El planeta Tierra, nuestro hogar espacial, es el tercero en distancia respecto del Sol y el único donde se han dado las condiciones propicias para la evolución de la vida tal y como la conocemos. Una de estas condiciones es la existencia de la delgada capa de gases que llamamos atmósfera, formada a partir de procesos que se extendieron a lo largo de millones de años y mantenida gracias al campo gravitatorio terrestre, que impide que los gases que la componen escapen al espacio interplanetario, como ocurrió con la atmósfera que una vez tuviese la Luna.
Aunque la atmósfera terrestre se extiende por varios miles de kilómetros antes de confundirse con el medio interplanetario, más de las tres cuartas partes de su masa está en la troposfera. Esta es una capa de unos quince kilómetros de espesor, donde se concentra la mayor parte del vapor de agua, ocurren los fenómenos meteorológicos y el ciclo hidrológico, y se desarrolla la vida.
Gracias a los gases que la componen, la atmósfera nos brinda importantes servicios ambientales y nos sirve incluso de escudo natural. La capa de ozono, por ejemplo, nos protege de la radiación ultravioleta del Sol. La atmósfera también nos protege de los impactos permanentes de cuerpos sólidos procedentes del espacio exterior, que al atravesarla se incendian debido a la fricción y en ocasiones se consumen totalmente. Otras veces son de gran tamaño y llegan a impactar la superficie terrestre, como el asteroide que chocó con la Tierra hace 65 millones de años en un punto cercano a la Península de Yucatán, México, conocido como Chicxulub.
El impacto del asteroide de diez kilómetros de diámetro provocó, entre otros efectos, el levantamiento de gran cantidad de partículas hacia la atmósfera, lo que trajo como consecuencia una fuerte reducción en la entrada de la radiación solar. La temperatura bajó y muchas plantas no pudieron crecer, por lo que la cadena alimentaria se vió temporalmente interrumpida. Los dinosaurios y otras especies de animales y plantas, no pudieron resistir este repentino cambio climático y se extinguieron masivamente.
Gracias a la existencia en la atmósfera terrestre de gases como el dióxido de carbono, la temperatura media del aire es adecuada para la estabilidad del clima y el sostenimiento de la vida. De no existir estos gases, llamados gases de efecto invernadero (GEI), la temperatura media del aire estaría unos dieciocho grado Celsius por debajo del punto de congelación del agua. Según las investigaciones que se han llevado a cabo estudiando el contenido de dióxido de carbono en los núcleos de hielo en la Antártida, y a través de otras vías, la concentración de este gas en la atmósfera antes de la Revolución Industrial era de unas 250 partes por millón por volumen (250 ppmv). Esto significa que en un volumen determinado de la atmósfera, uno se encuentra 250 millonésimas partes de dióxido de carbono. Como se puede comprender, es una cantidad muy pequeña. Sin embargo, esas «trazas» de dióxido de carbono, como le denominan los expertos, son las responsables de que podamos disfrutar de temperaturas razonablemente altas para el desarrollo de la vida en el planeta.
La composición de la mezcla de gases que conforman la atmósfera terrestre ha estado cambiando desde su surgimiento. El estudio de los climas antiguos, o paleoclimatología, demuestra que en el pasado han ocurrido cambios del clima terrestre que han provocado extinciones masivas. Las causas de estos cambios han sido siempre naturales.
Las erupciones volcánicas provocan la expulsión de grandes cantidades de gases y partículas que, eventualmente, pueden ocasionar cambios significativos en la composición atmosférica, como los ocurridos con la erupción el volcán Monte Pinatubo en 1991, en Filipinas. En aquella ocasión se produjo una disminución de la temperatura media global en aproximadamente un grado Celsius.
Las grandes cantidades de hojas y ramas que se desprenden de los árboles y se degradan durante los meses de otoño en los países de climas templados, provocan la emisión de gases que modifican la composición química de la atmósfera. Ella retorna a su estado anterior cuando los árboles expanden su follaje en el próximo ciclo y absorben nuevamente esos gases.
Durante siglos la especie humana vivió en relativa armonía con el medio natural. Pero por primera vez en la epopeya humana sobre la faz del planeta, el homo sapiens ha desarrollado la nefasta capacidad de poder modificar la composición química de la atmósfera terrestre con su actividad cotidiana. Desde la Revolución Industrial hasta hoy, la humanidad ha venido desarrollando un colosal y peligroso «experimento químico» de proporciones planetarias, cuyos impactos ya se evidencian y seguirán manifestándose durante décadas en todos los confines del globo terráqueo.
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En el sector de la energía deberán realizarse las principales
acciones para salvar al mundo de la hecatombe climática. |
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Ese experimento ha consistido en la emisión deliberada a la atmósfera de grandes cantidades de GEI al quemar sustancias como el petróleo, el carbón mineral y el gas natural, conocidos como combustibles fósiles. Esto, unido a fenómenos como la explosión demográfica, la deforestación y la expansión de un modelo consumista y estilos de vida no respetuosos del entorno, nos ha colocado al borde de una catástrofe climática global de consecuencias impredecibles.
Los sectores del transporte automotor y de la energía, tanto la generación de electricidad como los usos industriales, tienen una alta cuota de participación en este experimento. Gran parte de la electricidad que se genera en el mundo y la mayor parte del transporte automotor depende del empleo de los hidrocarburos, recursos naturales que además de ser contaminantes no se renuevan. De ahí el nexo entre energía y cambio climático.
Si la humanidad no toma en los próximos años un camino diferente al que lleva actualmente, provocaremos un cambio irreversible en el clima y haremos desaparecer una gran cantidad de especies de animales y plantas. Si no actuamos ahora, vivir en el planeta Tierra será un verdadero desafío para las futuras generaciones.
En el sector de la energía deberán realizarse las principales acciones para salvar al mundo de la hecatombe climática. Hace falta un cambio radical en la manera en que utilizamos los recursos energéticos. A escala de todo el mundo necesitamos ser más eficientes, usar más las fuentes renovables, descentralizar más nuestra producción de energía eléctrica, plantar más árboles para que capten y almacenen el carbono, llevar la electricidad a millones de personas que hoy no la conocen para que mejoren su nivel de vida, educar más y mejor a la gente en el uso de la energía. Sólo una revolución energética global, basada en la descentralización y la eficiencia energética, el aprovechamiento de la energía solar en sus diferentes manifestaciones, la justicia social y la educación energética, salvarán a la humanidad de la autoextinción.
* Especialista del Grupo de Divulgación y Educación Energética de CUBAENERGÍA.
Tel.: (537) 2062059.
e-mail: marioalberto@cubaenergia.cu
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