La culpa es del Sol



Por
Alejandro Montesinos Larrosa*



Con matices subliminales, o con un barniz presuntamente científico, nos llegan mensajes (muchos audiovisuales) culpando al Sol por el cambio climático.

 

La luz solar no pudo traspasar briosa la nube de polvo y las lluvias ácidas provocadas
por la caída de un asteroide, que aniquilaron a los dinosaurios: ¡Culpable!

Dicen que Dante escribió algunas ideas sobre el Infierno cuando a sus pergaminos llegaba la luz solar: ¡Cómplice!
El calentamiento global tiene su origen en una actividad inusitada, o cíclica, del astro Rey: ¡Malvado!
Y he aquí algunas evidencias adicionales de la culpabilidad, complicidad y maldad del Sol:

1. En propaganda comercial se gasta más de cien veces la suma de dólares necesaria para lograr la matrícula universal en enseñanza primaria para el 2015.

2. Los estadounidenses emplean en cosméticos casi la misma cantidad del dinero que resultaría suficiente para desarrollar una campaña paliativa contra el SIDA.

3. Los europeos consumen helado por un valor dos veces mayor que el necesario para alimentar a todos los hambrientos del mundo (el gasto en alimentos para los animales domésticos de Estados Unidos y Europa es tres veces mayor).

Las personas bien intencionadas podrían preguntarse cuál es la conexión entre el Sol
y esas inverosímiles comparaciones. Muy sencillo: si no existiese el Sol nada de eso ocurriría.

En algo se salva el Sol del dardo acusador: los pajarracos de la guerra son nocturnos;
la paloma de la paz, diurna. En eso ―las guerras―, la Luna es la malhechora. Además, los señorones de la guerra gustan de los balnearios, junto al Sol tropical (al parecer más acogedor).

Con acentos marcadamente intencionales, o con la desfachatez del cinismo, nos llegan mensajes (muchos cándidos o vehementes) culpando a los hielos por derretirse, sermoneando sobre el holocausto cotidiano de las ballenas, lamentando la escasez
de lluvias benignas (o la profusión de las ácidas), alertando sobre la pérdida de la biodiversidad (mucho más importante que la sociodiversidad, dicen), exigiendo a los latinoamericanos la preservación de la Amazonía (uno de los pocos pulmones que nos quedan), discursando sobre la controversia por la malignidad o inocuidad del CO2, clamando biocombustibles para sus autos (las otras fuentes renovables de energía aún no llegan al supremo ideal de ser rentables, alegan), bramando contra las olas de calor en la vetusta Europa, sacando cuentas y recuentas para salvarse…

En las imágenes suelen asomarse, por exigencias de una pretendida objetividad, las chimeneas humeantes (quizá, también, porque ya nos parecen fotogénicas). Y ni una sola bomba cae para sustentar el discurso (ya basta, piensan, con la señal apocalíptica de las mareas petrolíferas en las riberas de la Tierra, la Pachamama de los proscritos
del festín de la globalización).

Por nuestra parte, los cubanos ―necios siempre― miramos a la más cercana estrella
y le seguimos su camino, recurrentes en la fórmula liberadora de Máximo Gómez:
«Por la mañana, el Sol a la espalda; por la tarde de frente. ¡Vamos como el Sol!».

Seres culpables ―los cubanos― por acompañar al Sol en su viejo oficio de irradiar luz.