Energía y educación
Por
Juan Fundora Lliteras*
Un tema de la cultura científica
que está deficitario en la Educación Energética.
Uno de los problemas ambientales que vive la humanidad es el energético, en el que se encuentra atrapada la sociedad contemporánea. |
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Este problema está relacionado con la tecnología depredadora que sustenta el mundo moderno y su sistema electroenergético, con una componente considerable en el sistema de transportación y en general con numerosas actividades de la humanidad que son consumidoras o, peor aún, derrochadoras de la energía disponible.
Pero por encima de todas las actividades concretas de los seres humanos en los que se consume energía, el problema es esencialmente cultural, es decir, el acomodo a una cultura de vida que es, n esencia, depredadora. Históricamente, el fenómeno ambiental se ha visto como el problema de las relaciones del hombre con la naturaleza, escondiendo así la verdadera razón que subyace en la grave situación existente, como define C.
Delgado: «El problema ambiental no es el problema de la relación del hombre con su entorno: es, en primer término, el problema de la relación del hombre consigo mismo. Si no logramos comprender esa dimensión cultural de la subjetividad implícita, difícilmente seremos capaces de comprender de veras el asunto».
La educación ambiental y energética requiere entenderse como un proceso continuo y permanente, formando parte de la educación integral dirigida a superar los límites culturales de las relaciones del hombre consigo mismo y con sus semejantes, heredadas de las sociedades divididas en clases y sobredimensionadas por la cultura occidental, que estimuló la colonización y la conquista de unos pueblos sobre otros, y que hoy se traduce en un comportamiento suicida ante la habitabilidad de su hábitat, no solo por la alteración de los parámetros admisibles para la vida, sino por la pobreza de valores que garanticen la vida sana en sociedad.
La educación ambiental no debe estar separada de la formación de los valores humanos más elementales y profundos para lograr el triunfo de la sabiduría humana sobre los egoísmos y consumismos que formas de producción concretas han generado, junto a conductas incompatibles con la vida.
Por ello, la solución de la situación ambiental requerirá de mayores esfuerzos en el plano social que tecnológicos y de las ciencias naturales y exactas.
No obstante, en la anterior afirmación existe una dificultad, desde nuestro punto de vista, en la formación científica de las nuevas generaciones y de toda la población en general, que afecta las bases gnoseológicas para formar una adecuada cultura científica, base de la cultura general integral que aspiramos tenga nuestra población como condición indispensable para la sostenibilidad ambiental.
De ahí se debe argumentar la necesidad de rectificar nuestro sistema educativo en las concepciones científicas a formar en el estudiantado y la población en general con respecto al carácter «degradable» de la energía.
El concepto de energía en el sistema educativo
El concepto de energía como «la capacidad para realizar trabajo» aún permanece en la mente de numerosos especialistas y estudiantes universitarios. Esta es una concepción heredada de los siglos xvii-xviii, cuando la noción sobre la energía (conforme a la terminología de aquel tiempo, fuerza) estaba relacionada solamente con el trabajo mecánico.
Hoy, acorde a la introducción de las transformaciones de la enseñanza de las ciencias desde finales del pasado siglo y en particular desde el 2002, con la utilización de los nuevos textos para la enseñanza de la Física en la Secundaria Básica cubana [Valdés P., et al. Enseñanza de la Física Elemental, 2002], nuestros adolescentes llegarán a las enseñanzas universitarias comprendiendo que el concepto de energía «caracteriza la capacidad de los sistemas para cambiar las propiedades de otros sistemas o las suyas propias. Mientras mayor sea el cambio producido, mayor será la energía puesta en juego». Esta es una definición más general y no hereda la incorrección que significa la definición anterior de sistemas con determinado contenido energético sin capacidad para realizar trabajo, aun cuando pueda ser objetada en algunas de sus partes.
En la actualidad la noción educativa sobre la energía ha experimentado ligeros cambios; se acrecienta globalmente la conciencia del peligro que corre la humanidad de seguir por los caminos consumistas que marcaron el derrotero de su desarrollo, especialmente en los niveles energéticos y de las formas no renovables de su obtención, ligado a las afectaciones provocadas a la atmósfera, la «máquina térmica delicada» donde tiene lugar la vida. Semejante conciencia va encontrando espacio en los diferentes sistemas educativos de cada país y en nuestro caso, donde la «ciencia se presenta como la obra humana que requiere un replanteamiento axiológico importante y donde entra principalmente su naturaleza social».
Todas las implicaciones sociales de la energía, en su obtención para fines útiles, su transmisión y su utilización requerirán de un profundo basamento gnoseológico para garantizar que todas las acciones educativas que se realicen en la Revolución Energética perduren como consecuencia de su interiorización en el pueblo en forma de cultura. De esta manera las principales leyes de la naturaleza referidas a la energía han formado parte de los currículos en los sistemas educativos.
Desde muy temprano enseñamos el principio a partir del cual se explica la conservación de la energía en la naturaleza: «La energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma»; suele ser conocido como el Primer Principio de la Termodinámica o Ley de la Conservación y Transformación de la Energía.
Nuestro pueblo, totalmente escolarizado, es conocedor de esta ley general. Los alumnos de los diferentes niveles de enseñanza, que ya discuten esta ley, son conocedores de la misma; solo una fracción de nuestro pueblo concentrada en los infantes de poca edad, es desconocedor de este enunciado, que casi como una cadena verbal de un verso se saben numerosas personas. Entonces, ¿por qué en medio de una revolución energética, o en el desarrollo anterior aún de los programas de ahorro de energía, no surge la duda: qué es ahorrar energía? ¿Cómo es posible que esta no sea una pregunta de todos los días en nuestras aulas, en las asambleas sociales en las que el ahorro de energía ocupa el primer aspecto de la agenda? Ello nos da una medida de la necesidad de hacer la enseñanza más problematizadora y llevar el aprendizaje por caminos desarrolladores.
Si en verdad los alumnos y todo el pueblo comprendieran cabalmente la Ley de Conservación y Transformación de la Energía, esta pregunta estuviera a la orden del día y los sistemas educativos tuvieran que enfrentar el reto que implica su respuesta. Una discusión de esta temática en nuestras aulas, de todos los niveles, redundaría en una mejor educación energética de nuestra población y, por supuesto, una mejor calidad de nuestros sistemas educativos, pues ello implicaría una enseñanza para que se aprenda a pensar y no a admitir lo que se dice solo por el hecho de que venga del maestro.
Resolver este problema educativo, que implica hacer que los alumnos se cuestionen el carácter ahorrador de energía que pueden tener las acciones que acometemos, provocaría otros cuestionamientos sobre temas de la energía en los que casi no incursionamos en los sistemas de enseñanza y que precisamente es el principal objetivo de este trabajo.
Destino de la energía utilizada
¿Si la energía se conserva, a dónde va a parar una vez utilizada? Esta deberíaser la pregunta siguiente que se hicieran los estudiantes si son educados en una conducta indagadora, investigadora, de pensamiento crítico. Si el aprendizaje es desarrollador, la energía tendrá que enseñarse para que el cuestionamiento sobre las concepciones que tenemos de ella sea permanente, sistemático.
Un aprendizaje verdaderamente desarrollador que provoquemos en los sistemas de enseñanza que llevemos a cabo, sobre el concepto de energía y sus implicaciones, deberá promover una reflexión como la siguiente: Si la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma; y al propio tiempo me insisten en que tengo que ahorrarla, y por demás en los sistemas físicos a los que les transfiero energía para que funcionen tengo que hacerlo constantemente porque si no se detienen, y finalmente me hablan de energías renovables, tengo que llegar a la conclusión de que mis maestros están locos o nos quieren volver locos a nosotros, los estudiantes.
La esencia del problema educativo al que nos estamos refiriendo está en dos direcciones principales:
• La enseñanza, en lo que se refiere a los conceptos y leyes relacionados con la energía, no promueve el ejercicio del pensamiento lo suficientemente; es poco desarrolladora.
• En el caso de las enseñanzas que formulamos sobre la energía y sus implicaciones, es escasa y en ocasiones incorrecta, sobre todo en la dirección de hacer conciente a nuestros educandos de que «toda la energía pasa inexorablemente de formas de energías utilizables a formas de energías no utilizables», según Enzo Tiezzi, y que esa forma final, no utilizable, es contribuyente directa al calentamiento global.

En una exploración realizada en un municipio de la capital, en función del concurso municipal de Física, se comprobó que solo 18,5 % y 1,8 % de los alumnos de octavo y noveno grados, respectivamente, tenían alguna noción del carácter disipativo de la energía en sistemas mecánicos. Esto, que es solo una de las aristas del problema explorado entre los alumnos más aventajados, nos da la idea de cuánta ausencia existe en la enseñanza con respecto a las verdaderas implicaciones científicas de la energía para poder crear una adecuada cultura energética en nuestro pueblo.
El problema de la degradación de la energía, que es la esencia del Segundo Principio de la Termodinámica, no es enseñado cabalmente en los sistemas educacionales de la Primaria y la Secundaria Básica.
Si queremos crear la cultura adecuada para vivir en el mundo sostenible, inexcusable para salvar el planeta, tendremos que encontrar las formas didácticas y pedagógicas para enseñar, desde las más tempranas edades, que toda la energía que utilicemos pasa a formas de energía inutilizables y estas son contribuyentes directas del calentamiento global. Solo aprendiendo que la energía que usemos se disipa en el ambiente atmosférico para calentarlo, podremos entender que ahorrar energía es la acción para evitar que más energía pase a incrementar el calentamiento global y con ello el cambio climático.

Factor determinante
El sistema educativo actual demuestra su fragilidad en cuanto a la ausencia de un debido carácter problematizador que provoque un pensamiento crítico, indagador y cuestionador ante conceptos, ideas y leyes que enseñamos sin provocar las reflexiones científicas que ellas implican.
Por otra parte, una adecuada cultura científica y energética requiere de que se reestructuren los contenidos referentes a la energía, de manera que desde edades tempranas se enseñen las principales leyes de la naturaleza que determinan el comportamiento energético de los sistemas objetivos en los cuales se manifiesta las diferentes transformaciones de la energía. Ello contribuirá notablemente a comprender las medidas que se toman en el marco de la Revolución Energética, especialmente aquellas dirigidas al «ahorro de energía».
La energía constituye un factor determinante para el desarrollo del ser humano en nuestro planeta, no solo por la escasez con que pueda presentarse, sino por su exceso también. Las limitaciones en el ámbito ecoenergético de la interacción del hombre con la naturaleza se deben también a que el hombre no puede disponer de una cantidad de energía mayor que la determinada parte de la energía recibida del Sol por nuestro planeta .
* Grupo GEA. Cátedra de Educación Energética, del ISPEJV.
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