Educación energética: ¿fácil de lograr?


Por
Mario Alberto Arrastía Ávila*

 

Desarrollar una educación
energética para el respeto
ambiental implica formar valores
y crear una nueva relación
de los usuarios con la energía

 

Mucho se menciona la necesidad de usar racionalmente la energía eléctrica. Los medios de difusión abordan a menudo el tema y explican, de forma comprensible, cómo hacerlo en el hogar y en otros escenarios. Se promueven acciones dirigidas a la toma de conciencia por trabajadores y directivos sobre el ahorro de portadores energéticos.

En las escuelas cubanas existe el Programa de Ahorro de Energía del Ministerio de Educación (PAEME), creado en 1997 con el propósito de formar actitudes y valores en niños, adolescentes y jóvenes, acerca de la necesidad del ahorro de la energía eléctrica y la protección del entorno en aras de lograr un desarrollo sostenible. Por eso, el PAEME también enfoca la promoción del conocimiento de las fuentes renovables de energía.

Entonces cabría preguntarse: si se nos instruye desde niños en el ahorro y el uso racional de la energía, se nos muestra cómo hacerlo y los medios de difusión nos estimulan a convertirlo en una práctica diaria, ¿por qué apreciamos que persisten conductas que contradicen la educación energética que fomentamos? De ahí: ¿Qué significa tener cultura energética? ¿Es ésta sólo una preocupación cubana de estos tiempos?La educación, la cultura y la conciencia energéticas tienen que ver con los valores creados en el hombre, y se desarrollan si existen condiciones propicias. Un niño puede ser educado en la escuela en utilizar racionalmente la energía, pero si en su entorno familiar predomina el despilfarro de electricidad y al caminar por las calles de su comunidad ve las luces del alumbrado público encendidas durante el día, no se favorecerá el desarrollo de su conciencia energética.

La conciencia energética no se adquiere como se aprenden a resolver problemas de física, matemática o ingeniería. No existe un algoritmo para inculcar en las personas conciencia acerca del uso de la energía y sus impactos ambientales. Hay quien dicta conferencias sobre el ahorro de electricidad y la despilfarra en su accionar cotidiano. Algunos se ufanan de su experticia en temas energéticos y adolecen de falta de conciencia al usar la electricidad.

A veces se cambian comportamientos en el uso de la energía, pero los mismos duran poco tiempo. Para lograr en las personas cambios duraderos en la manera en que utilizan los recursos energéticos, hay que fortalecer las acciones educativas para evitar que se generen las conductas que condujeron a un comportamiento descuidado en el uso de la energía. Los comportamientos derrochadores son la manifestación externa de la actitud de la persona en relación con el uso de la energía, o sea, de su conciencia energética. Son la evidencia visible de una falta de educación y cultura energéticas.

La educación energética para el respeto ambiental es un proceso pedagógico imbricado en la gestión del conocimiento en temas energéticos, como parte de la formación del capital humano (conocimientos, habilidades, comportamientos y modelos mentales). Para lograrla deben aunar esfuerzos familiares, educadores, psicólogos, ingenieros y especialistas de los medios de difusión masiva, la mercadotecnia y la comunicación social.

Tener cultura energética es saber que los procesos de generación, transmisión y uso final de la electricidad, tienen costos económicos, sociales e incluso impactos ambientales que pueden tener alcance global. Esto es particularmente evidente en el caso de las emanaciones de gases de efecto invernadero producidos por la quema de los combustibles fósiles. Tener cultura energética es asumir también el uso de la energía responsablemente y poder reconocer los flujos energéticos no fácilmente perceptibles en los procesos de la vida diaria.



Desde finales del siglo xix se han producido tres hechos que influyeron marcadamente en los hábitos y actitudes vinculadas con el uso de la energía. Por un lado, la energía eléctrica se hizo poco a poco imprescindible para la vida cotidiana, y relativamente barata a partir de los subsidios concedidos por los gobiernos para su producción y uso. Los ciudadanos no son conscientes de los costos ambientales, sociales y militares de los portadores energéticos concentrados (uranio y combustibles fósiles). Con el avance de la ciencia y la tecnología surgieron, como otra manifestación, servicios energéticos como la climatización, la informatización, la refrigeración y otros, que dispararon el uso de la energía eléctrica. El tercer hecho es que con la llegada de nuevos productos tecnológicos para prestar los servicios energéticos, los flujos de energía se hicieron cada vez más «invisibles». Todo esto ha propiciado que las personas sean inconscientes de sus actos en cuanto al uso de la energía y de los impactos que puedan provocar. Veamos un par de ejemplos.

Los habitantes de las zonas frías del planeta hace poco más de un siglo transitaron por un proceso caracterizado por el corte de trozos de madera y la elaboración de carbón vegetal para alimentar el fuego y calentarse, hacia la compra de combustible para su calentador casero y el empleo de calentadores a gas, aceite o electricidad para ese propósito. Hoy, con apretar un botón se hace confortable la temperatura. Para iluminarse en las noches, nuestros antepasados cortaban trozos de ramas de los árboles y encendían fuego, acciones que requerían de tiempo y esfuerzos. Después aparecieron las velas y las lámparas de gas, y hoy sólo se requiere accionar un interruptor para obtener la luz. En algunos casos basta con nuestra presencia gracias a sensores optoelectrónicos.



Según Karen Ehrhardt-Martínez, del Consejo Estadounidense para una Economía Energética Eficiente, «nuestro involucramiento activo en el proceso de calentar (o iluminar) nuestros hogares, y la apreciación visual del volumen de consumo de combustible, ha disminuido a un punto tal que el (ciclo del) consumo de energía se ha hecho completamente invisible. El único contacto que tenemos con la cantidad de energía que usamos es la factura mensual». Pero esa factura eléctrica que recibimos cada mes no nos dice cuánto combustible se usó en satisfacer nuestro apetito energético, ni la contaminación ambiental provocada, ni el costo real de la energía servida.

A menudo nos preguntamos: ¿por qué es difícil que las personas asuman conductas adecuadas en el uso de la energía eléctrica? Además de los factores antes mencionados, sucede que la electricidad es un vector energético peculiar. Si al derrocharla se derramase algo de los equipos eléctricos e inundase las habitaciones, como sucede con el agua cuando dejamos una llave abierta, o se produjesen ruidos molestos cuando se deja una hornilla o una luz encendida sin necesidad, tal vez muchas personas asumirían estilos de vida más responsables. Si cada descuido en el uso de la electricidad provocase olores desagradables, como cuando hay un escape de gas, la mayoría de los usuarios se apresuraría a corregir esas conductas. Si la energía eléctrica que consumimos estuviese almacenada, como en el caso de los sistemas fotovoltaicos aislados donde la electricidad que se utiliza se almacena en baterías, y pudiésemos ver que la cantidad disponible se agota, o si se pagara antes de usarla, quizá muchas personas se esforzarían por emplearla racionalmente.

Promover cambios de actitudes al usar la energía es un tema al que se le ha concedido importancia durante décadas. En 1980, a solicitud del Departamento de Energía de los Estados Unidos de América, se creó el Comité sobre los Aspectos Sociales y del Comportamiento en el Consumo y Producción de la Energía. Es paradójico que siendo pionero en esos propósitos, en ese país persistan muy altos niveles de despilfarro energético y una abrumadora falta de conciencia en el uso de ese vital recurso.



Actualmente, la Unión Europea estudia, a través del Eurobarómetro, las actitudes de sus ciudadanos hacia el uso de la energía. El Reino Unido realiza sus propios estudios de actitudes y conocimientos del público sobre energía y medio ambiente. Países como Canadá, Sudáfrica, Japón, Brasil y Túnez, realizan actividades para promover el ahorro de energía y la cultura energética, aunque en ellos predominan los estilos de vida consumistas. El Instituto para la Diversificación y el Ahorro de Energía de España lleva a cabo una campaña de ahorro energético protagonizada por los jugadores del equipo nacional de fútbol. China promueve una cultura energética basada en el consumo saludable, civilizado y ahorrativo, y realiza cada año la Semana del Ahorro Energético, para establecer un mecanismo de efecto prolongado en toda la sociedad.

Cálculos realizados a partir de datos de la Oficina Nacional de Estadísticas arrojan que en el 2009 los hogares cubanos usaron 38% de la generación eléctrica. El uso de la electricidad en los hogares creció alrededor de 51% entre el 2000 y el 2009, en buena medida debido a la generalización de la cocción eléctrica. Las cifras demuestran la necesidad de mantener un diálogo permanente con los clientes del sector residencial e influir en sus hábitos de consumo de electricidad. La factura eléctrica podría ser un útil instrumento didáctico en beneficio de la cultura energética popular, como ya ha comenzado a hacerse. La Empresa Eléctrica podría enseñar a sus clientes a usar inteligentemente la electricidad, retroalimentándolos y motivándolos a sostener esos esfuerzos. Ejecutar proyectos demostrativos sobre buenas prácticas en el uso de la electricidad, siendo los propios actores quienes difundan los resultados, favorecería una mayor credibilidad por otros usuarios que intentarían imitar esas conductas.

El componente energético es indispensable en la formación de la cultura general integral de cada ciudadano, de cara a los retos que supone el enfrentamiento a los impactos del cambio climático, y a la aspiración de avanzar hacia un desarrollo sostenible. Hay que inducir en las personas una cultura energética que potencie comportamientos ahorrativos y profundice en el conocimiento de las aplicaciones de la energía solar en sus diferentes manifestaciones, como antesala imprescindible a su necesaria masificación.

* Licenciado en Física. Especialista del Grupo de Divulgación
y Educación Energética de CUBAENERGÍA.
tel.: (537) 2062059.
e-mail: marioalberto@cubaenergia.cu