El cambio nuestro
de cada día



Por
Alejandro Montesinos Larrosa*
 

Pareciera que el único cambio de la contemporaneidad es el climático; sin embargo, hasta sus «culpables» hablan de él como de algo distante, con lenguaje impersonal, como si el asunto no les rozara la epidermis.

Vayamos directo al asunto: la combustión del petróleo en las centrales termoeléctricas es una de las principales causas del cambio climático. Y, lo peor: seguimos quemando petróleo. Y, lo más alarmante, planificamos seguir quemando hidrocarburos.
Cuando el cambio climático provoque el holocausto universal, sabe Dios si los arcángeles definirán al Homo sapiens como la especie más incendiaria y suicida de la historia pre-apocalíptica.

Ocurren catástrofes nucleares (Hiroshima, Chernóbil, Fukushima), y derrames espectaculares (Golfo Pérsico, Golfo de México), provocando aumentos en las tiradas de los grandes diarios. Y después sobreviene el silencio sobre las contaminaciones rutinarias alrededor de las centrales nucleares y los yacimientos petrolíferos. Y como telón de fondo las guerras, tan cotidianas que parecen tolerables.

La eterna controversia sobre la existencia, o no, de Dios, cede terreno a las discusiones sobre el carácter antropogénico, o no, del cambio climático.

Siempre podemos culpar al Sol, a los rayos cósmicos y a la misma Pachamama. René Descartes propuso que para llegar a la verdad, entre otras actitudes, debemos no creer ninguna verdad hasta haber establecido las razones para creerla (incluido el cambio climático, si es preciso). Por ese camino corremos el riesgo de que la verdad nos corroa el hábitat, y lleguemos a un punto en que ni siquiera podamos constatar los cambios globales (y los locales, por supuesto), que ya muchos demuestran científicamente.

El Homo sapiens forma parte de la biosfera, aunque a veces se le distancie con un antropocentrismo chovinista, y cada vez más se convierta en un agente climático caótico, a pesar de su capacidad de raciocinar.

Puede ser, y de hecho lo es, que el clima cambie por razones exógenas: las variaciones solares y orbitales, la compleja composición atmosférica, la deriva continental, el campo magnético terrestre, las corrientes oceánicas… Por otro lado, siempre hubo guerras, volcanes, meteoritos, glaciaciones, agricultura, sistemas energéticos, ricos y pobres…

Sin embargo, desde hace milenios ningún mortal ha sentido en carne propia una glaciación, no nos han crecido más volcanes y ya ha pasado más de un siglo sin la visita de un meteorito como el de Tunguska; en cambio, desde una lógica elemental y con el auxilio de estadísticas simples, podemos constatar que las guerras son más destructivas, buena parte de los productos agrícolas se destinan a energizar más de ochocientos millones de autos, mientras que similar cantidad de seres humanos padecen hambre crónica, y ya los pobres comienzan a cansarse de su condición.

Como nunca antes, los sistemas energéticos engullen los finitos recursos minerales disponibles, para satisfacer las orgías consumistas de los ricos (aunque parezca infantil, es así de simple).

Y vendrán las revoluciones, cuyos vectores podrían ser inusitados, porque en cualquier caso los ideólogos de las transformaciones deberán auscultar, diagnosticar y precaver los nuevos problemas medioambientales, energéticos y alimentarios. Habría que indagar, por ejemplo, los nexos entre el derrumbe del socialismo real y su matriz energética (carbonera, petrolera y nuclear, y derrochadora, por demás).

Aunque parezca ingenuo, vale la pena formular lo siguiente: Si existe al menos la duda de que el empleo del carbón y los combustibles fósiles y nucleares con fines energéticos está provocando el cambio climático, y si ya está demostrado científicamente (y con cálculos socio-económicos) que solo con las fuentes renovables de energía se pueden satisfacer las necesidades energéticas de la humanidad, hoy y mañana, ¿por qué no cambiamos, ya, el sistema energético mundial?

Cambia el mundo, a pesar de que las finanzas mundiales se dilapidan en guerras, cosméticos y publicidad comercial; a pesar de que los grandes medios de ¿comunicación? viven al margen de esas transformaciones, a veces bruscas, siempre sutiles.

Todo cambia, pero algunos cambios exigen el concurso consciente de todos. En particular, los cubanos podemos diseñar, estructurar y materializar una política energética nacional basada en las fuentes renovables de energía, en el menor período posible, de manera tal que se convierta en un asunto de seguridad nacional; y también en una cuestión de honor, para salvaguardar la imagen de Cuba como país revolucionario, hacia el ser humano, en armonía con la naturaleza.

El clima cambia: ¿cambiaremos los hombres con él, o intentaremos la lúcida e imprescindible actitud de cambiar nosotros para que él no cambie?

Por lo pronto, habría que insistir en una evidencia: la combustión del petróleo es la principal fuente de contaminación en Cuba. Y eso sí podemos cambiarlo, porque depende fundamentalmente de los cubanos, que contamos con nuestro justo sistema social. Y, además, disponemos de abundante sol, viento, agua y biomasa. He aquí la matriz para un necesario y provechoso debate.

* Escritor, editor e Ingeniero Mecánico. Máster en Periodismo.
Director de la Editorial CUBASOLAR y de la revista Energía y tú.
Tel.: (537) 6407024.
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