Palabra singular, entre los hispanohablantes: no varía en número (se escribe de igual forma, tanto en plural, como en singular), y es femenina (entre los griegos significaba un «momento decisivo»). Con tantas crisis, los momentos actuales son evidentemente decisivos. Y ya no basta con asumir estrategias de «mitigación» de una de ellas, por separado. ¿Para qué nos sirve una economía «próspera» en un hábitat «famélico»?; ¿cómo sanear las finanzas mundiales si las monedas son, básicamente, electrónicas y sin el consecuente respaldo en «especias»?; ¿hacia dónde vamos, con tantos vaticinios sobre la finitud del petróleo y el uranio?; ¿quién distribuye los granos de maíz, para los autos o los estómagos?; ¿por qué tanta algarabía por los osos panda, cuando desaparecen tantas etnias anualmente, en un silencio brutal?... Con el PIB de unos pocos, alcanza para una economía «decente» para todos. Se acuñan más billetes de los que podemos contar, cada uno de los terrícolas, durante toda la vida, si sólo nos dedicáramos a esa tarea. Con menos de 0,1% de la energía que nos llega desde el Sol, basta para satisfacer todas nuestras demandas energéticas. Producimos alimentos en tal cuantía que cada Homo sapiens contemporáneo podría desbordar su cuenco, con cierta suculencia… Pero la cuenta se muestra esquiva en la cantidad de planetas que empleamos para solventar el estilo de vida predominante (entre los pudientes, por supuesto): dicen los artífices del concepto de «huella ecológica» que ya consumimos los recursos de más de un planeta Tierra (y aseguran, los astrónomos, que, por ahora, sólo disponemos de uno). Entonces, ¿la crisis ambiental se lleva las palmas? La crisis real (el «momento decisivo») sobrevendrá cuando descubramos la incapacidad del agua y el suelo actuales para alimentar a los biznietos de los nietos que ahora nos rodean, amorosos de nosotros, sin saber el legado que les dejamos. Aún no aparecen los aguateros celestiales (ni en las más imaginativas películas de ciencia-ficción), ni brotarán nuevas islas salvadoras, volcánicas o no, desde los océanos, que se expansionan por el calentamiento global. En cantidad, disponemos del mismo volumen de agua desde los tiempos en que los mayas utilizaron un símbolo para el cero por primera vez, o desde que una manzana cayera sobre la cabeza de Newton. En cualidad, ya nadie se puede bañar en el arroyuelo donde Amalia Simoni lavaba su cabellera. ¿Los suelos? Algunas islas, predicen algunos, pronto desaparecerán del planisferio (y las que queden emergidas, perderán sus nutrientes, por la agroquímica y el consumismo). Crisis económica: ¿Alguien ha calculado la relación entre las bombas y los arados existentes? Crisis financiera: ¿algún banco podría proporcionarle a Bill Gates su fortuna, en billetes de un dólar, según los dígitos que atesora? (a pesar de que el mundo dispone de muchas máquinas impresoras de billetes, más preciados que el oro después de Bretton Woods). Crisis energética: ¿por qué preocuparse, si la British Petrollium sigue vivita y coleando? Crisis alimentaria: ¿para qué publicitar los alimentos, si no llegan a los famélicos bolsillos del Sur? Crisis ambiental: ¿quién le pone el cascabel al gato, si todavía algunos persisten en culpar al Sol por la lamentable proliferación de cáncer en la piel de los bañistas consuetudinarios? ¿Son, éstas, las únicas crisis? Al menos, los periódicos insisten en ellas, quizás porque pueden llegar con mayor facilidad a las estadísticas, o porque aún no hemos logrado algoritmos para los asuntos del espíritu. Detrás de ese torrente de crisis, ¿llega el fin de la historia? ¡Cuánto personaje, sin ética, culpa al Diablo por tanta hecatombe! ¿Dónde queda, en ese maremágnum de infortunios, la moral? Crisis moral: ¿cuándo sentiremos en la mejilla propia las injusticias que se cometen contra el prójimo y la Pachamama? Alarma saber que se conciben metodologías para la vigilancia y el pronóstico de derrames de hidrocarburos en el mar, en las que los científicos no se sonrojan al prever «áreas de sacrificio», hacia donde deberían llevarse, como alternativa, las mareas de petróleo, en caso extremo. ¿Podría concebirse algo más parecido al maltusianismo medioambiental? Los cubanos —¡dicha grande!— contamos con la ética martiana; y desde ella, en la cotidianidad, podemos aprehender los vectores de la cultura solar, entre los que identificamos el progresivo e inevitable cambio de la estructura energética mundial, desde los combustibles fósiles y nucleares, hacia la energía solar, en todas sus manifestaciones, en el contexto sinérgico del trinomio ciencia-tecnología-sociedad. He aquí un «momento decisivo»: pasemos el dinero destinado a extraer petróleo, desde las entrañas del Golfo, hacia los presupuestos de las fuentes renovables de energía. ¡Claro!, habremos de tener en cuenta, en tal elección, las implicaciones económicas, financieras, energéticas, alimentarias, ambientales, éticas y morales. * Escritor, editor e Ingeniero Mecánico. Máster en Periodismo. |