Información y energía
Por
Alejandro Montesinos Larrosa
Nexos entre la sociedad
de la información y las fuentes renovables de energía
Cuando el hombre tuvo necesidad de comunicar sus ideas y se apropió de los medios para la interacción social, estaba engendrando una cualidad desconocida de la naturaleza:
su humanidad.
|
|
 |
Marcando las alturas y vigilias del proceso humano aparecen los instrumentos. Cada época puede ser definida por la tecnología, su pertenencia social y su contenido ideoestético y productivo. Por eso, al fabricar la matriz para fundir tipos, Gutenberg creó el instrumento que atraparía la edad moderna bajo el accionar de una prensa de imprimir.
Al desarrollo de la cibernética, la teoría de sistemas, la biología molecular, la biotecnología, la genética, la clonación y las nuevas tecnologías de la información y la comunicación se le llama indistintamente revolución científico-técnica, sociedad informatizada, post-industrial o de la información (y últimamente, sociedad del conocimiento). La humanidad aparece afectada en su conjunto y estamos obligados a reevaluar estrategias y objetivos.
Sin los cambios provocados por los nuevos avances tecnológicos de la información y la comunicación, no podremos continuar el desarrollo ascendente de la economía, la ciencia y la tecnología. Nos encontramos en el epicentro del movimiento telúrico de la información. La importancia de los nuevos procesos no reside solamente en las posibilidades técnicas de transmisión, sino sobre todo en la transformación fundamental que imponen a la sociedad.
En el mundo contemporáneo el control de la información y las fuentes energéticas constituye un poder tan efectivo como el económico o militar, y la potencia de las naciones ya no se mide sólo en industrias, reservas monetarias o armamentos: cada vez importa más la capacidad de producir, procesar y diseminar información, además de la sustentabilidad de su soberanía energética.
Las nuevas tecnologías nos llevan a un mundo donde la información y la energía impondrán una nueva mentalidad e inusitadas contradicciones.
Las computadoras, las interfaces especiales, la inteligencia artificial, los sistemas expertos, el almacenamiento y la recuperación electrónica de documentos, la holografía, la telemática, las estaciones de satélites, el Internet y los más diversos software entran en la escuela, las casas, los servicios, la industria, la agricultura y en toda la actividad del hombre, cuando el átomo, los genes, el petróleo y la información están en el podio, descifrando promesas y abismos.
Todas esas nuevas tecnologías se presentan como el material genético portador del signo y el mito de las sociedades actuales. Y el mundo de hoy no es precisamente una panacea.
El hombre enajenado aparece como un fenómeno de la prehistoria de la humanidad. Anda con su ropaje desde los días iniciales en que el fuego tuvo dueño. La cultura icónica y de poder se viene formando desde los primeros balbuceos humanos, y los medios masivos de comunicación y su tecnología devienen reproductores eficaces y democratizantes de imágenes, con la eficiencia y la democracia que permiten y exigen las actuales relaciones de producción.
El lenguaje audiovisual y multimediático, con su asombrosa ubicuidad, impone un acondicionamiento de la conducta. El pensamiento abstracto es atacado por iconos que nos instan a la contemplación y al conformismo (y al consumismo). El lenguaje de los medios pretende denotar más que conformar: tiene la intención de elevar el culto a representaciones preconcebidas, con una perspicacia que envidiarían los santones del Medioevo.
Los medios y su tecnología están ahí; es más, los necesitamos para cualquier proyecto filantrópico local o universal. El hombre, entre otras cosas, debe aprender a manejar esos instrumentos para su definitiva libertad: su más cara ocupación y la más eterna.
Ante la presencia del flujo tecnológico, sobre la humanidad flota una nube de interrogantes que exigen el empleo de la sabiduría y la cordura del hombre: ¿Pueden la cibernética y la genética trascender la frontera de lo controlable y arremeter contra sus creadores? ¿La niebla electrónica puede convertirse en una contaminación irreversible? ¿La computadora y el robot podrán minar nuestras libertades personales: invadir nuestra intimidad? ¿Desterraremos a tiempo el sistema energético mundial basado en los combustibles fósiles y nucleares?
Estas y otras preguntas pesan sobre nuestras conciencias, y no se trata de nuestros sueños, sino de fomentar nuestras vigilias.
La tecnología es cada vez más ciencia, y la ciencia es cada vez más tecnología. ¿Descubriremos los vasos comunicantes entre la ciencia, el arte y la literatura? ¿Cómo descubrirnos en la naturaleza sin esgrimir un antropocentrismo petulante?
Desde hace décadas la humanidad incuba un salto tecnológico sin precedentes, pero importa constatar que el uso de la tecnología imperante es nocivo. Estamos destruyendo la naturaleza, la sociedad, sus valores culturales: la interioridad del ser humano.
No obstante, la tecnología tiene un contenido social que la desborda, una función básica: humanizar la vida humana: lograr una interacción más eficaz y útil del hombre con la naturaleza. La inteligencia artificial es un instrumento tan imprescindible como lo fue el hacha pétrea de los cavernícolas, mientras que el microchip no difiere en esencia del ábaco. Otra arista del problema, también inmediata y omnipresente, aparece al indagar en el gasto energético para cada salto histórico. Los ancestros siempre previeron, y multiplicaron, sus fuentes motrices: los científicos contemporáneos ya calculan el despilfarro de esos recursos. Sin argucias efectistas muchos demuestran que la inteligencia artificial no alcanzará su plenitud de utilidad si continuamos con el desenfreno consumista del petróleo, porque el medio ambiente sólo podrá ofrecerle algunas hachas petaloides a los sobrevivientes del holocausto cotidiano de la sociedad de la información.
Nos falta humildad para imitar la solidaridad del Sol, la mágica sincronización de un hormiguero, el ajetreo fértil de las abejas. Nos falta valor para el diálogo. Tememos la comunión y la fe. No sabemos hacia dónde lleva el trillo de la infancia. ¿Qué necesitamos en nuestras casas: computadoras o paneles solares? La respuesta no debería ser dicotómica: habría que intentar sistemas digitales energizados con tecnologías solares.
El futuro de la sociedad depende de las decisiones que ahora tomemos respecto al desarrollo de las tecnologías informáticas y energéticas. Siempre existen varias alternativas, y el optar por una u otra no sólo es un problema técnico, sino también moral, ético y político. Es preciso estar alertas, porque el renacimiento europeo de siglos atrás, apreciado como el ideal que se debe imitar, incubó una ideología que hoy sólo vive de argucias y de imposiciones mediáticas: sacralizó al hombre como el ombligo del universo, pero ajeno a la humildad de una flor, o la existencia efímera y eterna del rocío.
|

|
|
A la tecnología, que es la que al final multiplicará panes y peces, junto a una actitud ecológica hacia el hombre y la naturaleza, no se debe llevar a la silla eléctrica. Si ayer empleamos el papiro y la imprenta de Maguncia (y el viento para los velámenes), hoy necesitamos de los medios audiovisuales (y de los aerogeneradores). Son simples instrumentos, pero estamos obligados a conocer sus implicaciones sociales; y recordar que con las habilidades de ayer sólo alcanzaremos a movernos torpemente y con muletas.
El hombre es consustancialmente un ser innovador y al mismo tiempo un engendro conservador. La incomunicación aflora cuando no se tienen nuevas alternativas, cuando el engendro conservador se impone al ser innovador, cuando algunos se otorgan el derecho de indicarnos los puntos cardinales y el resto aplaude o acata. La ecología social y la ecología hacia el interior del sentimiento humano, deben ganar adeptos. Habría que imitar al Sol en su capacidad de dar: un compartimiento solidario, sin distinción de razas, ideologías y nivel de información o de consumo energético.
El punto de partida para cualquier análisis futurista debe evidenciar que la libertad de expresión y acción del nuevo milenio es, en la práctica, la libertad de los ricos o de quienes detentan el poder (valga el eufemismo). Y de eso se trata, de redistribuir la libertad de los ricos, para construir otra libertad común. En este empeño, que urge, el libro, los medios masivos de comunicación, las computadoras y las fuentes renovables de energía son instrumentos irrenunciables.
La Pachamama de los incas (la comarca de los Siux, las cumbres de los tibetanos, la tierra prometida de los hebreos, las selvas de los amazónicos y los bantúes, los archipiélagos de los oceánicos; en fin, el planeta azul único que tenemos), está desbordada de utopías en un mundo que quiso proclamar el fin de la historia; está ante el imperativo global de salvarse mediante su herencia humanista, ancestral y latente; está impuesta de una búsqueda con todos, desde su universal fisonomía histórica, económica y social: desde su esencia cultural y amorosa.
|