Crisis
y sinergia

Por Alejandro Montesinos Larrosa*

Las televisoras predicen y anuncian crisis (energéticas, alimentarias, medioambientales...). Algunos comentaristas proponen soluciones, a las que le cargan dos adjetivos recurrentes: «renovable» y «sostenible»; pero no siempre expresan que lo «renovable» constituye una dimensión humana: la energía, el agua, el suelo, las especies son renovables -o al menos pueden serlo- o no, solo para nuestra historia, es decir, para el tiempo histórico de nuestra especie.

 

Por su parte, lo «sostenible» se fundamenta en dos principios muy vinculados entre sí: primero, lo que el hombre recolecta y utiliza no debe sobrepasar la capacidad de regeneración; y segundo, el ritmo de emisión de residuos debe ser igual o menor al ritmo de asimilación de los ecosistemas. La sabiduría de nuestra especie debe involucrar todas las aspiraciones, presentes y futuras, para utilizar los recursos disponibles, tanto los naturales como los humanos, de manera que no sobrepasemos la capacidad de generación de nuestro hábitat y de nuestras relaciones humanas.

En las televisoras se privilegia la crisis energética. Aunque algunos ya saben que es provocada de manera ficticia, porque disponemos de fuentes suficientes para satisfacer nuestras necesidades. El problema radica en el espacio y las relaciones socio-económicas donde el ser social se desenvuelve.

Hoy se divulga más la crisis energética en tanto los que tienen acceso normalmente a los medios masivos de comunicación, sobre todo los primermundistas -que tienen asegurada la alimentación-, se preocupan más por los temas energéticos. Lo que hoy llamamos fuentes alternativas han sido las que siempre ha empleado el hombre hasta hace doscientos o trescientos años. La energía solar, ya sea térmica o lumínica, el viento, el agua y la biomasa -que también se derivan de ella-, fue el sustento de esta humanidad. Como resultado de un salto histórico, y por un proceso que implicó un nuevo sistema socioeconómico, se privilegiaron otras fuentes y se emplearon de manera intensiva, sin racionalidad; surgieron determinadas fuerzas productivas y relaciones de producción capitalista e imperialistas que nos han llevado al semiholocausto actual.

Sobra energía para las necesidades reales concretas de hoy. Lo que sucede es que, en tanto bien socioeconómico, es un instrumento de poder; quien tenga acceso a las fuentes energéticas que se utilizan en la contemporaneidad, tiene asegurada una buena parte de la capacidad para detentar el poder. Como «antídoto», las fuentes renovables de energía están dispersas de manera abundante en todo el globo terráqueo, por tanto no se puede tener un control sobre ellas. De hecho, la primera fuente energética que utilizó el ser humano fue la energía química de su cuerpo, en tanto somos biomasa; y esa energía la proveyó el Sol, porque en el proceso de evolución nos alimentamos de la energía de la biomasa y empezamos a crear instrumentos.

En el caso de la crisis energética estamos realmente asustados, y el que no lo esté no tendrá la capacidad de buscar fórmulas para salir de la crisis civilizatoria que nos corroe. La humanidad ha generado los conocimientos necesarios para realizar todas sus actividades con energía solar; pero la gran mayoría de las patentes mundiales que posibilitan el uso de las fuentes renovables de energía están en manos de las transnacionales y los petroleros, con el objetivo de lucrar con ello.

Las televisoras comienzan a «descubrir» la crisis alimentaria, cuando ya casi nadie duda de la crisis medioambiental, en un mundo donde, nos guste o no, impera la propiedad privada sobre los medios de producción, y la propaganda primermundista nos incita a consumir obsesivamente.

Al parecer a las transnacionales ya no les basta con el poder sobre los recursos energéticos, en tanto los combustibles fósiles y nucleares permiten la concentración de la generación de energía, fundamentalmente la eléctrica, y esa centralización facilita a unos pocos dominar a todos. Ahora aceleran la cruzada por el dominio de los alimentos.
Las tierras cultivables tienen límites, y ya su degradación alarma; disponemos de agua en una cantidad finita, y la seguimos contaminando; ¿con qué?, con petróleo, con los desechos de las centrales termonucleares. De la crisis energética se puede salir con voluntad política y con una cultura que debemos «forjar» entre todos. En cambio, el tema de la alimentación resulta un poco más complicado, porque la base energética actual socava y contamina el suelo y el agua.

Las televisoras casi nunca denuncian la conversión de alimentos en combustibles. ¿Para qué sirven los biocombustibles? No nos engañemos: en su proyección prevaleciente, lo que asegura es que los honestos ciudadanos que conducen los abundantes autos del Norte se sientan más tranquilos con su conciencia, porque están utilizando un combustible menos contaminante; sin importar la demanda de los famélicos estómagos del Sur.

Como alternativa, si para producir biodiésel se utiliza, por ejemplo, el piñón de botija en tierras agotadas o poco fértiles, se aporta nutrientes al suelo y se promueve la biodiversidad; pero si se utiliza maíz -componente primario de la cultura ancestral de los latinoamericanos-, trigo o soya, estamos tomando productos primarios de la alimentación mundial para mover autos.

En casi todas las televisoras nos alarman con las crisis (ahora se añade la financiera); pero en pocas nos convocan a la solidaridad, como combustible social para «redescubrir» sinergias que nos salven.
No todo está perdido: tanto quienes mueven las antenas de las televisoras, como quienes «consumimos» sus mensajes (Homo sapiens todos), tenemos la responsabilidad y la posibilidad común de salvarnos: las herramientas, las tecnologías y los procesos no son agresivos ni perversos en sí; lo perverso es el uso que de ellos hace el hombre.

Ya «conquistamos» el cosmos; nos queda pendiente asegurar que nos amemos «los unos a los otros», «con todos y para el bien de todos».

* Director de la Editorial CUBASOLAR y de la revista Energía y tú.
e-mail: amonte@cubaenergia.cu