Un genio ¿olvidado?
Por
Dania González Couret* |
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«Todo lo referente al viento es planificable y hay que
planificar contando con el viento», según Fernando Boytel Yambú
Cuando en 1987 comencé a trabajar en el Plan Turquino, en la región oriental de Cuba, descubrí la obra de alguien a quien no tuve la oportunidad de conocer, pero sí de admirar: Fernando Boytel Yambú.
A partir de una reciente conversación con Alejandro Montesinos, director de la revista Energía y tú, decidí intentar escribir esta reseña como un modesto homenaje a ese hombre, desconocido por muchos, tal vez olvidado por otros, pero siempre presente para aquellos que lo conocieron o que al menos, como yo, tuvieron la oportunidad de disfrutar su obra, estudiarla y aplicarla. Entonces, a pesar del poco conocimiento que tengo de él, trataré de comentar y divulgar lo que conozco de su producción científica.
Fernando Boytel Yambú trabajó durante las décadas de los sesentas y los setentas en las dependencias del Instituto de Planificación Física en Santiago de Cuba, donde llegó a ser Jefe del Departamento de Condiciones Naturales. Durante ese período desarrolló numerosas investigaciones, entre las que se destacan la relacionada con el observatorio meteorológico de la Gran Piedra, en 1960; su incursión en motores eólicos, publicada en el Boletín informativo, del Centro de Documentación Técnica de la Construcción, en 1965, y la primera Carta Eólica de Oriente, en 1966, así como otros estudios sobre el régimen de viento y la deformación eólica de la vegetación, en 1968.
Pero su obra maestra, que recoge todas las investigaciones antes mencionadas, fue sin duda el libro Geografía Eólica de Oriente, publicado por el Instituto Cubano de Libro, en 1972, que constituye un clásico de los estudios del viento en Cuba.
Sus investigaciones fueron motivadas por la necesidad de conocer mejor las características de las variables naturales, particularmente el viento, en la región oriental donde él trabajaba y sobre lo cual no existían trabajos ni publicaciones precedentes. Entre los problemas a los cuales buscó respuestas en sus trabajos científicos, se encuentran: desde los daños ocasionados por huracanes, turbonadas y tornados, hasta la orientación y ventilación de los edificios.
La primera Carta Eólica de Oriente, elaborada por él en 1966, y luego perfeccionada, respondió, por ejemplo, a los riesgos a que se exponían los pilotos de las avionetas empleadas para fumigar en la agricultura, y a la necesidad de levantar cortinas rompevientos para proteger los cultivos, actividades que Boytel fue desarrollando en forma paralela con sus otras investigaciones.
Especialmente interesantes resultan los métodos empleados para el desarrollo de su trabajo. Dada la ausencia casi absoluta de datos, en muchas ocasiones Boytel debió realizar un rastreo eólico a campo traviesa, tanto de día como de noche, para ser posteriormente completado con observaciones aéreas que seguían las huellas del viento en la vegetación. Además, según comenta en el prólogo de su libro, empleó otros recursos como la ecología y la geología, consultó libros, documentos, libretas y hojas de observaciones, e incluso relatos que no tenían fidelidad científica: todo ello para localizar las huellas del pasado eólico.
Finalmente, Boytel depuró las explicaciones científicas encontradas en la amplia literatura que consultó, sustituyéndolas por informaciones nuevas sobre las peculiaridades de la naturaleza en la región oriental de Cuba, para lo cual se auxilió en gran medida del saber atesorado por los campesinos de la zona.
Como expresé al inicio, cuando comencé a proyectar viviendas y asentamientos humanos para el Plan Turquino, inicialmente en Sabaneta, Guantánamo, tuve que adentrarme en el conocimiento de las zonas montañosas, que constituyen una región climática particular dentro del país, donde por la altura las temperaturas son más bajas, pero la amplitud de su oscilación es mayor, la nubosidad y las precipitaciones aumentan y, por tanto, la exposición al sol es menor, ya que al inicio de la mañana y final de la tarde éste queda oculto por las montañas y, por ello, disminuye también la radiación solar incidente.
Esas condiciones microclimáticas introducían ciertos cambios con respecto a las respuestas de diseño arquitectónico tradicionalmente necesarias para otras regiones climáticas de Cuba, como los llanos interiores y las costas. Todo ello sustentaba, por ejemplo, la conveniencia de procurar cierta inercia térmica en la masa de las construcciones, para desprender hacia los espacios interiores en las noches frías el calor ganado por la exposición al sol durante el día.
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Ilustraciones incluidas en la obra Geografía eólica de Oriente, publicado
por el Instituto Cubano del Libro en 1972, en colaboración con el Sector
de la Construcción, del Instituto de Planificación Física, en Santiago de Cuba,
cuando Fernando Boytel Yambú fungía como Jefe del Departamento
de Condiciones Naturales.
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De todas las incursiones realizadas en el conocimiento de las regiones montañosas orientales, una de las que más me sorprendió y llamó mi atención, fue descubrir que más allá de las tradicionales «rosas de los vientos» elaboradas en cada estación meteorológica y con las cuales acostumbramos a trabajar los arquitectos, se generaba en estas zonas una enorme variedad de vientos locales ocasionados precisamente por el relieve y el diferente calentamiento de las laderas de las montañas, en función de su orientación con respecto al sol.
Y fue en ese momento que la obra de Boytel me cautivó. Por él supe de los «vientos gravitacionales» que descienden por la noche como brisas de montaña y constituyen «verdaderos ríos de aire frío», o por el contrario, la «brisa de valle» que asciende por las laderas de las montañas asoleadas al sur durante los días de invierno, por solo citar los que más recuerdo.
Comprendí, entonces, que para proyectar en estas regiones no basta con tener la información de la estación meteorológica más cercana, ya que ésta puede no adecuarse a la realidad específica de cada lugar, que está fuertemente condicionada básicamente por el relieve, la topografía, la orientación y la vegetación.
La impresionante Carta Eólica de Oriente confeccionada por Fernando Boytel constituye una herramienta invaluable para trabajar en esa región. Ella contiene la tipología de los vientos; las zonas de convección orográfica y del espinazo convectivo; el área del terral, los límites de la brisa marina y las subregiones eólicas; rosas locales con la dirección y sentido predominantes para diferentes períodos del año y la frecuencia de calmas, y otros datos eólicos de interés, como las trayectorias de huracanes, zonas de trombas, frente de turbonadas y vientos gravitacionales.
No obstante, a pesar de la ayuda que significa la carta eólica, con el trabajo de Boytel se aprende que para localizar y planificar un asentamiento humano, o para ubicar y diseñar una vivienda en esas regiones, es necesario una observación previa y detallada del sitio y un posterior análisis de los datos recogidos en el lugar, con vistas a comprenderlo y aprovechar al máximo las potencialidades que ofrece, minimizando los impactos negativos que se puedan ocasionar.
Por último, quisiera destacar algo que me ha hecho reflexionar, y es la convicción manifiesta de Boytel con respecto a que «todo lo referente al viento es planificable y que hay que planificar contando con el viento». Por el contrario, yo estaba persuadida de que el viento es el parámetro climatológico más variable, cuyo comportamiento resulta muy difícil de predecir, al menos en la arquitectura, donde a la variabilidad en cuanto a dirección, sentido, velocidad y ocurrencia de calmas, se suman las modificaciones operadas por el contexto urbano y por los propios edificios, donde el simple hecho de abrir o cerrar una ventana o una puerta, puede cambiar el flujo del aire interior.
Es por ello que me pregunto si esa convicción de Boytel no estaría condicionada por la creencia generalizada anterior a la crisis ecológica de finales del siglo xx, que dio al traste con el modelo de desarrollo productivista para dar paso al sustentable, sobre las posibilidades infinitas de la civilización humana de controlar y dominar la naturaleza. Esa cuestión quedará sin respuesta, pero aun en caso afirmativo indicaría que él fue un hombre de su tiempo.
No obstante, el mensaje a transmitir a las futuras generaciones para que este precursor no sea olvidado, es la necesidad de conocer la naturaleza, estudiar e investigar profundamente para actuar en armonía con ella y aprovechar los recursos naturales, como el viento, que constituyen fuentes renovables de energía, cuestiones por las que él tempranamente abogó.
* Arquitecta y Doctora en Ciencias. Directora de Postgrado del Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría (CUJAE), La Habana, Cuba.
e-mail: dania@arquitectura.cujae.edu.cu
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