Martí arbóreo


Los Diarios de campaña de José Martí, de Montecristi a Cabo Haitiano, del 14 de febrero al 8 de abril; y de Cabo Haitiano a Dos Ríos, del 9 de abril al 17 de mayo de 1895), tributan, ya como obra pública, la maestría oculta de la sencillez.

El cronista, con ojos y verbo, se emociona cuando cala a un hombre de «limpio color negro»: «De la paz del alma viene la total hermosura a su cuerpo ágil y majestuoso». Como pocos, descubre el justo equilibrio entre la humanidad y su entorno: «Subir lomas hermana hombres».
Difícil hilvanar tanta esencia de árboles, tanta fascinación por lo telúrico patrio, como en los Diarios...:

 

–«¡Ah, Cauto! –dice Gómez– ¡cuánto tiempo hacía que no te veía!». Las barrancas feraces y elevadas penden, desgarradas a trechos, hacia el cauce, estrecho aún, por donde corren, turbias y revueltas, las primeras lluvias. De suave reverencia se hincha el pecho, y cariño poderoso, ante el vasto paisaje del río amado. Lo cruzamos, por cerca de una ceiba, y, luego del saludo a una familia mambí, muy gozosa de vernos, entramos al bosque claro, del sol dulce, de arbolado ligero, de hoja acuosa. Como por sobre alfombra van los caballos, de lo mucho del césped. Arriba el curujeyal da al cielo azul, o la palma nueva, o el dagame, que da la flor más fina, amada de la abeja, o la guásima, o la jatía. Todo es festón y hojeo, y por entre los claros, a la derecha, se ve el verde del limpio, a la otra margen, abrigado y espeso. Veo allí el ateje, de copa alta y menuda, de parásitas y curujeyes; el caguairán, «el palo más fuerte de Cuba», el grueso júcaro, el almácigo, de piel de seda, la jagua de hoja ancha, la preñada güira, el jigüe duro, de negro corazón para bastones, y cáscara de curtir, el jubabán, de fronda leve, cuyas hojas, capa a capa, «vuelven raso al tabaco», la caoba, de corteza brusca, la quiebrahacha de tronco estriado, y abierto en ramos recios, cerca de las raíces (el caimitillo y el cupey y la picapica) y la yamagua, que estanca la sangre. (8 de mayo).

El hombre asciende a su plena beldad en el silencio de la naturaleza. (1 de abril).

Los árboles son altos. A la izquierda, por el palmar frondoso, se le sigue el cauce al Yaque. Hacen arcos, de un borde a otro, las ceibas potentes. Una, de la raíz al ramaje, está punteada de balas. A vislumbres se ve la vega, como chispazo o tentación de serena hermosura, y a lo lejos el azul de los montes. (14 de febrero).

A la vaga luz, de un lado y otro del ancho camino, era toda la naturaleza americana: más gallardos pisaban los caballos en aquella campiña floreciente, corsada de montes a lo lejos, donde el mango frondoso tiene al pie la espesa caña: el mango estaba en flor, y el naranjo maduro, y una palma caída, con la mucha raíz de hilo que la prende aún a la tierra, y el coco, corvo del peso, de penacho áspero, y la ceiba, que en el alto cielo abre los fuertes brazos, y la palma real. (14 de febrero).

La fiesta está en el sol, que luce como más claro y tranquilo, dorándolo todo de un oro como de naranja, con los trajes planchados y vistosos, y el gentío sentado a las puertas, o bebiendo refrescos, o ajenjo anisado, en las mesas limpias, al sombrío de los árboles, o apiñado bajo un guanábano, donde oye el coro de carcajadas a un vejancón que tienta de amores a una vieja, y los mozos, de dril blanco, echan el brazo por la cintura a las mozas de bata morada. (3 de marzo).

Comer, lo da la tierra: calzado, la yagua y la majagua: medicina, las yerbas y las cortezas; dulce, la miel de abejas. (16 de abril).