Verbo y energía

 

Por Jorge Santamarina Guerra*

 

Maestras

Una, cien y mil veces corto las hierbas, y una, cien y mil veces brotan de nuevo. En el forcejeo de segar y brotar, hasta los bejucos más empecinados finalmente ceden y ya no volverán a reaparecer. Sólo las hierbas una, cien y mil veces más seguirán brotando. Aunque no me lo han dicho he llegado a suponer que desde los tiempos infinitos profesan un culto misterioso al Sol, que tal vez hasta hayan juramentado un pacto sagrado con él y que quizás sea ése, el arcano de su luz omnisciente, el que les anime su portentoso, inacabable afán de vivir.
 
Sólo el Sol, sólo él, posee y regala aliento suficiente para eternizar así la vida inextinguible de las prodigiosas hierbas. Deberíamos aprender de ellas.


Sonrisa

El aguacero fue nocturno y generoso y la tierra de La Finca Isla, sedienta y agrietada, pasó a lo profundo las aguas providenciales. En la mañana siguiente, de Sol bravío,
las piedras volvieron a resecarse como si nada hubiera sucedido, aunque los árboles, sabios y agradecidos, conservaron en sus frondas la sonrisa inconfundible.


Dos fantasmas


Uno, el guacamayo cubano.
Por sus plumas vistosas y su gracia los cubanos originarios
lo veneraban, con sitio entre sus deidades. Abundaban y por todo eso el Gran Almirante de la Mar Océana incluyó a varios entre los obsequios que llevara a los reyes peninsulares para hacerles ver las riquezas exóticas de estas tierras nuevas. Para ellos. Cuatro siglos después los ojos escudriñadores y nobles de Juan Gundlach disfrutaron por última vez del espectáculo fascinante de sus plumas multicolores salpicando
de belleza un árbol en Zapata. Después de él nadie más pudo ni podrá. Cuatrocientos años nos bastaron para extirparlo.

Otro, el carpintero real.
Como aquél y por similares razones
los hombres primigenios de estas islas también lo veneraban, y tal vez por ser arisco y desconfiado demoramos un poco más en hacerle lo mismo. En los años cincuenta, siglo xx, ya lo habíamos confinado a sobrevivir únicamente en los montes hirsutos por donde nos sale el Sol, pero a la postre ni allí en tales charrascales escondidos le permitimos seguir viviendo. Treinta años adelante el caminante de las Islas fue de los últimos que pudo verlo y después de ese fugaz reencuentro nadie más pudo ni tampoco podrá.

A los dos los extirpamos
para siempre de Las Islas del Archipiélago, y de El Mundo Isla todo, y hoy son apenas dos fantasmas que nos sobrevuelan los sueños. Dos fantasmas alados que nos preguntan por qué, por qué somos así de insensatos, porque saben —nosotros no— que al acabar con ellos cavamos también nuestras propias tumbas.

De aquellos dos crímenes no tenemos culpas directas, pero lo cierto y tristísimo es que los seguimos cometiendo. Los hombres, en todas partes.Y todo indica que será tarde cuando comencemos a arrepentirnos.


Un pozo


Qué horror la mentira. Qué horror el odio. Qué horror la codicia. Qué horror el deshonor. Qué horror el impudor. Qué horror el desamor... Es por eso que aquí en La Finca Isla un pozo he decidido abrir y mantenerlo siempre abierto y profundo, muy profundo, para arrojar hasta lo más hondo a todos los horrores nuestros. Os invito...


Bosque de piedra


Por una de esas magias que la naturaleza y el tiempo hacen juntos, en la Sierra del Chorrillo nació hace mucho un bosque de piedra y aún se le ve. De la recia tronconera todo lo vegetal en aquel pasado lejanísimo desapareció y la dura piedra ocupó su lugar. Inimaginable el tiempo empleado en semejante obra maestra, sólo que la escultora, artista maravillosa, insuperable, posee mucha paciencia, la necesaria hasta para convertir los árboles vigorosos en piedras inmutables.

 

* Escritor. Miembro de CUBASOLAR y la UNEAC. Premio David (1975). Autor de los libros Claves de guao, Ola y resaca, Siempre que veo un gavilán y Cuentos lugareños (cuentos); Aguas calientes y El bambara (novelas); y Catey y sus amigos, y El fantasma del Caburní (novelas para jóvenes), entre otros.