José Martí:
su recepción
en la naturaleza pinareña


Por
Nery Carrillo Alonso*

Nexo de cultura y paisaje en el Apóstol cubano

 

Recientes investigaciones, como las realizadas por Armando Abreu, confirman la visita de Martí a la más occidental de las provincias cubanas —conocida antes como Vuelta Abajo, y hoy, Pinar del Río—: su presencia más de una vez en Balestena y Las Pozas, regiones a las que acudió impulsado por las actividades revolucionarias, pasaron inadvertidas, por «andar ocultas», hasta hoy.

Bella y misteriosa a la vez, la naturaleza en Pinar del Río exhibe paisajes fascinantes, dados por su calidad cromática y por la caprichosa geografía que entreteje historias y mitos, cuyos orígenes se remontan a épocas milenarias, y en cuyo acontecer se funden, entrelazadas, la realidad y la fantasía.

Entre esos lugares se destaca Viñales, reconocido y declarado por la UNESCO como Paisaje Cultural de la Humanidad, privilegio otorgado justamente por sus riquezas naturales. Y quizás, por ese misterioso don otorgado a esta parte de la provincia y del país, es que se observa, desde un lugar conocido como Sitio del Infierno, en el tramo de la carretera que une a Viñales con la comunidad El Moncada, el ya popular «Martí Yacente».
¿Qué es en definitiva este accidente geográfico? En 1971 el investigador Onaney Muñiz, del Instituto Nacional de Geografía —según investigaciones realizadas por el historiador Ricardo Álvarez Pérez— durante una excursión botánica por esta zona, se percató de la imagen del Apóstol, única en Cuba, y probablemente en el mundo.

El descubrimiento en cuestión revela la imagen de Martí acostado sobre un lecho de variada vegetación, de perfil, y, como él mismo había preferido, de cara al Sol. Esta singular formación se hace aún más misteriosa cuando, al estudiarla, se constata que la imagen yacente del Maestro no la aporta una sola montaña, sino que la conforman varias elevaciones de la sierra de la Guasasa, ubicada a casi veinte kilómetros del lugar donde es observable la figura martiana, en una zona conocida como Laguna de Piedra, en Viñales.
Como si la realidad y el símbolo se identificaran más allá de lo puramente convencional, para verlo solo es posible desde la carretera, particularmente en un punto donde, a un lado, crece una palma y del otro, un pino. Un espectáculo que pudiera clasificarse como «real-maravilloso», atendiendo a la concepción carpenteriana, cuyas connotaciones simbólicas lo hacen célebre.

Es en la obra martiana afán reiterativo —incluso de trascendencia— su apego a la naturaleza como fuente primaria de conocimiento y disfrute estético. En sus versos había dicho: «Bajo la yerba / Yo también creceré». Esa imagen, ¿no es también la fusión del hombre y la naturaleza, como un solo hecho natural, para, desde la altura, mantener el legado de aquel y la magnificencia de aquella, cuyos cuidados parecen reclamados por el Maestro en franca y literal comunión con ella? ¿No son ambas fuentes permanentes de conocimiento, y cada una, reflejo de la realidad del país, de su condicionalidad y eticidad? ¿No son ambas nuestra principal riqueza? Las ideas están en esa actitud vigilante y abarcadora del archipiélago cubano representada en Martí y las montañas, el espacio abierto, elevado, proteico que lo eterniza.

¿No es curiosa y simbólica la singular imagen del Apóstol, en esta región de Cuba, que se puede visualizar entre una palma —símbolo nacional— y un pino —símbolo de la región que eterniza así su presencia—, en un descanso que pareciera evocar en su amado poemario Versos sencillos?:

Y la alfombra es puro helecho
Y los muros abedul,
Y la luz viene del techo
Del techo del cielo azul.

La correspondencia entre la ubicación natural de esa imagen del Maestro, el ámbito en que se inserta y la connotación ideoestética que sugiere, legitima su grandeza y verifica lo que él mismo apuntara, al denominar la naturaleza como «la gran madre…, cuyo conocimiento augusto se pierde en lo intangible e invisible», pues ella, en acto fecundo, abraza al Héroe, lo arrulla y lo inmortaliza en la «escultura» singular en que reposa.
El Maestro, al fin, ha alcanzado su deseo:

Duermo en mi cama de roca
Mi sueño dulce y profundo
Roza una abeja mi boca
Y crece en mi cuerpo el mundo.

Pero no sólo Viñales nos regala con su espléndida naturaleza esta presencia viva del Maestro: a unos doscientos metros sobre el nivel del mar, en una fértil y húmeda colina en la Sierra del Rosario, reserva de la biosfera, se encuentra el Orquideario, cuya historia, facilitada por el Doctor Pedro López Trabanco, se remonta a 1952, año en que Tomás Felipe Camacho, abogado de origen canario, decidió construir un bello jardín en honor a su hija fallecida de parto.

En la década de los cincuentas se consideraba el mayor en especies de orquídeas de América Latina, y para lograrlo contrató a un experto horticultor japonés, Kenji Takeuchi, quien creó varios híbridos novedosos que ampliaron la colección, no sólo de orquídeas, sino de lirios y otras plantas.


Lirio «José Martí», creado por el horticultor
japonés Kenji Takeuchi, en el Orquideario de Soroa.

Motivado por la obra y personalidad del Apóstol, Takeuchi se propuso crear, a partir del cruzamiento de dos variedades de lirios, uno que justamente naciera el 19 de mayo de 1953, año del centenario de su nacimiento y aniversario de la caída del Héroe. Para ello cruzó dos variedades del lirio trompeta oriundo de Japón y así nació el que bautizó como Lirio José Martí, único en el mundo, cuyas flores grandes y blancas exhalan una sutil fragancia, y cuya hermosura la distingue entre otras de su especie.

¿Por qué el lirio? En Japón y China las flores del lirio trompeta son consideradas símbolos de pureza, brillantez, libertad y felicidad, condiciones propias de quien inspirara tan admirable y conmovedor acto. Desde entonces el lirio florece cada mayo junto al busto colocado allí como tributo permanente de la naturaleza al más universal de los cubanos.
La Naturaleza, una vez más, pródiga y sabia, regaló a la más occidental de las provincias cubanas no sólo múltiples bellezas, sino la permanente presencia de ese «rayo de luz que penetra en las nubes», haciéndose un perenne arco iris, en la fragancia con que cada mayo lo eterniza.

** Máster en Ciencias, Sociedad Cultural José Martí,
Universidad de Pinar del Río, Cuba.
e-mail: nery@fcsh.upr.edu.cu