De Las Islas
Por
Jorge Santamarina Guerra*
Regresa a nuestras páginas la sección «Verbo y energía», y con textos del escritor y ecólogo Jorge Santamarina
se reinicia la andadura.
El título de la obra, que espera llegar a
la galaxia de Gutenberg (como ya ocurrió con más una docena de sus libros), es
De las Islas. Pasajes, y Fantasmas.
Una provocación más, como su chocolate «defectuoso» y su Sol pertinaz y solidario. (A. Montesinos). |
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El sabor del Sol
Con frecuencia me viene el recuerdo de un hombre con mayúscula que conocí de cerca, el soviético Pedro Yasakov, que de esa nacionalidad hoy proscrita él se preciaba.
La aparición de su fantasma aquí en La Finca Isla proviene de un minúsculo episodio, entrañable para mí. Andábamos por el Sur de Matanzas en años lejanos, sin Autopista Nacional, plantaciones de cítricos, electricidad ni nada que no fueran fincas aisladas, bohíos miserables, mucho monte, manigua y caminos serpenteantes que de pronto, en cualquier recodo, se volvían intransitables por la proximidad de la ciénaga, siempre presta a atenazar con su mordaza.
Era mediodía cuando
unos guayabos silvestres nos incitaron a hacer un alto. No dejaríamos de disfrutar aquellas frutas que de forma tan espontánea y generosa nos regalaba la espléndida naturaleza del lugar. Estaban a la mano y el bueno de Yasakov, al igual que yo, las disfrutaría a plenitud; al hacerlo, su rostro revelaba la expresión franca, infantil y pícara
de sus momentos de satisfacción. Un niño grande siempre me pareció. De pronto,
gozosa su boca exclamó ¡Me estoy comiendo el Sol!, cuando aún no se hablaba de comida ecológica, agricultura orgánica ni del desarrollo sostenible. Y es por eso que ahora su fantasma con cara de niño grande y pícaro sea tan frecuente aquí en La Finca Isla: sonríe a mi lado cada vez que yo, al disfrutar de una fruta me llevo a la boca, como
él entonces hiciera, un trocito del Sol.
Chocolate
Mi chocolate está lleno de defectos. No logro hacerlo un polvo fino, sus granos gruesos insisten en no disolverse del todo y dado que no les extraigo el aceite, éste ha de estar por las nubes, supongo. Las primeras posturas de cacao que plantara en La Finca Isla
las traje de las montañas y las de ahora son sus hijas; crecen a gusto bajo la sombra
de otros árboles y con sus semillas elaboro mi chocolate imperfecto. El Sol las seca,
un horneado discreto las tuesta y después las muelo en esos granos gruesos que no consentirán nunca disolverse del todo. Y así, con agua y azúcar hacen la magia de mi chocolate caliente de cada mañana, con el aceite por las nubes, supongo. A veces suelo recordar marcas y sabores de chocolates exquisitos, orgásmicos casi, perfectos. Pero este es el de La Finca Isla, hecho por entero de Sol y con mis manos, y sus defectos muchos, aceite por las nubes incluido, los paso por alto. * Escritor. Miembro de la UNEAC y CUBASOLAR. Premio David (1975). Autor de los libros Claves de guao, Ola y resaca, Siempre que veo un gavilán y Cuentos lugareños (cuentos); Aguas calientes y El bambara (novelas); y Catey y sus amigos, y El fantasma del Caburní (novelas para jóvenes), entre otros. |