Un asomo a dos aves de Cuba
Por
Jorge Santamarina Guerra*
El ecologista y escritor —y, para suerte nuestra, corrector de Energía y tú— Jorge Santamarina, escribe sobre aves porque les ha buscado el trino y la belleza en casi todos los parajes del Archipiélago (y en otras coordenadas continentales e isleñas). No sacia su andadura y fervor, y continúa incubando textos sobre las «aladas», que se suman a la sabiduría que podemos aprehender en su libro Un asomo a las aves de Cuba, publicado en el 2008 por la editorial Gente Nueva.
Tocororo
Priotelus temnurus. Endémico de Cuba. Por mostrar en su plumaje los colores de nuestra bandera, ha sido identificado como nuestra Ave Símbolo Nacional. Primo del mítico y elusivo quetzal, venerado por aztecas y mayas, el tocororo, con el bello y sonoro nombre taíno de guatini, también fue objeto de adoración ritual por los cubanos originarios.
El de esta foto parece posar para la cámara, pero no fue así, ya que ningún animal lo hace; la presunción sólo es un (mal) hábito nuestro, y la pose, una de sus manifestaciones, no infrecuente, por demás. Es siempre así, altivo, señorial. |
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Por fortuna —está oficialmente protegido, y, lo que es decisivo, sensibilizada la población con su protección—, lo encontraremos en todos nuestros montes, cual un adorno emplumado y siempre tranquilo.
Comedor de insectos pequeños, es casi imposible mantenerlo en cautiverio: al poco tiempo, de desnutrición muere. La poesía, sin embargo, prefiere suponer que muere de tristeza, debido al encierro. En este caso, como en muchísimos otros asuntos, lo mejor es que cada cual asuma lo que le dicte su razón, o su sentir.
Guacamayo cubano
Ara tricolor. Extinta. Fue la más hermosa ave de Cuba, pero, tristemente, hace más de un siglo dejó de estar a nuestro lado. Es decir, la forzamos a desaparecer. Pensando con los bolsillos, sin miramientos de ningún tipo, arrasamos los montes ancestrales en los que desde siempre vivía; cercenamos, con igual insensibilidad, los grandes árboles que utilizaba para anidar, y el grande pájaro, uno de los más hermosos de las Antillas, no tuvo donde procrear.
Ninguna fotografía suya fue posible. Sólo la descripción de quienes tuvieron el privilegio de admirarlo; en particular, maravillarse con su plumaje tricolor que embellecía los árboles, y que sirvió para bautizarlo. |
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Hoy, a más de cien años de su desaparición, el guacamayo cubano es sólo un recuerdo. Alguna bella ilustración apenas de él nos queda, y un ejemplar taxidermiado en nuestro Museo Nacional de Historia Natural, con sus colores ya un tanto apagados por el tiempo. Desde su silencio parece trasmitirnos un mensaje de alerta, y una pregunta angustiosa:
¿Por qué?
Culpar a nuestros abuelos sólo sería una esquiva. Porque los culpables, admitámoslo, fuimos nosotros mismos, entonces. Y lo peor, lo verdaderamente imperdonable, es que día tras día, en todo el planeta, continuamos extinguiendo hermosos guacamayos. Por eso son tan actuales, vigentes, las sabias palabras que en 1854 —cuando todavía abundaba nuestro Ara—, sentenció el cacique Seathl: «Si todas las bestias desaparecieran, nosotros moriríamos de una gran soledad del espíritu. Porque lo que por siempre les sucediera a las bestias, muy pronto sucedería también a los hombres».
* Miembro de la UNEAC y CUBASOLAR. Premio David (1975).
Autor de varios libros de cuentos y novelas.
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