Mitos y realidad de la energía renovable

Por José Arias Chávez
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Programa de Energía de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
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En los años setenta, tras la crisis energética de Occidente provocada por el gran embargo petrolero de 1973-1974, el mundo industrializado –pues el resto nunca la había olvidado– volvió los ojos de nuevo a la energía renovable, en cuyas diversas fuentes y posibilidades la historia humana vino basando su desarrollo desde siempre.

Prácticamente hasta finales del siglo XIX e inicios del XX, un breve lapso de poco más de un siglo en el que, primero con el carbón, luego con el petróleo y el gas natural –y un poco con la quimera de la energía nuclear– la soberbia tecnocrática soñó con un suministro energético tan creciente, inagotable y asegurado como lo exigían sus utopías de un desarrollo material que hoy sabemos que es tan insostenible como, en última instancia, innecesario.

Hoy, nos guste o no, despiertos ya de esos sueños trasnochados, debemos reconciliarnos con la naturaleza, que siempre nos sustentó y habrá de sustentarnos, y volver la vista, nuestro ingenio y talentos creativos, pero con la humildad del aprendiz, a las diversas y magníficas posibilidades y opciones que nos brindan los energéticos renovables, junto con el ahorro y el uso eficiente de la energía. No obstante, la clave de un matrimonio que dure, aprendiendo las lecciones del pasado con los energéticos fósiles y los otros no renovables, es que superemos el enamoramiento inicial, nos miremos sin esa idealización exagerada mutua que distorsiona una relación estable y de un verdadero compromiso profundo y sensato.

En efecto, alrededor de la energía renovable también ha habido y hoy aún subsisten varios mitos y enfoques distorsionados o equívocos que en nada ayudan a su adecuada y efectiva implantación duradera.

En el contexto de un mundo globalizado
–en el sentido de los poderes hegemónicos actuales– que continúa sumido en infinidad de contradicciones, de pugnas e inequidades crecientes que hoy lo tienen en una gran crisis crónica (económica, política, social, ecológica y desde luego también energética), las distintas fuentes de energía catalogadas como renovables se han constituido como una de las ansiadas panaceas que habrán de sacarnos de semejantes desastres.

Los mitos
La crisis petrolera de hace tres décadas exigió que se tomaran medidas en los países más consumidores –de Occidente–, tanto para ahorrar energía como para que, con toda clase de maniobras diplomáticas, geopolítico-militares y de espionaje, lograr que los precios del petróleo bajaran nuevamente a los niveles que habían tenido. Pero hace poco volvieron a subir, en una tendencia que tal vez llegó para quedarse. Y es precisamente esta virtual nueva crisis petrolera lo que hace nuevamente al mundo voltear los ojos a la energía renovable en general y en particular, a la solar, la cual casi se ha hecho sinónimo de energía renovable por muy buenas razones, pues directa o indirectamente las demás también son solares. Quizá a ello se debe el enorme glamour –según se verá, en parte injustificado– que tienen las fotoceldas solares.

En efecto, tanto en los Estados Unidos como en Alemania o en España, tres casos paradigmáticos, las celdas fotovoltaicas no son la primera opción, ni la más viable técnica o económicamente, ni la que está aportando y va a aportar los mayores porcentajes a las necesidades energéticas mundiales de entre las distintas fuentes renovables de energía. Así, en los Estados Unidos son el viento, la geotermia y la biomasa las principales fuentes de energía renovable que, en ese orden de importancia, suplirán las mayores necesidades energéticas a partir de fuentes «nuevas» de energía renovable en los siguientes cincuenta años. En tal escenario, la opción fotovoltaica casi «no pinta» en aportación cuantitativa, sobre todo por sus altos costos de generación, aunque sus aplicaciones, en un sentido cualitativo, sin duda son y seguirán siendo apreciable (telecomunicaciones, aparatos automáticos en lugares remotos, mecanismos de control o que operen automáticamente, casi sin mantenimiento, etc.). En cambio, la otra conversión de energía solar, la térmica, sí va a tener un papel de creciente importancia en las aplicaciones futuras, aunque, como ya se dijo, en menor escala que las de la geotermia, el viento o la biomasa.
Concluyendo, los principales mitos sobre la energía renovable son:

1. La energía renovable puede sostener el actual «tren de vida», paradigma de «la civilización».
2. La energía renovable sólo sirve en pequeña escala, a comunidades rurales marginadas.
3. Todos los aparatos y comodidades de hoy pueden ser operados con energía renovable.
4. La principal forma de energía renovable y la esperanza del futuro es la solar (la directa).
5. El futuro energético «en serio» son nuevas formas de la nuclear, no la energía renovable.
6. Los países industrializados son los únicos que pueden desarrollar la energía renovable.
7. El Tercer Mundo «tiene» que usar la energía renovable y dejar a los industrializados los cada vez más escasos energéticos fósiles a los que ya están adaptados.
8. Los hidrocarburos caerán de precio y serán obsoletos gracias a la energía renovable.

La realidad
Aunque la figura 1 data de hace cinco años, podemos considerarla vigente, si bien algunos hechos históricos (el 11 de septiembre de 2001 y la infructuosa invasión de Iraq, que lejos de bajar el precio de los hidrocarburos los incrementó) han influido para mejorar algo la postura hacia la energía renovable. Actualmente se estima que la participación de la energía renovable ha subido a 17 %, tanto por los mencionados altos costos de la energía fósil, como porque esas circunstancias han provocado una cierta recesión económica, dentro de la cual no sólo se ha incentivado el uso de la energía renovable, sino se han retraído mucho las aplicaciones con la energía convencional del modelo en boga de economía vigente, que se ha visto frenada. Así, podemos extrapolar de un modo muy grueso que el rol de los hidrocarburos conjuntamente ha descendido a ser la mitad del total (50 %), y que parte de su reducción de 5 % fue encauzada al carbón (2,5 %). La nuclear continuó su lenta declinación (a 6 % hoy) y la que ha aumentado su participación sin duda es la renovable, aportando alrededor de 18 %, es decir, «se quedó» casi con toda la reducción de los hidrocarburos y la nuclear.



Fig. 1. Contribución de los distintos energéticos en el año 2000 al suministro mundial de energía primaria. El crecimiento de la electricidad generada por el viento entre 2000 y 2002 ha hecho subir su participación en el suministro mundial de energía primaria a 0,042 %, mientras que ya satisface 0,7 % de la capacidad instalada de generación eléctrica. Pero ello se debe a que la eólica suele trabajar a su plena capacidad nominal menos de 30 % del tiempo de operación, lo que baja su rating actual, mostrando cuánto les falta aún a los energéticos renovables para crecer a escalas más significativas en el suministro total de energía en el mundo.
(Fuente: «Fuentes renovables en el suministro mundial de energía 2000»,
IAEA, Hoja de hechos, noviembre de 2002).

Aunque esto por sí solo ya es una buena noticia para la energía renovable, tenemos la obligación de estar muy claros de cómo es que esta situación ha afectado a cada una de sus formas. En efecto, veamos en detalle:

1. En primer lugar hay que notar que afortunadamente tales circunstancias de inestabilidad política y de incertidumbres económico-financieras del mundo y la consecuente alza de los precios de la energía convencional, es «el factor determinante» del favorable escenario que no sólo hoy vive la energía renovable, sino que éste «llegó para quedarse», tanto por la inestabilidad socioeconómica descrita, como también por el creciente impacto del efecto de invernadero y el consecuente cambio climático.

2. Que si bien es muy bueno un crecimiento de casi 5 % en cinco años de la «participación proporcional» de la energía renovable en su aportación a la energía primaria mundial, ello es en su mayor parte por el retraimiento de toda la economía convencional (con todo y sus opciones renovables), quizá sólo con la salvedad de China y una parte de la Unión Europea; y que tal retraimiento más bien ha favorecido a la parte de la economía mundial usualmente menospreciada y que es la que llamaremos aquí «economía basal», la que meramente sostiene las actividades indispensables y buena parte de la economía del Tercer Mundo, de lo que se clasifica como «economía informal»; o sea, la economía de subsistencia de las naciones.

3. ¿Qué queremos decir con esto aquí? Pues que una parte significativa del incremento relativo en la aportación proporcional de la energía renovable hoy es debido principalmente a la quema de leña y de residuos de diversas agroindustrias (como el bagazo de caña, etc.) y, por supuesto, a que a diferencia de las reducciones de la energía fósil o nuclear por sus incrementados costos, otras aplicaciones renovables como la tradicional hidroeléctrica o la nueva y creciente del viento, simplemente al menos no han tenido que ser disminuidas. De este modo, es probable que de la figura 1, en la energía renovable, la hidroelectricidad haya pasado a 2,6 %, la geotermia a 0,6 % y la eólica a 1,5 % (siendo por ello estas dos últimas las campeonas del crecimiento de las «nuevas» fuentes de energía renovable).

4. Pero además, el mayor incremento en la energía renovable mundial en este lustro ha sido en la biomasa, pero en las formas tradicionalmente utilizadas desde hace siglos: la leña y la quema de residuos agropecuarios y agroindustriales, ¡que ha pasado ya de 11 % en el 2000, a 13 % hoy!

5. Por último, nos interesa recalcar que una apreciación del significado de los cambios que ya estamos viendo en esta anunciada o inadvertida transición «de vuelta» a la energía renovable, ha de ser de «humildad». Sí, no sólo hemos de dejar atrás la arrogancia tecnocrática de que progreso es hacer cada vez máquinas más grandes y más consumidoras de energía, y que ésta debe ser fósil o nuclear; sino dejar la fatuidad de sentirnos el genial «aprendiz de brujo» al que al rato literalmente «se le caerán las alas derretidas por el Sol». Tenemos que ver con comprensión y respeto a las viejas y sabias aplicaciones de la energía renovable, como la de la agricultura tradicional de muchos pueblos. Por ejemplo, para el cultivo del arroz en el sureste de Asia, hay un insumo de unas 15 calorías de labor humana en forma de energía metabólica, para cosechar el equivalente de unas 50 calorías en forma de alimento (arroz), mientras que la ultramoderna agricultura mecanizada de los Estados Unidos, Canadá, Rusia y tal vez de Argentina ¡requiere unas 250 calorías de petróleo en forma de agroquímicos y energía para maquinaria y bombeo de agua, para obtener las mismas 50 calorías de alimento (trigo)!


Estados Unidos no ratificó el Protocolo de Kyoto,
pese a que genera una tercera parte de las emisiones
de gases tóxicos en el mundo. Fuente: Energía Hoy, marzo 2005.

La esperanza
Los costos nivelados enmascaran información intertemporal importante. Los consumidores después del año 2015 pueden estar insatisfechos con la elección en el año 2000, de emplear plantas de ciclo combinado a base de gas natural para generar electricidad.
Esta apreciación puede ser discutible, pues depende de los linderos que se fijen para cada sector; por ejemplo, si se valoran de otro modo los consumos de energía, sería tal vez el sector transporte en ese país como también en el mundo, el que más utiliza la energía primaria, sobre todo si se toman en cuenta en él al transporte del agua que se bombea del subsuelo o se eleva a edificios, el de los combustibles a través de conductos de cientos de kilómetros o el de las pérdidas en las líneas de transmisión de electricidad. La gráfica que sigue muestra la contribución de los diversos sectores en ese país a las emisiones de los gases de efecto invernadero, según el primer criterio arriba citado.

El cambio climático provocado por el efecto invernadero adicional (causado por las actividades humanas que consumen excesivamente energía, en especial fósil) irónicamente será uno de los mejores impulsos a la energía renovable en el mundo, desde ahora y hasta un futuro de largo plazo. Salta a la vista el despilfarro energético de los Estados Unidos, que explica su negativa a suscribir el ya vigente Protocolo de Kyoto, pues su economía está «casada» con tal esquema, en el que ese solo país utiliza más de la tercera parte de la energía mundial y tal vez casi la mitad de la energía fósil mundial, sobre todo por su excesivo transporte y la ineficiencia energética de su economía tan consumista.

La utopía
Hemos aquí presentado de una manera muy esquemática (literalmente, según se puede notar) los mitos y realidades de la energía renovable, y los hechos actuales y las tendencias que pueden sustentar la esperanza que esta transición representa para un mundo futuro mejor: la «utopía posible».