Desde el Sol: hacia el Sol

 

Por
Alejandro Montesinos Larrosa*

A propósito del Año Internacional Heliofísico
o Año Internacional del Sol

El hombre primitivo utilizó primariamente su fuerza muscular para satisfacer sus necesidades. Añadió herramientas a su cotidianidad, para la recolección y la caza, el acceso al agua potable, la utilización del fuego, el uso de ropa y la defensa ante los depredadores.

 

En su andadura miró al Sol, de donde llegaba la lluvia y el viento, y de donde dijo venir un hombre bueno, José Martí: «Vengo del sol, y al sol voy».

De la prehistoria a la encrucijada
Junto a la energía solar almacenada en los alimentos de origen vegetal y en la carne y las entrañas de los animales herbívoros y los carnívoros —que a su vez se alimentan de los primeros—, el hombre cazador y recolector empleó la biomasa circundante como fuente energética, en su tránsito hacia el hombre agricultor, que incorpora la fuerza de los animales domesticados por él.

Alrededor de cinco milenios antes de Cristo el hombre concibe nuevos instrumentos y tecnologías para el empleo de las energías hidráulica y eólica, en un largo proceso de perfeccionamiento hasta llegar a las modernas máquinas que aprovechan la energía cinética del agua y el viento.

El devenir histórico confirma que la humanidad basó su desarrollo en el uso de la energía solar, directa e indirecta (radiación solar, biomasa, agua y viento); sin embargo, en la literatura contemporánea se denominan como fuentes convencionales de energía a las que aparecen en el escenario mundial a partir de la primera revolución industrial, entre 1760 y 1830, en la que predomina la transición energética de la madera y el carbón vegetal al carbón mineral, que sustentan el desarrollo de nuevas tecnologías como la máquina de vapor, el ferrocarril y las máquinas textiles. A esta etapa le sucede otra transición, entre 1860 y 1930, con el predominio del petróleo y sus derivados en el esquema energético mundial, que se caracterizó por la introducción de los sistemas eléctricos, la aviación y la siderurgia.

Paradójicamente se denomina como fuentes alternativas a las fuentes renovables de energía y los combustibles nucleares. En realidad se trata, en el caso de las renovables, de las mismas fuentes que acompañaron al hombre desde los tiempos inmemoriales en que el fuego tuvo dueño. Y la denominada energía nuclear apareció hace pocas décadas como la solución supuestamente definitiva a la creciente demanda energética de la población mundial, que supera en número y necesidades cualquier predicción de los filósofos y pensadores decimonónicos. El calificativo de alternativo en el caso de la energía nuclear ni siquiera se sustenta en su aparente semejanza con los procesos energéticos que ocurren en el Sol.

En el breve período histórico de algo más de doscientos años la sociedad humana intentó el experimento de prescindir de sus verdaderas tradicionales o convencionales fuentes energéticas y apostó, con un desenfreno febril y una ingenua credulidad, por los hidrocarburos y los combustibles nucleares, que ya muestran su incapacidad para sostener los equilibrios naturales de nuestro hábitat, a pesar de presentar credenciales como portadores de mayor densidad energética y más competitividad económica.

En la encrucijada
El esquema energético mundial con que la humanidad saludó el tercer milenio de la era cristiana dicta mucho de la panacea que pregona la publicidad primermundista en relación con la satisfacción de las necesidades del hombre contemporáneo y mucho menos de sus descendientes.

Las estadísticas del consumo actual, incluido el energético, pueden esgrimirse como argumento de que vivimos en una civilización desarrollada, pero las estadísticas sociales y medioambientales señalan las evidencias de una encrucijada peligrosa en la que precisamos optar por un nuevo paradigma de desarrollo, en el que resulta vital el esquema energético que se asuma, con implicaciones tanto tecnológicas como éticas, socioeconómicas y políticas.

En ese nuevo paradigma de sociedad habría que pensar y forjar una cultura energética sostenible, basada en las fuentes renovables de energía, hacia la consecución del desarrollo sostenible, entendido como el proceso de mejoramiento sostenido y equitativo de la calidad de vida de las personas, mediante el cual se procura el crecimiento económico y social, con respeto pleno a la integridad étnica y cultural (local, nacional y regional), y el fortalecimiento de la participación democrática de la sociedad, en convivencia pacífica y en armonía con la naturaleza, de modo tal que se satisfagan las necesidades actuales, sin poner en riesgo la satisfacción de las necesidades y aspiraciones de las generaciones futuras.

Nos circunda la ideología del hombre como el móvil y el fin de cualquier proceso civilizatorio, con un escamoteo petulante del hombre como un ser singular dentro del proceso eterno de la naturaleza. Después de tantos siglos, tenemos más preguntas que certezas en los zurrones de filósofos y poetas.

Un holocausto, tan demoledor como el amenazado por las sagradas escrituras, discurre en las pantallas de los televisores, con imágenes de la realidad circundante y de la producción virtual; en algunas coordenadas, la inmolación ya es tangible.

Entre el humo de tanto egoísmo se vislumbran los vectores de una nueva cultura solar, entre los que se significa la necesaria subversión de la actual estructura energética mundial, con la paulatina y sostenida inclusión de la energía solar en esa estructura.

¿Un año más?
La Organización de las Naciones Unidas ha declarado el 2007 como Año Internacional Heliofísico o del Sol. ¿Qué significa? ¿Qué podemos hacer para saludar esa deferencia con la estrella nutricia de los terrícolas? Quizá podríamos indagar en cuestiones de aparente simplicidad.

1. ¿A quién debe interesar la energía solar?
A todos (incluidos los habitantes de los seis asteroides visitados por el Pequeño Príncipe, de Antoine de Saint-Exupéry: a los reyes, vanidosos, borrachos, negociantes, faroleros y geógrafos.

2. ¿Quiénes utilizan la energía solar?
Todos (incluidos los hombres, animales y plantas con los que convivió el Pequeño Príncipe en el planeta Tierra).

3. ¿Qué es la energía solar?
Una niña del barrio sabe que el Sol calienta y otro niño del vecindario juega a las sombras chinescas con los rayos solares, a pesar de que algunos, incluso por televisión, circunscriben la energía solar a la producida por los paneles fotovoltaicos, sin darle crédito al Sol por el movimiento de los aerogeneradores, o por el funcionamiento de las turbinas hidroeléctricas, o por la producción de biogás. Casi nunca recordamos los vasos comunicantes entre el Sol y los alimentos. Y ya sabemos que el Sol dicta y sostiene la biografía terráquea.

4. ¿Qué es el Sol?
Un redondel amarillo en los dibujos infantiles, a pesar de que los cuadernos escolares insisten en llamarle «estrella luminosa, centro de nuestro sistema planetario».
Nota para adultos: Las enciclopedias son pródigas en datos sobre el Sol. Les adjunto tres cifras comparativas: La esfera solar mide casi 1,4 millones de kilómetros de diámetro, es decir, 109 veces mayor que el diámetro de la Tierra; su volumen supera al de todos los planetas del Sistema Solar juntos y en un millón de veces al de la Tierra; dista de nosotros 150 millones de kilómetros, tanto como 120 mil veces el largo de Cuba.
Nota para los niños: Recientemente leí que quienes no se exponen al Sol, en las edades tempranas, no desarrollan sus huesos (expongámonos, como en todo, con moderación).

5. ¿La energía solar es eterna?
No, porque el Sol se apagará, según dicen los astrónomos, dentro de 4 500 millones de años.
Nota para apocalípticos: Por ahora no nos preocupemos. Basta recordar que el ser humano evolucionó, según dicen los paleontólogos, desde hace sólo seis millones de años. Lo verdaderamente tenebroso radica en los artefactos nucleares, en la galopante combustión de hidrocarburos, en la depilación perversa de las florestas, en la erosiva dictadura del petrodólar.

6. ¿Podemos vivir sólo con la energía solar?
Sí, aunque los «petroleros» perforen más pozos y los «nucleares» dilapiden las bondades de la ciencia, aunque tilden de utópicos a los «solares». No nos dejemos engañar: hoy ya cuesta más cara la energía «termoeléctrica» o la «atómica» que la «eólica» o la «fotovoltaica». A la primera habría que añadirle el costo de las guerras y el costo medioambiental (que reservamos para nuestros nietos). En relación con la segunda, preguntémosle a los sobrevivientes de Chernóbil. A las dos últimas se le dedican cien veces menos subvención pública. ¿Por qué? Quien domina la energía detenta el poder real, y el empleo de las fuentes renovables de energía (la energía solar) tiende a la descentralización de la gestión energética, lo que facilita la participación real del pueblo en su gestión económica y política.

7. ¿Qué hacer este Año?
Estudiar, trabajar y preguntar, y exigir respuestas.

* Escritor y periodista. Autor de los libros Matrimonio solar y Hacia la cultura solar. Director de la Editorial CUBASOLAR y de la revista Energía y tú.
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