El marabú:
¿plaga o recurso natural?

Una opción energética en armonía con el medio ambiente.


Isidro E. Méndez Santos
Doctor en Ciencias Biológicas.
Profesor Titular del Instituto Superior Pedagógico
José Martí, de Camagüey. Director del Centro
de Estudios de Medio Ambiente
y Educación Ambiental.
Miembro de CUBASOLAR.
e-mail: mendez@ispcmw.rimed.cu

Ada Ramos Jalil
Máster en Educación Ambiental.
Profesora del Centro de Superación
para el Arte y la Cultura
de Camagüey.

 

Al analizar el potencial de los combustibles sólidos de baja densidad con que cuenta el país, el colega Emir Madruga valoró, en dos artículos publicados en los números 12 y 13 de la revista Energía y tú, la posibilidad de utilizar la biomasa de los residuos agrícolas, cultivos energéticos, desechos de la industria maderera, bagazo de caña y de los residuos urbanos. Para continuar reflexionando al respecto es necesario considerar lo que pudieran aportar algunas especies vegetales que por determinadas razones abundan en el territorio nacional, entre las que sobresale la conocida comúnmente como marabú.

Ninguna otra planta se ha propagado tanto espontáneamente en Cuba durante los últimos ciento cincuenta años. En muchos lugares ha llegado a desplazar a las formaciones vegetales nativas e impuesto un predominio poblacional casi absoluto. Resulta entonces hasta cierto punto contraproducente que a pesar de su abundancia-dominancia, no se explote a gran escala como recurso natural.


El presente artículo pretende llamar la atención sobre la necesidad de que junto al análisis de las consecuencias ambientales que ha traído la invasión de esta especie en todo el país, tema que ha sido ampliamente abordado por la literatura científica contemporánea en el ámbito nacional, se reflexione también acerca de su posible explotación con fines energéticos y los requerimientos que ello exigiría.

Alien
El término inglés alien, o sea, extranjero, ha servido para identificar, aún en español, especies de plantas y animales con alto potencial invasor, semejante al del marabú. Sobre ello existe abundante información en la literatura especializada y en realidad por su comportamiento tienen mucho que ver con el monstruo del conocido filme hollywoodense que puso de moda este vocablo en años recientes.

Se trata, en la mayoría de los casos, de organismos transportados por el hombre y que se establecen con éxito en nuevos lugares, aumentan considerablemente el número de individuos, perturban el funcionamiento de los ecosistemas nativos y desplazan a las especies autóctonas. El orden de las leguminosas, al que pertenece el marabú, se encuentra entre los grupos taxonómicos de mayor cantidad de especies registradas con tales características.


Fruto del marabú.

Existen en Cuba, específicamente dentro de la familia de las Mimosáceas, varias especies vegetales con marcado potencial invasor que son además, desde el punto de vista morfológico, semejantes al marabú. Esto ha motivado que dicho nombre vernáculo se halla utilizado para identificar diferentes elementos de la flora y que en algunas obras científicas se aprecie cierta ambigüedad con relación al taxón asociado a él.

El que nos ocupa se conoce científicamente como Dychrostachys cinera (L.) Wight & Arn., especie nativa de África, la India, Sur de Tailandia y Malasia, así como de algunos territorios situados al Norte de Australia (aún se discute si en este último lugar fue introducida por el hombre). Son plantas de morfología sumamente variable, lo que ha motivado que se distingan nueve subespecies y trece variedades, de las cuales, sólo D. cinera (L.) Wight & Arn. ssp. africana Brenan & Brummitt var africana está representada en Cuba.

La variedad habita en tres continentes, pero quizá lo más significativo resulte ser el hecho de que en ningún otro lugar constituye una plaga vegetal como lo es en el archipiélago cubano. Su más amplia distribución geográfica se aprecia en África, al reportarse en países con costas al Atlántico (Angola, Cabo Verde, Camerún, Congo, Gambia, Ghana, Senegal, Sierra Leona, Togo, Nigeria), del centro del continente (Burundi, Rwanda, Uganda), del Centro-Este (Sudán, Eritrea, Etiopía, Kenia), del Norte (Egipto), del Sureste (Islas Comores, Mozambique, Tanzania, Zambia), y del Sur (Sudáfrica, Swazilandia, Zimbabwe). Crece también en Asia (Pakistán), y fue introducida por la actividad humana en América (Estados Unidos y Cuba).

Su llegada a Cuba se produjo probablemente a mediados del siglo XIX, pero la vía aún no ha sido precisada, aunque se manejan las hipótesis de que se trajo con fines ornamentales o de que fuera trasladada en el tracto digestivo del ganado importado. Al parecer comenzó a expandirse por la antigua provincia de Camagüey y fue conquistando progresivamente nuevos territorios, hasta alcanzar, según estimados de la época, unas
33 000 caballerías en la década de los treinta del pasado siglo. Entre 1960 y 1990, el área invadida por la planta se calculaba en unas 50 000 caballerías y hoy se estima que ha aumentado a 85 000, lo que compromete 56 % de las áreas ganaderas, por sólo valorar la afectación en uno de los renglones productivos del país.

El marabú en Cuba ha sido visto frecuentemente, por algunos, como un discípulo de Satán, una maldición y hasta una respuesta de la naturaleza a la intensa deforestación sufrida por el país durante siglos. Otros, en número más reducido, ponderan más los beneficios que puede aportar y llegan a calificarlo como una bendición. Verlo desde la óptica dualista de la filosofía persa, que opone metafísicamente los poderes del mal (Arriman) a los del bien (Ormuz) y viceversa, no conduce a un análisis objetivo de la realidad.

¿Arriman?
El alto potencial invasor de que hace gala en Cuba esta especie se debe, entre otras razones, a que por haber evolucionado originalmente en ambientes continentales, tiene un patrimonio genético más estable y en consecuencia una mayor competitividad que los elementos autóctonos, en su mayor parte provenientes de territorios insulares. Tampoco encuentra en el país plagas y enfermedades que limitan su desarrollo en los lugares de origen.


Esta planta, que acepta variedad de suelos, es capaz de germinar en lugares abiertos y soleados (heliófila por excelencia), por lo que encuentra condiciones propicias de desarrollo donde ha sido destruida la vegetación natural. Produce gran cantidad de semillas altamente viables, que son dispersadas con facilidad por las deyecciones del ganado mayor, corrientes de agua y la propia actividad humana, entre otros factores. Los numerosos retoños o vástagos que brotan de sus raíces aceleran significativamente la compactación de las poblaciones, llegando a sobrepasar en 90 % la cantidad de individuos que se obtienen directamente de semillas.

El sistema radicular desarrollado y profundo garantiza al marabú resistencia a sequías prolongadas, subsistencia al corte o a la quema y capacidad para retoñar profusamente pasadas esas adversidades. Otros atributos anátomo-morfológicos tan
particulares como el significativo endurecimiento de los tallos, las abundantes espinas y la emisión de numerosos pies de plantas por unidad de área, entorpecen considerablemente las labores de control.

Dentro de las malas prácticas de manejo que han facilitado la dispersión por todo el país y permitido que la plaga se afiance y fortalezca, merecen mencionarse: la insuficiente aplicación de medidas cuarentenarias con sistematicidad y suficiente rigor, especialmente para el traslado del ganado vacuno desde zonas infestadas a lugares aún libres; la destrucción de la vegetación natural sin garantizar un control posterior de la sucesión vegetal, la realización de acciones aisladas que afectan más a las especies nativas que a la invasora, y no iniciar el combate al aparecer los primeros brotes de infestación.
Las múltiples afectaciones provocadas por el marabú pueden ser resumidas así:

–Ocupa terrenos que dejan de estar aptos para la producción, los cuales sólo poden ser reincorporados a tales fines después de grandes inversiones y considerables esfuerzos.
–Desplaza la flora y vegetación autóctona. Tratándose de una isla como el caso de Cuba, que cuenta con abundantes especies endémicas y que muchas de ellas tienen área de distribución significativamente restringida, ello puede convertirse en un factor que conduce a la extinción de valiosos elementos florísticos nativos.
–Altera el funcionamiento de los ecosistemas que invade, lo cual afecta todos sus componentes, bien sean bióticos o abióticos, así como las relaciones que entre ellos se establecen, al crear su propio nicho ecológico.
–Altera y homogeniza el paisaje, y reduce atractivos naturales que afectan incluso la actividad turística.

A todo esto hay que agregar que los métodos ordinarios de control no siempre pueden ser aplicados masivamente, pues por lo general son costosos, implican un considerable esfuerzo humano o pueden provocar grandes daños ambientales colaterales. Veamos algunos de ellos:

–Métodos químicos. Se conocen herbicidas capaces de garantizar un control efectivo de esta especie, pero aspirar a erradicarla totalmente de todas las áreas que ha conquistado, utilizando sólo estos productos, implicaría un costo económico y ambiental insalvable.
–Métodos mecánicos. La chapea manual es realmente efectiva cuando va destinada a controlar los primeros brotes de infestación, pero pasado este momento resulta prácticamente inviable. De igual forma, el uso de chapeadoras mecánicas se dificulta cuando las plantas han crecido y sus tallos han engrosado. El desbroce produce afectaciones al suelo que pueden comprometer su uso posterior.

–Métodos físicos. La quema es una de las vías más utilizadas para combatirla, a pesar de que implica también afectaciones al suelo al destruirse la materia orgánica acumulada y la flora microbiana durante la combustión, sin contar los nefastos efectos que tiene sobre la fauna y los riesgos de que los incendios se escapen de control. La especie es susceptible a la anegación, pero es prácticamente imposible inundar muchas de las áreas en que habita, sobre todo en colinas y montañas.

–Métodos biológicos. En diferentes momentos se han ensayado cultivos de cobertura, especialmente árboles capaces de competir con el marabú y de crear un dosel que cierre la entrada de luz. Con ello se pretende que la sombra reduzca su potencial invasor, dada su condición de especie heliófila; pero por lo general, si bien el marabú puede ser superado en el crecimiento vertical, aventaja a sus competidores en la ocupación horizontal del terreno y no logran siempre los resultados esperados. El control por medio de animales predadores se ha limitado fundamentalmente al uso de mamíferos herbívoros, para los cuales los arbustos deben mantenerse a baja altura mediante acciones complementarias. Otros enemigos naturales (insectos, hongos, bacterias, etc.), prácticamente no han sido utilizados en el país.

¿Ormuz?
A pesar de todas las adversidades anotadas anteriormente, la presencia del marabú en Cuba tiene también beneficios que no deben ser olvidados:

–Desempeña un importante papel en la conservación y beneficio del terreno, pues su amplio sistema radicular evita la erosión y como otras leguminosas fija nitrógeno atmosférico al establecer simbiosis con bacterias que capturan este elemento del aire. Estos factores, unidos a su abundancia y propagación espontánea, hacen que se le considere como la especie que desempeña el papel más importante en la protección de las franjas hidrorreguladoras de las cuencas fluviales del país. Si se tiene en cuenta el significado que posee la agricultura en la economía cubana y que la degradación de los suelos es el problema ambiental más apremiante, se comprende mejor el alcance de este beneficio.

–En sus intrincadas poblaciones encuentra la fauna un excelente refugio para esquivar la persecución de predadores naturales y cazadores furtivos.

–Tiene cierta utilidad para la apicultura por su discreto aporte de polen y néctar.

–Constituye una importante fuente de alimento proteico para animales herbívoros. El inconveniente que representan las espinas para su consumo directo, aunque es mejor tolerado por cabras y ovejas, puede ser minimizado controlando el crecimiento de los arbustos de manera tal que se garan
tice la presencia permanente de retoños tiernos; esto se resuelve definitivamente separando, por métodos mecánicos, el follaje y los frutos de los tallos, para mezclarlos con otros productos. Actualmente se estudia la toxicidad de los taninos presentes en esta especie y el procesamiento más adecuado del forraje para contrarrestar su posible efecto perjudicial.

–La madera, duradera y resistente, tiene amplia utilización en postes de cercas, horcones de construcciones rústicas, bastones y otros objetos de ebanistería. Clasificada como muy pesada y de alta densidad (1,11 g/cm³ con 15 % de humedad), es de textura fina y grano recto, por lo que se considera que, convertida en virutas, puede constituir una materia prima adecuada para fabricar tableros de madera prensada y diferentes tipos de hormigones ligeros. Suministra también una excelente pulpa para papel.

–El tallo y la semilla se usan para la fabricación de variados objetos decorativos y artesanales.

–Tiene atributos ornamentales, evidentes no sólo en sus flores vistosas, sino también el follaje de color verde intenso y frutos retorcidos, a lo que es necesario sumar particularidades relacionadas con el fácil cultivo y amplias posibilidades de manejo, incluida una adecuada respuesta a la poda.

–La corteza y los frutos poseen propiedades antisépticas y astringentes, dado su alto contenido de taninos.

–Se explota con fines energéticos. La leña del marabú es de fácil combustión, produce una braza duradera y tiene un poder calórico de 4 654 kcal/kg, semejante al de otras especies forestales utilizadas tradicionalmente en el país para producir energía, como es el caso de la yana (Conocarpus erectous L.) y de la casuarina (Casuarina sp.). La difícil situación económica por la que ha atravesado el país con posterioridad a la caída del bloque socialista europeo ha obligado a utilizarla ampliamente en múltiples renglones de la economía, y hace mucho tiempo que el carbón obtenido de ella tiene gran aceptación en las labores de cocina por la escasa producción de humo y cenizas, por lo cual altera poco el olor y sabor de los alimentos.

Constituye incluso un renglón exportable que ya se explota en algunas regiones del país (véase la experiencia de la provincia de Las Tunas, publicada en Granma, el 9 de enero de 2004,
p. 3).

Los cubanos debemos en definitiva aceptar que el marabú es ya parte de nuestra flora, e incluso de la cultura nacional, y que pretender librarnos de su presencia a cualquier precio, aun cuando resultara materialmente posible, constituiría un lamentable error desde el punto de vista ambiental. La convivencia con el causante de tantos perjuicios sólo puede ser aceptada si se ponderan también sus beneficios, si se minimizan al máximo los efectos negativos y si se logra un manejo sostenible que armonice todas estas aspiraciones y asegure un tratamiento silvícola científicamente planificado.

 


El marabú tiene atributos ornamentales,
evidentes no sólo en sus flores vistosas,
sino también en el follaje de color
verde intenso y frutos retorcidos.

Las investigaciones referidas a la efectividad e integración de diferentes métodos de control, la preparación cultural del ciudadano común para promover actitudes y formas de comportamiento consecuentes con la dimensión del problema y la implementación de medidas de carácter legal que obliguen a los propietarios de tierras a asumir sus responsabilidades con enfrentamiento adecuado de una plaga que amenaza a todo el país, pueden contribuir significativamente a alcanzar tales objetivos.


¿Cómo utilizar el marabú?

Existen razones para ser optimistas, a pesar de que todavía son insuficientes los estudios al respecto y de la escasa divulgación que han tenido los resultados parciales de investigaciones en curso. Podría intentarse no sólo recuperar un mayor volumen de madera en lugares que son liberados de la plaga para dedicar el terreno a otros usos, sino también lograr una producción sostenible de biomasa en zonas dedicadas permanentemente a dicha tarea.

De ser posible, si se seleccionan áreas previamente infestadas para ser manejadas con tales fines, se reducirían gastos inherentes a prácticas forestales que resultan necesarias para el cultivo de otras especies, como es el caso de la preparación de suelos, la creación de semilleros y viveros, así como siembra, resiembra, atenciones silviculturales y control de especies competidoras.

Las principales limitaciones para su explotación a gran escala están dadas por la baja densidad inherente a toda biomasa y las dificultades que para su manipulación condicionan las espinas y la dureza del tallo. Por tanto, los principales esfuerzos se concentran actualmente en la mecanización de las labores de corte y compactación, lo cual debe lograrse con prácticas productivas que no reviertan la significativa contribución que realiza esta especie al mejoramiento del suelo y logrando a su vez aprovechar las partes no leñosas para otros fines.

La filial camagüeyana de la Asociación Cubana de Técnicos Agrícolas y Forestales desarrolla actualmente un proyecto destinado a investigar el control y aprovechamiento integral del marabú, gracias a lo cual se cuenta ya con el prototipo de máquina capaz de cortar plantas de hasta 2,5 m de altura, de separar las hojas, frutos y especies herbáceas acompañantes con destino a la alimentación animal, así como de picar los tallos en fragmentos de 10 a 30 cm y colocarlos directamente sobre remolques que permiten su traslado hasta generadores de electricidad como los existentes en centrales azucareros.

El combustible consumido inicialmente en labores de corte y traslado es ampliamente superado por el aporte energético de la biomasa obtenida. Según datos suministrados por el ingeniero Omar Betancourt Buil, coordinador del proyecto, la máquina consume una tonelada de petróleo para limpiar una caballería, con lo cual se procesan unas ochocientas toneladas de marabú en aproximadamente un turno de trabajo.

Se calcula que la combustión de dos a tres toneladas de esta biomasa puede producir una cantidad de energía equivalente a la generada por una de petróleo, lo que presupone una ganancia superior a las doscientas toneladas de este último por la explotación de cada caballería.

Actualmente se intenta perfeccionar el prototipo de la máquina y llevarla a escala productiva, pero aún queda mucho por investigar en otras aristas del problema: ¿Qué requisitos debe reunir un área infestada de marabú para dedicarla a la producción sostenible de biomasa combustible? ¿De qué atenciones debe ser objeto para garantizar la productividad necesaria? ¿Qué tiempo demora en volver a producir una cantidad de biomasa equivalente? ¿Cómo organizar el proceso productivo con mayor eficiencia? ¿Cómo cuantificar los impactos ambientales positivos y negativos que provocaría la explotación a gran escala de este recurso? No obstante, como se dijo anteriormente, existen suficientes razones para sentir optimismo. Estemos atentos.