Hacia la cultura solar



Alejandro Montecinos Larrosa
Escritor y periodista. Ingeniero Mecánico y Máster en Ciencias. Director de la Editorial CUBASOLAR
y la revista Energía y tú.
Tel.: (537) 2059949.
e-mail: editora@cubasolar.cu

 

El futuro –la herencia que aportemos a nuestros hijos– depende directamente de las decisiones que ahora tomemos en relación con las tecnologías energéticas. Contamos con varias alternativas, pero al optar por una u otra estamos obligados a considerar no sólo las implicaciones técnicas, sino también –primariamente– las éticas, morales, sociales, medioambientales y políticas.

Si convenimos en que la historia humana puede definirse por la tecnología predominante
–los instrumentos–, su pertenencia social y su contenido ideoestético y productivo, podemos descubrir la orientación autodestructiva del actual esquema energético mundial.

La tecnología contemporánea –y los portadores energéticos que la sustentan– produce un incremento casi incuestionable en las estadísticas del consumo (aunque otro mundo describen las estadísticas sociales). El andamiaje económico de la llamada sociedad de la información descansa sobre la filosofía –y la práctica– de la propiedad privada.

La humanidad parece llegar a un escenario donde sólo se producen objetos –y sujetos– para la compra-venta (nada tiene valor si carece de precio). Nuestro tiempo y cultura se diluyen en las imágenes de la publicidad primermundista.

El petróleo y la fisión y fusión nucleares aparecieron en la cotidianidad del hombre como los elementos que propiciarían la solución eterna de los problemas humanos en cuanto a sus necesidades energéticas, pero al final demuestran su ineficacia y peligrosidad para sostener la vida en el planeta. Ni siquiera podrán asegurar la sustentabilidad, entendida como la capacidad de un sistema para desarrollarse con los recursos propios, de manera tal que su funcionamiento no dependa de fuentes externas, aunque se consideren.

El andamiaje económico y el comercio actuales se sustentan sobre el abuso intensivo del petróleo y los combustibles nucleares; y variar el esquema exige tiempo, recursos –de todo tipo– y voluntad política, porque la sustentabilidad contemporánea afecta –ya pocos lo dudan– la sostenibilidad de la vida terrestre, asumida como el uso de la biosfera por las generaciones actuales, al tiempo que se mantienen sus rendimientos potenciales para las generaciones futuras.

¿Qué hacer?
Alguien –tan anónimo como la propia naturaleza– dijo que no existe nada nuevo bajo el Sol. Valdría añadir que él –el Sol– dicta y sostiene la biografía terráquea, con todos sus elementos y seres a cuestas.

El conocimiento llega a la utilidad social –humana y medioambiental– cuando lo asumimos como patrimonio activo, para el bien de todos. Y ya sabemos que el Sol ofrece generoso –con gratuidad– su energía y enseñanza: compartir.

El guajiro cubano siempre previó, antes de partir para la faena, poner un recipiente con agua al Sol, porque de esta forma al regresar tendría –incluso en nuestro invierno
tropical– agua tibia para el baño vespertino. Cualquier prospecto de la postmodernidad le aconsejaría recurrir a un calentador eléctrico –bello y eficiente (aunque su eficiencia pase por la conversión de la energía solar a la energía química del petróleo, y de ésta a la energía «termoeléctrica» que se distribuye por kilómetros de conductores hasta el calentador doméstico).

El conocimiento –dentro de una cultura energética sostenible– deberá dotarnos del combustible social que despoje de la geografía humana el camino energético
duro –derrochador y centralizador.

Al juego de la política y la defensa a ultranza de un statu quo burgués, anteponer la ética martiana y la solidaridad más diáfana. Ante el empeño ingenuo de la sustentabilidad personal o nacional, blandir los preceptos de la sostenibilidad universal, para todos los tiempos y espacios.

Algunos argumentan contra los aerogeneradores porque violentan el verde de los paisajes, sin alzar la voz contra las torres transmisoras de electricidad que acercan los electrones activos hasta sus neveras y campos de golf. Habría que preguntarse si esos tendidos eléctricos añaden majestuosidad o sencillez a la naturaleza. Los kilómetros de cables que enlazan las termoeléctricas y centrales atómicas con los consumidores de la energía eléctrica, bastarían para rediseñar el servicio eléctrico si esa energía se produjera de forma descentralizada con las tecnologías que utilizan la energía solar.

Lo trascendente –nuevo y útil– de la estrategia de la agroindustria cubana actual no radica –principalmente– en la reducción de los terrenos destinados a la caña de azúcar o en la insistencia para alcanzar la eficiencia industrial –principio elemental de cualquier proceso fabril–, sino en la autogestión energética y el destino eficaz de los recursos –las fuerzas productivas–, que prescinden del monocultivo (caña de azúcar), el monoproducto (azúcar)
y el monocombustible (petróleo). El monocultivo prefigura el hambre, el monoproducto restringe la capacidad de intercambio comercial y el monocombustible coarta las libertades política y socioeconómica.

Con un desenfreno renovado algunos intentan redescubrir la solución en los biocombustibles: cubrir tierras fértiles con especies vegetales para la automoción. Preguntémosles a los hambrientos del mundo la prioridad: ¿semillas de girasol para accionar los motores de los abundantes autos del Norte, o para saciar los famélicos estómagos del Sur? La pródiga diversidad botánica que nos lega la naturaleza –desde los gérmenes ancestrales– debe sustituir la dictadura contemporánea del fast food.

Ante la avalancha consumista y neoliberal, anteponer la práctica humanista y solidaria. Cuba –urgida siempre– reacomoda sus realidades y necesidades a partir de algunos principios inalienables: la eficiencia energética, el uso de las fuentes nacionales de energía –en defensa de su soberanía–, el ahorro y el aprovechamiento de las fuentes renovables de energía, la agricultura orgánica, el respeto ambiental y el amor: desde el antropocentrismo petulante de hoy hacia el compartimiento holístico, «con todos y para el bien de todos».

No importan los tentáculos del poder imperial y fascistizante ni los lindes que impone a la conciencia mundial el siglo de la hegemonía del petrodólar; el hombre redescubrirá su libertad y felicidad, en armonía con la naturaleza: la cultura
–y civilización– solar.