¿Cómo evitar errores?


Por
Dania González Couret*

Las decisiones en el diseño arquitectónico y dentro de las viviendas deben acompañarse
de ciertos saberes para mejorar nuestro confort y ahorrar energía

Desde que apareció la revista Energía y tú, en 1997, en varias ocasiones hemos aportado a los lectores consejos sobre cómo aprovechar mejor los recursos disponibles para lograr ambientes más confortables en sus viviendas, tanto desde el punto de vista térmico como visual, con el objetivo de contribuir a alcanzar un mayor bienestar y, al mismo tiempo, ahorrar la energía que a veces se consume innecesariamente en iluminación, ventilación e, incluso, en climatización artificial.

 

Hay quienes ven en cada árbol
a un enemigo que es
necesario eliminar
.


La llamada arquitectura bioclimática es aquella que aprovecha al máximo los recursos naturales que el entorno ofrece para crear ambientes interiores más confortables. Así, la arquitectura bioclimática o arquitectura solar pasiva, como también se le ha llamado, es una forma de aprovechar las fuentes renovables de energía, ya sea mediante la iluminación o la ventilación naturales (tan necesaria para el bienestar térmico), además de constituir una importante vía para ahorrar energía convencional.

Por tanto, resulta conveniente, dentro de la Revolución Energética que también se ha planteado la voluntad de incrementar la construcción de viviendas con participación de la población, examinar nuevamente algunos de los errores más frecuentemente cometidos por las personas que construyen o transforman sus viviendas, cuando en aras de mejorar las condiciones de habitabilidad o su expresión estética realizan acciones que contribuyen a empeorar el ambiente térmico y/o visual interior.

Comenzando desde afuera de la vivienda y mencionando solo aquellas cuestiones más evidentes y repetitivas, podríamos referirnos a quienes ven en cada árbol a un enemigo que es necesario eliminar, ya sea porque sus raíces contribuyen a romper las instalaciones soterradas o el pavimento, o porque sus hojas o flores al caer ensucian el entorno y es necesario barrer sistemáticamente, o tal vez por temor a que algún niño quiera subirse a él o tirar piedras para tumbar sus frutos.

Es decir, son variadas las razones que esgrimen los enemigos de los árboles para argumentar la conveniencia de que sean cortados. No pretendemos aquí dar respuesta a cada uno de esos criterios, sino simplemente poner en el otro lado de la balanza algunos de los también numerosos argumentos a favor de los árboles que ofrecen generosamente flores, frutos, colorido y fundamentalmente sombra, tan necesaria en el clima cálido y húmedo de Cuba.

No hay ninguna otra sombra (es decir, aportada por ningún otro elemento) comparable con la que ofrece la vegetación que aprovecha la radiación solar para desarrollar la fotosíntesis y no reirradia calor. Este es el «efecto de la sombra viva», que hace que sea mucho más fresco y, por tanto, agradable permanecer debajo de un árbol bajo el ardiente sol del mediodía, que bajo cualquier tipo de techo.

Por tanto, no solo es conveniente protegerse uno mismo del Sol aprovechando la vegetación, sino proteger también las edificaciones, para lo cual no solamente los árboles resultan efectivos, sino también otras alternativas, como enredaderas que pueden crecer y trepar por tramas de cables sobre los techos o delante de las paredes, o simplemente constituyendo un techo ellas mismas.

La vegetación en general, y los árboles en particular, evitan que el sol incida en las superficies exteriores de los techos y paredes, y por tanto que estos se calienten y transmitan ese calor hacia los espacios interiores, con el consiguiente aumento de la temperatura. Pero los árboles no solo evitan que el sol incida en los techos y paredes, sino también en los pavimentos. De no existir vegetación, las superficies se calientan y además de transmitir el calor hacia el interior, también emiten ese calor absorbido hacia el espacio exterior, aumentando su temperatura y con ello el efecto de la llamada «isla de calor urbana», que hace que las temperaturas en las ciudades sean, de manera general, más altas que en el campo.

En ambientes como el cubano, donde las edificaciones permanecen abiertas para lograr las mejores condiciones posibles de ventilación e iluminación natural interior, un aumento de las temperaturas exteriores también afecta de forma general a todos los espacios interiores, ya que el aire que circula en ellos, proveniente del exterior, será más caliente.
Por tanto, la presencia de árboles en las ciudades es un recurso esencial para mejorar el microclima urbano y reducir la temperatura del aire, y también el calor transmitido por radiación a través de las paredes y el techo hacia los espacios interiores. Y aquí podríamos mencionar otra de las prácticas negativas que se va haciendo cada vez más frecuente y que consiste en pavimentar los espacios originalmente concebidos como jardines e incluso parterres.

Esta es otra práctica que contribuye a reducir el verde urbano, con las consecuencias negativas que ya hemos enunciado, pero que además, en el caso específico de las viviendas contiguas a estas áreas de césped transformadas en pavimento, aumentará la radiación solar reflejada por esas superficies duras hacia las viviendas, con afectaciones no solo al ambiente térmico, sino también visual, por el deslumbramiento que estas reflexiones pueden ocasionar desde el piso.

Las razones que motivan esta práctica pueden ser aún más incomprensibles. Tal vez personas que provienen del campo y ya se cansaron de tierra y vegetación a su alrededor, lo hacen para convencerse de que están en «la placa», según la expresión popular que algunos emplean para referirse a la ciudad. Posiblemente sea para ganar algún espacio de portal o terraza, o por el temor a la suciedad que un césped mal cuidado pudiera ocasionar.

En cualquier caso resulta más inexplicable cuando muchos de los que pavimentan esas áreas las cubren luego de macetas, y con frecuencia con cactus, tal vez para recrear un desierto.

Además de las consecuencias térmicas, esas acciones también afectan el ciclo del agua, impidiendo la infiltración nuevamente hacia el manto freático del agua de lluvia.
Pasando del exterior a la propia vivienda, es decir, a su estructura física de techos, paredes y ventanas, que técnicamente los arquitectos acostumbramos llamar «envolvente», «piel» o «elementos de cierre», podemos hacer notar otra tendencia negativa, también bastante enraizada en la práctica común, que es el cierre de portales, terrazas, balcones o cualquier espacio de transición exterior-interior posiblemente concebido para sentarse protegido del sol, a disfrutar del fresco y las visuales al entorno.

En muchos casos las personas hacen eso en aras de ampliar el espacio habitable de la vivienda, como espacio interior cerrado y protegido de la lluvia, los ladrones u otros agentes externos agresivos. En la mayoría de los casos esos cierres se hacen con vidrio, tal vez intentando mantener al menos, las visuales y la iluminación.

Pero, ¿cuál es el resultado de tales acciones? A pesar de que efectivamente se gane algo más en espacio interior, se trata en esos casos de espacios de menor calidad que afectarán al resto de la vivienda. El cierre o la pared exterior de la terraza, portal o balcón, que anteriormente estaba protegida del sol y la lluvia y, por tanto, se podía abrir totalmente para disfrutar del fresco y las visuales (aunque estuviera lloviendo y hubiera sol) se desplaza hacia el borde exterior del techo o alero, con lo cual deja de estar protegido de las lluvias y, por tanto, no puede permanecer abierto cuando llueve; además, se deteriora mucho más con el agua de lluvia.

Sin embargo, lo peor es que deja de estar protegido del sol, sobre todo cuando se trata de cierres de vidrio, ya que penetra a través de éstos y calienta todas las superficies interiores en las que incide (piso, paredes, muebles). Estas superficies al calentarse emiten radiaciones de calor de onda larga que no pueden salir por el vidrio y quedan «atrapadas», de manera tal que se eleva la temperatura interior y el aire caliente circula por el resto de la casa. Este es en esencia el principio del efecto invernadero propio del vidrio, que lo hace muy útil en los colectores solares, pero totalmente inapropiado en las viviendas.

Por otra parte, el color de las superficies exteriores de paredes y techos también desempeña un rol muy importante en el ambiente térmico, ya que los colores claros reflejan más, mientras que los oscuros reflejan menos, y aumentan la temperatura de las superficies, y con ello el calor transmitido al interior.

Afortunadamente, no es costumbre en Cuba el uso de colores oscuros en las paredes exteriores, pero sí existe el hábito de pintar de rojo oscuro los techos de tejas de asbesto cemento o de acero galvanizado, imitando las tradicionales tejas de cerámica (específicamente la teja criolla que se ha puesto nuevamente de moda).

Es realmente alto el precio que se paga por ese gusto estético, pues si en lugar de pintar de rojo se hiciera por ejemplo, de blanco, podría reducirse hasta en cinco grados centígrados la temperatura radiante en el espacio interior con respecto al color natural de la plancha de asbesto cemento. Pintar de rojo, por el contrario, contribuye a incrementar la temperatura superficial y con ello la temperatura radiante.


El empleo inapropiado del vidrio en las paredes
intensifica el efecto invernado y el deslumbramiento.

No obstante, también hay que tener cuidado con la tendencia a pintar de blanco todo el exterior, pues el exceso de reflexión que produce puede resultar molesto para las edificaciones circundantes debido al efecto de deslumbramiento que ello ocasiona.
El empleo de colores claros, pero no exactamente blanco, resulta por tanto más recomendable.

Sobre el uso del color en la vivienda podríamos referirnos a la tendencia predominante, hace unos años, de pintar las ventanas con colores oscuros, preferentemente carmelita, en contraste con las paredes blancas. Esta tendencia tal vez no es tan fuerte hoy, por lo difícil que resulta la obtención de la tradicional ventana Miami de madera, que ha ido siendo sustituida por aluminio, acero galvanizado u otro tipo de ventanas de metal y vidrio.

No obstante, es bueno aclarar que el color oscuro en una ventana Miami no solo disminuye la reflexión de la luz y con ello la iluminación interior, sino que también aumenta el contraste cuando se mira a través de ella, lo cual ocasiona un efecto de deslumbramiento que, además de las molestias que causa, hace parecer que el nivel de iluminación interior es insuficiente por el notable contraste con el exterior. Esto puede conducir a que se enciendan innecesariamente las luces.

La tendencia muy generalizada de ubicar la ventana Miami doble con proporciones casi cuadradas en el centro de la pared, aumenta el efecto de deslumbramiento al contemplar desde adentro la ventana luminosa «recortada» contra la pared oscura a contraluz.
Esto mejora notablemente cuando la ventana se ubica hacia la esquina, lo que permite la reflexión de la luz en las paredes adyacentes y con ello disminuir el contraste. Mejor aun sería si esa ventana doble se dividiera en dos, ubicando una parte en cada extremo de la pared para mejorar la distribución de la luz y, por tanto, la uniformidad y la ventilación interior.

En cuanto a las paredes interiores de la vivienda, la tendencia es crear espacios compartimentados y, por tanto, cerrados, de función específica, como sala, cocina, comedor, aun cuando estos sean lo suficientemente pequeños como para resultar incómodos. Cuando se trata de viviendas pequeñas, si en lugar de compartimentar se integran esos espacios en uno solo, que no obstante pudieran subdividirse por elementos no fijos como muebles, parabanes, mamparas, cierres plegables o similares, se mejoraría la flexibilidad para el uso del espacio, y con ello también la ventilación cruzada, la iluminación bilateral, las visuales y la sensación de espacio se multiplicarían.

Por último, también está presente la reciente «pasión» por los muebles tapizados, preferiblemente con pieles sintéticas e incluso con colores oscuros y predominio del negro. Estas prácticas no tienen nada que ver con los requerimientos del clima cubano, donde la forma fundamental de intercambio de calor entre las personas y su medio ambiente es la transpiración (el sudor). Cuando se usa un ventilador o un abanico se acelera la velocidad del aire alrededor de nosotros y con ello se acrecienta la evaporación del sudor, con el consiguiente efecto de refrescamiento.

Este proceso de evaporación de la transpiración solo es posible en muebles permeables al paso del aire, como los de rejilla y otras fibras vegetales, e incluso textiles. El sillón o balance y la hamaca son los mejores ejemplos, pues al moverse logran un efecto similar al de los ventiladores.

* Arquitecta. Doctora en Ciencias Técnicas. Vicedecana de la Facultad de Arquitectura del Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría.
Miembro de la Junta Directiva de CUBASOLAR.
e-mail:dania@arquitectura.cujae.edu.cu