué pasará en la finca isla con el tiempo? Lo mismo
que desde el nacer de la tierra ha venido sucediendo, caerán los
árboles más robustos y otros ocuparán sus espacios,
los bejucos volverán a trepar todos los troncos, nuevas hierbas
y otras y otras más brotarán con cada lluvia, y sólo
el mismo Sol volverá a recalentar las mismas piedras. Todo permanecerá
siendo absolutamente igual, y todo seguirá siendo también
absolutamente diferente. Si no lo cambian los hombres.

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