Crónica culinaria
para adultos mayores



Por
Madelaine Vázquez Gálvez*

Con Martí: «la educación
ha de ir donde va la vida»

 

 

En abril de 2009, por iniciativa de algunos compañeros de la Cátedra Universitaria del Adulto Mayor (CUAM), que cuenta con su sede en la facultad de Psicología de la Universidad de La Habana, iniciamos un taller de cocina en la Casa del Pedagogo Raúl Ferrer, sita en la barriada de Santos Suárez, del municipio de Diez de Octubre, en la ciudad de La Habana.

El proyecto cubano sobre la educación de adultos mayores representa una hermosísima obra de la Revolución Cubana, y está basado en el desarrollo de los presupuestos educacionales para la tercera edad, como una vía para mantenerlos activos y mejorar su calidad de vida. Hasta el presente ha graduado a más de setenta mil cursantes en todo el país, y su sistema educativo incluye cursos regulares, de superación y de continuidad.

Precisamente, en esta última modalidad, nos inspiramos Arkelia, la presidenta de la filial de la CUAM del municipio Diez de Octubre, y yo, para desarrollar este taller de cocina, y poder reunir a personas de este grupo etario, interesadas en recibir enseñanzas culinarias. Todo ello, por supuesto, examinado con las profe líderes de la Cátedra: Teté (la doctora Teresa Orosa, presidenta de la CUAM), Antonia (vicepresidenta), Ofelia (responsable del módulo de Educación y promoción de salud), Gisela (ya fallecida) y Dania, entre las más destacadas, que nos apoyaron incondicionalmente desde el principio.

Las clases se concibieron mediante un programa, con los basamentos educativos siguientes: la relación horizontal con los cursantes, sus verdaderas motivaciones y el carácter esencialmente participativo de los encuentros. Basado en ello, y en la enorme alegría que sentíamos por colaborar con la Cátedra, un mes antes, nos reunimos en casa de la profe Arkelia; también invitamos a Mercedes, profesora de cultura alimentaria de la filial de Santos Suárez. Desde antes, ya tenía preconcebida una estructura de clases, que ese día analizamos y discutimos, hasta llegar a un formato, que se ha mantenido hasta el presente, aunque con ligeras variaciones.

Ese día acordamos la estructura de los encuentros de la forma siguiente:

• Veinte minutos de charla sobre un tema sobre alimentación.
• Foro de discusión, para analizar diversas temáticas relacionadas con el consumo alimentario. Por ejemplo, los valores nutricionales de los alimentos, el uso de los condimentos, cómo lograr comer en familia, etcétera.
• Actividades didácticas, es decir, lecturas de poemas con el tema culinario, enlace de refranes («Contigo pan y cebolla», «a falta de pan, casabe», «ese huevo quiere sal», etc.), curiosidades de los alimentos, entre otras.
• Actividad lúdica o de juego.
• Siembra de una planta.
• «La profesora cocina».
• Presentación de platos por las familias (así se llaman los equipos de trabajo en este sistema de estudios), acorde a un tema preestablecido (platos a base de maíz, postres típicos, platos tradicionales, ensaladas, cocina internacional, etcétera).
• Degustación.
• Conclusiones.

 

Participantes de la segunda edición del Taller de Cocina para Adultos Mayores.

 

El primer día de clases del 2009, a las nueve de la mañana, el aula estaba abarrotada. Había más de cincuenta personas, y Arkelia y yo no sabíamos cómo resolver el asunto de la matrícula. Entonces, Arkelia (que tiene tanta paciencia), con voz y actitud de experimentada pedagoga, pidió un poco de silencio y pude iniciar mi clase. Aun así, los murmullos continuaron, pero la clase se desarrolló exitosamente.

Para ello pedimos a los cursantes que se agruparan en familias, que se autonombraron quimbombó, espinaca, ají picante, perejil, piña, perejil y zanahoria. Ese día hablamos de la historia de la cocina en Cuba, y quedé sorprendida sobre cómo enriquecían mi charla, con vivencias y recuerdos. A continuación jugamos a los refranes; también yo había traído tomates y cebollas, que ellos cortaron como si fueran profesionales, y luego salimos al patio a descansar diez minutos. Como habíamos preparado algunos refrigerios, degustamos todo con mucho beneplácito, para finalmente deleitarnos con una berenjena guisada que les había cocinado. Por otra parte, las profesoras les explicamos cómo serían las clases subsiguientes, y sentí que el grupo empezó a entrar en confianza. Ya eran más de la una y no se querían ir. Les orienté la tarea, traté de aprenderme algunos nombres y nos despedimos.

Arkelia y yo nos quedamos comentando lo que había sucedido. Yo le pregunté el porqué de los murmullos y de la creciente inquietud del grupo. Ella me explicó —y nunca lo olvidaré, pues en lo adelante ese sería uno de los ejes que más orientarían mi desempeño con ellos—, que los adultos mayores encuentran en estas aulas un lugar de profuso intercambio y se emocionan al poder compartir criterios y ser escuchados: no siempre tienen esa posibilidad en sus hogares.

Como los encuentros eran una vez al mes, los jefes de familia procuraron aglutinar a sus correspondientes grupos para cumplir la tarea docente; algunos venían de municipios más distantes de la sede (Guanabacoa, Regla, San Miguel del Padrón); aún así, se las arreglaron para asistir a esta segunda clase, ya con la tarea cumplida. Arkelia los saludó, comentó las efemérides de ese mes, que se distinguía por conmemorarse el Día de las Madres. Yo inicié mi charla con la importancia de presentar alimentos de variados colores en la mesa, lo que se conoce como la dieta de colores; luego me preguntaron muchas cosas: que si el huevo sube el colesterol, por qué dicen que el pepino es indigesto, que si el yogur de soya era bueno, cómo influir en la familia para disminuir el consumo de comida chatarra... Fue realmente una primera parte muy intensa, y todos salimos satisfechos. El aula ya se sentía con más quietud.

Más tarde jugamos a las canciones y la comida. Por ejemplo, de una caja, cada familia sacaba un papelito con el nombre de un alimento y tenían que cantar una canción donde éste se mencionara. Así, cantamos varios estribillos como: me gustan los tamalitos, los tamalitos que vende Olga; maní, manicero se va; ¡ay caserita no te acuestes a dormir!; dile a Catalina que te compre un guayo, que la yuca se te está pasando; el bobo de la yuca se quiere casar; bacalao con pan; muchacha dice tu abuela, no te metas en la cocina, que el que anda con gasolina, no ha de jugar con candela; el que siembra su maíz, que se coma su pinol, etc. Pero lo que más risa nos dio fue la canción del grupo Kola Loca, que no adivinaban al principio cuando mencioné a la sal, y era: ¡padrino, quítame esta sal de encima!


Procedimiento:
1. Seleccionar el arroz. 2. Pelar, lavar y cortar las papas
en dados pequeños. 3. Poner en olla arrocera el agua
y la sal, agregar las papas y dejar hervir. 4. Adicionar
el arroz, tapar y cocinar, hasta que el grano abra.
5. Aparte, elaborar un sofrito con las plantas aromáticas
picadas fino. 6. Añadir el sofrito al arroz, revolver y dejar
cocinar durante unos minutos más.



Procedimiento:
1. Tener dispuesta la yuca rallada y el almíbar.
2. En recipiente apropiado, mezclar la yuca con
el almíbar y los tres huevos batidos. Añadir la nuez
moscada. 3. Colocar la mezcla en un molde acaramelado
y cocinar en olla de presión durante veinticinco minutos.
4. Refrescar, refrigerar y desmoldar.

Nota 1: El almíbar se elabora con una taza de azúcar
y media taza de agua. Ésta debe refrescarse antes
de mezclarla con los huevos batidos.

Nota 2: Las tres recetas expuestas se inspiran en ideas
originales de Vivian y Sergia, alumnas del curso.

Al final, pusimos las siete mesas. Ellos colocaron sus pulcros manteles, diversas manualidades alegóricas al nombre de cada familia, flores, tarjetas llenas de dibujos y con las recetas descritas, en fin, toda la delicadeza, perseverancia y buen gusto de nuestros abuelos y abuelas estaban allí… El tema común que les habíamos orientado consistía en «Alimentos de sustento de la cocina cubana». Entonces, se produjo un inolvidable desfile de platillos muy cubanos, a base de boniato, calabaza, arroces, frijoles, yuca, maíz, plátano, etc. Un suculento bufet, lleno de iniciativas e imaginación culinarias, colmó las mesas ese día, con tamalitos, boniatillos, congrí, harina en dulce, flanes, pudines, chatinos, tamborcitos de papa, croquetas, papas rellenas, fufú, exquisitos arroces, limonadas, vinos caseros, entre otras muchas preparaciones. Yo les presenté un arroz con vegetales, y cada cual explicó su obra culinaria. Compartimos ese primer festín con complicidad y buen humor. Antes de despedirnos, analizamos el desarrollo y los resultados de la clase, les di la tarea y los cité para el tercer encuentro…

Así, ya han pasado dos cursos. Cuando empezó la segunda edición, casi todos los matriculados del primer curso querían estar nuevamente. ¿Cómo nos íbamos a negar? Los aceptamos, y la vida demostró que ello jugaría un efecto clave en la cohesión del grupo. Los alumnos de la primera edición nos han ayudado mucho en la configuración de un taller que más que una clase común, es un acto para compartir afectos irreversibles. Además, se nos incorporaron varias jóvenes, y ¡qué fructífero ha sido este intercambio generacional! Esa vez, Arkelia tuvo problemas de salud en la familia, y durante parte del proceso no pudo acompañarnos. ¡Cuánto extrañamos su camagüeyano y gentil proceder! Con paciencia la esperamos y el día que la tuvimos de nuevo en el aula, todo fue muy hermoso.

La clase de cocina con mis adultos mayores, es más que una clase de cocina. Ahí hablamos sobre el cambio climático y las fuentes renovables de energía (Alejandro Montesinos siempre nos imparte la charla sobre el tema); sobre cómo modelar aún más nuestra cultura alimentaria; sobre Martí, los valores humanos en Cuba, las experiencias familiares…

Nos han visitado muchas personas, sobre todo apreciamos cuando está la profe Antonia, que se conmueven al ver la magia y alcance de este proyecto educativo; qué decir de la profe Ofelia, tan querida, con la cual no puedo dejar de hablar, aunque sea por teléfono, una vez a la semana; y Teté, siempre atenta, nos invita a conversatorios para relatar la experiencia.


Procedimiento:
1. Cocinar las papas en agua con sal y hacerlas puré.
2. Cortar bien pequeñas las masas de pollo.
3. Aparte, saltear la cebolla, el ají y el ajo, cortados fino.
4. Adicionar el salteado al pollo. Rectificar el punto de sal.
5. Colocar el puré en una lámina de nylon, de manera
extendida, formando un rectángulo. 6. Poner el relleno,
esparcir la mayonesa, ir enrollando y a la vez polvoreando
la parte exterior con las migas de pan. Formar un tubo,
tipo salpicón 7. Poner a refrigerar y servir cortado en rodajas.

Nota: Puede adicionarse aceite o mantequilla al puré.

¡Cuánto he aprendido con los adultos mayores! Paciencia, deber, amor a las tradiciones, sacrificio, crecimiento humano, optimismo, sabiduría, amor a la vida y perseverancia, valores que ellos ofrecen para demostrar que no importa la edad si queremos ser cada día mejores, y que prolíficamente se gestan en las aulas de estos discentes mayores. Cada cual toma un pedacito del otro, para ser mejor persona. De Vivian tomamos su pertinaz optimismo, de Valentina su laboriosidad, de Conchi su buen carácter, de Elia Julia su capacidad de observación, de Alejandrina su poder aglutinador, y así cada cual regala lo mejor de sí.

Por último, quiero mencionar a algunos de los protagonistas: es una larga lista, pero ninguno se disgustará si omito algún nombre. Muchas gracias a Arkelia, Vivian, Valentina, Elia Julia, Conchita, Ana María, Deyanira, Morffi, Norma, Tania, Fefita, Jesús el vinicultor, Tania, Odalys, Radamés, Luz, las muchas Mercedes, Alejandrina, Ana Mercedes, Ingrid, Basilia, Raquel, Sergia, las Mirtha, Ethel, Ángela, María, Miriam, Doris, Mayra, Aurelia, Purificación, Caridad, Isabel, Teresita, Ana Miguelina…

En octubre empezaremos la tercera edición, en esta ocasión vamos a hacer algunos cambios en los contenidos y profundizar en temas que son de mucho interés para los cursantes. Ya tenemos un folleto de recetas inventadas por cada familia. Me relatan que en el seno familiar mejoran las conductas alimentarias, que ahora no se ahogan en la cocina, que ven el acto de preparar alimentos como un proceso colectivo y de mucho valor para la salud de la familia, y que, por sobre todo, se sienten más realizados como seres humanos. Con ellos se torna real el precepto martiano de que «la educación ha de ir donde va la vida».

* Ingeniera Tecnóloga en la especialidad de Tecnología y Organización de la Alimentación Social. Máster en Ciencias de la Educación Superior. Autora de varios libros, y conductora del programa «Con sabor», de la Televisión Cubana.
e-mail: madelaine@cubasolar.cu