El dinero nuestro de cada día


Por
Alejandro Montesinos Larrosa*

 

Algún sociólogo reconocerá, en su momento, que la circulación de dos monedas oficiales en Cuba contribuyó a desarrollar en los cubanos la capacidad para el cálculo. Y, por añadidura, las ecuaciones se complejizan con los dólares y euros, en los ámbitos domésticos y estatales.
Y, para colmo, subyacen las «travesuras» del bloqueo (de los bloqueos).
 

Cuentan que un español y un cubano visitaron a un amigo francés (en París); el parisino les obsequió diez mil euros a cada uno; y ambos depositaron sus nuevas fortunas en un céntrico banco, junto al Sena. De regreso, en Madrid, el español decidió sacar cinco mil euros; el cubano intentó imitarle, pero en el banco madrileño le informaron que su cuenta estaba «congelada», bajo el amparo de ciertas leyes de Estados Unidos. Cuando le contaron la anécdota a un estadounidense en un congreso, en Chicago, comenzó a injuriar, indignado, ante tamaño desafuero contra la indemnidad financiera de su amigo cubano.

Varios economistas comienzan a escudriñar la madeja que lleva hacia el «milagro cubano», que se desarrolla en un medioambiente sui géneris: sin conexión con el Banco Financiero Internacional y el Banco Mundial, sin el regimiento del mercado, sin los artilugios de la economía estadounidense...

A principios del siglo xx, los Rockefeller, Morgan, Warburg y Rothchild se agenciaron estratagemas para re-crear el Banco Central, que desde entonces presta dinero con intereses, que al final produce deudas; es decir, cada dólar producido, exclusivamente por el Banco Central, es prestado con interés. Esto significa que los nuevos dólares son realmente dinero, más un cierto porcentaje de deuda basada en esos dólares. Desde entonces no han parado de producir billetes y deudas, por lo que resultaba perentorio, para Cuba, salirse de ese sistema.

Fuera del sistema, a Cuba se exige, como a pocos, contar cada centavo de divisa, porque a cada paso, en cualquier transacción financiera o mercantil, le sale el fantasma de la economía imperial, resuelta a no perdonar a las ovejas negras.

Bajo los designios de ese esquema zigzaguea la economía cubana, urgida de liquidez financiera para sus intercambios internacionales. Eso explica, a medias, la parca cartera nacional para impulsar el uso de las fuentes renovables de energía. Y en auxilio, dos principios inalienables: el ahorro de energía y la eficiencia energética.

Esa triada hacia el desarrollo energético sostenible —ahorro, eficiencia y fuentes
renovables—, debe llegar a la praxis en un equilibrio, siempre dinámico.
Absurdo suponer un salto económico, estructural, únicamente desde el ahorro, o desde la eficiencia, sin timonear los cambios en la matriz energética, que hoy espolea a nuestras finanzas por la adquisición de hidrocarburos, o por la extracción de un petróleo maniatado por el exceso de impurezas, o escurridizo ante su búsqueda, por foráneos y nacionales, en la parte del Golfo que nos pertenece.

La teoría, tan difícil de comprender; y la praxis, con tantas variables. Pudiera asumirse la sensatez económica de instalar molinos de viento preferiblemente ahí donde pueda ahorrarse más combustible, con mayor énfasis en vaquerías o establecimientos estatales, para recortar el correspondiente suministro de combustible para el bombeo eléctrico o el acarreo de agua mediante automoción. De igual modo, parece sensato instalar calentadores solares en procesos industriales que requieran agua caliente, para de igual modo limitar el suministro de combustible a las instalaciones beneficiadas con el calentamiento solar. He aquí una fórmula justa, desde la economía, pero habría que indagar en sus consecuencias socioculturales, en el sentido de que esos molinos de viento y calentadores solares puedan convertirse en símbolos de recortes de combustible, en lugar de soluciones sostenibles en sí. Y hoy la batalla es económica y cultural, también en relación con la energía.

Casi todo el cálculo económico de las fuentes renovables se reduce al previsible ahorro de hidrocarburos. Otros enfoques requieren más «ingredientes», teóricos y prácticos, para las soluciones. Lo cierto es que hasta hace pocos años pecaba de blasfemia quien propusiera una matriz energética nacional basada en fuentes renovables, porque sus tecnologías —decían— eran en exceso costosas; ahora, cuando el costo del petróleo asciende pertinaz y las tecnologías solares se muestran competitivas, el problema radica en la falta de liquidez financiera (sobre todo porque los huidizos dólares ya están reservados para adquirir hidrocarburos). También es perentorio salirse de ese sistema.

¿A dónde va a parar buena parte de nuestros centavos de divisas? Al extranjero, para comprar petróleo y alimentos. Por suerte, los últimos han sido declarados «asunto de seguridad nacional»; y al primero, habría que declararlo «persona non grata», y dejar entrar al Sol, definitivamente, en nuestra matriz energética.

* Escritor y editor. Ingeniero Mecánico y Máster en Periodismo. Director de la Editorial CUBASOLAR y de la revista Energía y tú.
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