El petróleo nuestro
de cada día


Por
Alejandro Montesinos Larrosa*


El Apocalipsis y el fin del petróleo convergen hacia la sinonimia. A todos nos asustan con tales contingencias.

Lo apocalíptico suele rodearse con una mítica temeraria; lo del petróleo es un asunto más mundano y turbio.

Primera tesis (apocalíptica): El «mundo»
(la Tierra), en su finitud y eternidad, asumirá el mismo destino del Sol (el astro Rey se extinguirá, dicen los científicos, dentro
de 4 500 millones de años).

 

Segunda tesis (semiredentora): El petróleo no se acabará (es una certeza matemática); antes desaparecerán los matemáticos, junto con los demás científicos y analfabetos, en el holocausto de la civilización que se producirá, entre otras causas, si continuamos quemando el petróleo a la usanza de la modernidad.

Las televisoras anuncian el fin de los hidrocarburos; los comentaristas, con todos los matices del verde, tienden un velo grisáceo sobre nuestras posibilidades de desarrollo si se agotara el petróleo, y los políticos sopesan las conexiones de sus gobiernos con el combustible más universal del siglo xx.

El Homo botonus, el que ya depende de los botones, quiere saber la verdad: ¿Cómo prescindir del petróleo nuestro de cada día?
Una de las primeras contradicciones que «descubrirían» los extraterrestres radica entre nuestra petulante idea de creernos el ombligo del universo y el temor ante un futuro sin petróleo. ¿Cómo hemos llegado a tal dependencia?
Algunos intentan suplir la carencia con la fisión y la fusión nucleares, pero esa opción no aporta una cualidad nueva al dilema: dependeríamos de los combustibles nucleares, igualmente agotables (y mucho más peligrosos).

Parece todo tan absurdo, como las guerras y la propaganda comercial. Un paciente promedio deja de fumar cuando le diagnostican cáncer en los pulmones, sobre todo si le aseguran que tal decisión le permitirá continuar viviendo. De tal forma, una civilización promedio debería dejar de quemar petróleo cuando el diagnóstico lo exige. ¿Construimos una civilización suicida?

La civilización llegará a la autodestrucción si persevera en la combustión de los hidrocarburos: es una premonición que nadie aspira a constatar. Sin embargo, los políticos se empeñan en asegurar la tenencia del oro negro durante algunas décadas más, y el ciudadano común teme llegar a un callejón sin salida si los políticos descuidan esa presunción.

No hay dinero para instalar nuevos parques eólicos, o sistemas solares fotovoltaicos, porque los recursos disponibles se destinan a comprar petróleo o fuel oil (por doquier añoran la aparición de nuevos yacimientos petrolíferos; incluso, muchos cubanos esperan esperanzados, casi como solución divina, el descubrimiento de la veta que debería brotar desde las profundidades del Golfo).

Y he aquí una incitación atendible: No busquemos en las profundidades lo que nos llega, en un torrente sostenible, desde el Sol.

Dejemos nuestra petroadicción, porque compartir con el Sol nos salvará como especie. ¡Amén!
Nos quieren inculcar el temor a lo ignoto cuando el motor de combustión interna deje de dictar nuestra cotidianidad.

Nos quieren aletargar con los discursos contra el cambio climático, sin incluir en los presupuestos el tránsito acelerado hacia una energética basada en las fuentes renovables de energía.

Nos quieren hacer creer que la energía nuclear es una alternativa redentora y ecológica (en tanto no emite gases de efecto invernadero, dicen; aunque lo cierto es que facilita la proliferación de armas nucleares, decimos).
Tenemos Petrocaribe: ¿Cuándo crearemos Solcaribe?

El petróleo nuestro de cada día, tan cotidiano que parece eterno, casi no deja participar a los pueblos en la asunción de sus destinos: nos obliga a depender de Wall Street, de las tendencias alcistas, del Imperio y sus leguleyos, de la madeja de infortunios que nos impone como legado la British Petroleum...

Habría que atender la incitación desesperada de Roberto Manzano en su poema «Los degradadores»:

A este paso lo dejarán todo árido. A este paso, atilas de la tierra, césares segando la flor recién formada, todo quedará seco como hueso lavado por los meses, como un maltrecho omóplato blanco tirado sobre la arena.(…)

Sal al proscenio, poeta. Asoma al viento tu corazón de dos alas, y da al viento tu palabra escogida, tu frente de cristal soñoliento y esperanzado. Porque es la hora de la hora, ya sólo queda la hora de la hora, ya es la Hora!

Ya no sólo los poetas habremos de salir al proscenio: llega la Hora de dar la batalla, con todos, contra el petróleo y los combustibles nucleares, por la vida, para que nuestros corazones sigan asomándose al viento.

* Escritor, editor e Ingeniero Mecánico. Máster en Periodismo. Director de la Editorial CUBASOLAR y de la revista Energía y tú. Autor de los libros Matrimonio solar y Hacia la cultura solar, entre otros.
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