La soberanía alimentaria y las fuentes renovables
de energía


Por
Madelaine Vázquez Gálvez*

La agricultura sostenible,
la soberanía alimentaria
y las fuentes renovables de energía atesoran presupuestos con profundos vasos comunicantes

 

En la actualidad existe una situación altamente compleja en el ámbito alimentario. Una parte de la población sufre de subnutrición y hambre, mientras que la otra exhibe indicadores de malnutrición por exceso. La misma cantidad de hambrientos, cerca de mil millones, se equipara con las personas que padecen de obesidad. Aproximadamente, un tercio de la producción de alimentos se despilfarra y no llega al consumidor; los datos de la producción mundial de alimentos indican que, distribuida equitativamente, sería sin duda suficiente para proporcionar una dieta aceptable a cada una de las personas que actualmente viven en el mundo.

Por otro lado, dentro de la Cumbre del Milenio de las Naciones Unidas, los Jefes de Estado y de Gobierno de 189 países suscribieron la Declaración del Milenio, en la que se plantea, en su objetivo número uno, erradicar la pobreza extrema y el hambre, y en la meta número dos, reducir a la mitad, entre 1990 y 2015, el porcentaje de personas que padecen hambre. Hoy ya se reconoce la imposibilidad de cumplir con tales objetivos.
Dentro de este complejo contexto se desarrollan las políticas de seguridad y soberanía alimentarias que se convierten en metas para los distintos países; y constituyen dos referentes que expresan una unidad dialéctica de gran pertinencia en la actualidad.

Se puede asegurar que la seguridad alimentaria es un concepto que ha variado con el tiempo, haciéndose cada vez más integral. Se admite una definición global, oficializada unánimemente por los Jefes de Estado y de Gobierno de los países miembros de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), durante la Cumbre Mundial de la Alimentación (1996), la cual reconoce la existencia de la seguridad alimentaria cuando todas las personas tienen en todo momento acceso físico, social y económico a alimentos suficientes, seguros y nutritivos para cubrir sus necesidades nutricionales y preferencias culturales para una vida sana y activa.

 

 

La seguridad alimentaria se estudia en componentes, ejes o dimensiones. De esta forma, existen tres componentes aceptados por todos: disponibilidad, acceso y aprovechamiento biológico. Otras corrientes incorporan los ejes de: consumo, estabilidad del abastecimiento y adecuación, y le otorgan diferentes niveles jerárquicos. Para los países en desarrollo, la disponibilidad, el acceso y la estabilidad de los abastecimientos resultan los componentes de mayor importancia.

Un aspecto esencial en la comprensión de la seguridad alimentaria lo refiere la doctora Ángela Leiva Sánchez cuando enfatiza en el uso eficiente de los recursos que nos brinda la naturaleza, es decir, tener en cuenta tal amplia diversidad con fines alimenticios. Esta autora señala que el Homo sapiens ha domesticado a lo largo de los siglos aproximadamente cerca de diez mil plantas, pero que el número de especies ampliamente cultivadas en la actualidad, apenas supera las 150. Destaca que según expertos la inmensa mayoría de la humanidad vive solo de doce especies de plantas alimenticias y cerca de 60% de las calorías se obtiene de alimentos como arroz, trigo y maíz. Esta evidente marginación de los fitorrecursos es sin duda un atentado a la sostenibilidad del planeta.

Para profundizar en la problemática de la seguridad alimentaria se suma el concepto de soberanía alimentaria, que aporta una nueva dimensión. Este concepto apareció en los debates públicos en 1996 y ha ganado una creciente relevancia internacional en los sectores de la sociedad civil. Fue introducido con mayor preeminencia por La Vía Campesina en Roma, durante la propia Cumbre Mundial de la Alimentación, y se asume como la facultad de cada pueblo para definir sus propias políticas agrarias y alimentarias de acuerdo a objetivos de desarrollo sostenible y seguridad alimentaria. Ello implica la protección del mercado doméstico contra los productos excedentarios que se venden más baratos en el mercado internacional, y contra la práctica del dumping (venta por debajo de los costos de producción). Más adelante, en el Foro del 2002 de Roma, se planteó que:

«La soberanía alimentaria es el derecho de los pueblos, comunidades y países a definir sus propias políticas agrícolas, pesqueras, alimentarias y de tierra que sean ecológica, social, económica y culturalmente apropiadas a sus circunstancias únicas. Esto incluye el verdadero derecho a la alimentación y a producir los alimentos, lo que significa que todos los pueblos tienen el derecho a una alimentación sana, nutritiva y culturalmente apropiada, y a la capacidad para mantenerse a sí mismos y a sus sociedades».

Como se aprecia, el concepto de soberanía alimentaria adquiere un significado más sobresaliente, por su relación con la importancia del modo de producción de los alimentos y su origen, así como por su vínculo con la importación de alimentos baratos y en el subsiguiente debilitamiento de la producción y hasta de las poblaciones agrarias locales.

Según Peter Michael Roset, la soberanía alimentaria representa un enfoque holístico para el desarrollo rural, cuyos pilares son la reforma agraria, la seguridad alimentaria, la agricultura sostenible, el acceso a los mercados locales, los créditos y precios justos para los agricultores familiares, pobres rurales o sin tierra de todo el mundo. Este autor destaca el papel desempeñado por La Vía Campesina, la cual reconoce que la humanidad afronta un conflicto histórico entre dos modelos de desarrollo económico, social y cultural en el mundo rural; y enfatiza que la soberanía alimentaria se fundamenta en la idea de los derechos humanos, económicos y sociales que poseen todas las personas, entre los que se incluye el derecho a la alimentación. Los criterios de seguridad y soberanía alimentarias se complementan y fortalecen en la firme intención de garantizar la paz mundial.

 

 

En realidad, las proyecciones debieran estar encaminadas a lograr la participación de los pueblos en la definición de sus políticas agrarias, y a la eliminación de las políticas neoliberales que atentan contra los principios de la seguridad y soberanía alimentarias. En absoluto se ha erradicado el hambre y crece el daño al patrimonio genético, cultural y medioambiental del planeta, así como a la salud de su población. En conclusión, este orden económico internacional ha provocado el abandono de las prácticas agrícolas tradicionales del campesinado, el éxodo rural o la emigración y la asunción de estilos del comer inadecuados. La lucha por el logro de mejores propósitos requiere de acciones crecientes en las que se alcance un cambio de mentalidad a escala mundial.

En América Latina, con la excepción de Haití, todos los países tienen una disponibilidad de energía o consumo aparente mayor a los requerimientos mínimos. México, Cuba, Antillas, Dominica, Argentina, Brasil, Chile y Uruguay presentan una disponibilidad mayor o igual a 3 000 kcal per cápita por día, por encima de las normas establecidas por la FAO, según cifras actuales.

En el caso de Cuba antes del llamado Período Especial, la población cubana sobrepasaba los indicadores de consumo recomendados de energía y proteínas, no sufría de carencias alimentarias que se manifestaran en enfermedades crónicas visibles, aunque en los indicadores de salud aumentaban los índices de enfermedades no transmisibles.

Durante ese período la producción nacional de alimentos se redujo considerablemente entre 20 y 50%, así como la importación de alimentos. Vilda Figueroa Frade y colaboradores apuntan que en términos nutricionales, por ejemplo, en 1993 la ingestión de energía per cápita disminuyó a 1 863 kcal/día y las proteínas a 46 g/día, lo que significa una reducción de 63 y 59%, respectivamente, con relación al cuadro de 1988. En situación similar se produjo un decrecimiento en la ingestión de grasas, vitamina A, vitaminas del complejo B, hierro, calcio y otros nutrientes. No obstante, gracias a la distribución equitativa de los alimentos en ese período se evitaron carencias mayores desde el punto de vista calórico y nutricional.

Sin embargo, a partir de 1994 comenzó una recuperación, lenta en sus inicios y acelerada después, hasta el año 2000, en que se logran valores superiores a las 2 500 kcal de los requerimientos energéticos diarios. En la actualidad el suministro de energía alimentaria alcanza la cifra de 3 400 kcal y el consumo de proteínas totales es de 80 g/día, lo que evidencia que Cuba garantiza su seguridad alimentaria y existe la voluntad política de alcanzar metas superiores a las actuales. Se trata de continuar trabajando en el mejoramiento de los hábitos alimentarios de la población cubana, de gran incidencia en los indicadores de salud. Por ejemplo, en Cuba la prevalencia de obesidad es de 11,1% en los adultos, lo que sin duda favorece la aparición de enfermedades crónico-degenerativas. Por otra parte, resulta necesaria la aplicación de políticas agrarias que coadyuven al cumplimiento de los presupuestos de la soberanía alimentaria, con un alcance más cualitativo.

 
 

La desaparición del campo socialista constituyó una apreciable lección para reconsiderar el modelo agrícola cubano en tanto fuente de abasto de alimentos, sesgado además por los cánones de una agricultura altamente convencional. La aplicación de programas nutricionales para la seguridad alimentaria, el desarrollo de la agricultura urbana y periurbana, y la transición hacia una agricultura sostenible, con predominio de la innovación tecnológica y la sustitución de importaciones, son algunos de los basamentos que enmarcan las políticas actuales.

En tal sentido, el lineamiento 176 de la política económica y social del Partido y la Revolución expresa: «Continuar reduciendo las tierras improductivas y aumentar los rendimientos mediante la diversificación, la rotación y el policultivo. Desarrollar una agricultura sostenible en armonía con el medio ambiente, que propicie el uso eficiente de los recursos fito y zoogenéticos, incluyendo las semillas, las variedades, la disciplina tecnológica, la protección fitosanitaria, y potenciando la producción y el uso de los abonos orgánicos, biofertilizantes y biopesticidas». Ello evidencia que la voluntad política del Estado avala la necesidad de afianzar los presupuestos de la agricultura sostenible, como modelo capaz de lograr un manejo eficiente y eficaz en la producción de alimentos.

A tal efecto, el investigador y agroecólogo Fernando Funes-Monzote indica que ya se aprecian tres tendencias significativas: una es transitar del monocultivo a la diversificación, una segunda se manifiesta en el paso de la centralización a la descentralización, y la tercera tendencia se relaciona con la disminución de la importación de alimentos sobre las bases de una mayor autosuficiencia. Este proceso contrasta significativamente con la situación de la agricultura en el mundo, en la cual, además de la existencia en menor escala de la pequeña finca familiar, las tierras están preferiblemente destinadas a la producción de cereales y leguminosas para la alimentación animal, así como a usos no alimenticios: fabricación de papel y agrocombustibles.

En este escenario se insertan entonces las fuentes renovables de energía reconocidas como tecnologías amigables, que propician la conformación de ciclos cerrados, y están dirigidas a la conservación de los ecosistemas. En los ejemplos de la tecnología del biogás, los molinos de vientos, los arietes hidráulicos, las cocinas eficientes y la tracción animal, entre otras opciones, se encuentra una aproximación a la real infraestructura que debe soportar la producción y consumo de alimentos de forma viable y sostenible.

En el caso del biogás, resulta una aplicación de gran valor y bastante generalizada, por su uso como combustible económico y renovable para la cocción de alimentos, el alumbrado mediante lámparas adecuadas, en motores de combustión interna adaptados y para usos industriales y domésticos. Además de aportar un fertilizante orgánico de alta eficiencia, la producción de biogás contribuye al saneamiento ambiental.

Cuba cuenta con un sistema social que posibilita la integración de todos los factores que concursan para una verdadera propuesta de desarrollo sostenible. En consonancia con estos propósitos, la Sociedad Cubana para la Promoción de las Fuentes Renovables de Energía y el Respeto Ambiental (CUBASOLAR) desarrolla acciones para insertar las energías renovables dentro de este proceso, como vía para proponernos y alcanzar un nuevo modelo de desarrollo sostenible. Su trabajo se basa en el fortalecimiento de una mentalidad que asuma la promoción y aplicabilidad de las energías renovables y el respeto ambiental, con énfasis en el ámbito de la producción de alimentos. Para ello toma como referentes su proyección estratégica y el cumplimiento del lineamiento 247, que expresa «Potenciar el aprovechamiento de las distintas fuentes renovables de energía, fundamentalmente la utilización del biogás, la energía eólica, hidráulica, biomasa, solar y otras; priorizando aquellas que tengan el mayor efecto económico».

En tal sentido, CUBASOLAR interviene en diversos campos de actuación, que comprenden los ámbitos de comunicación, proyectos demostrativos, realización de encuentros nacionales e internacionales, y el seguimiento de estudios de caso. Especial significado cobra la celebración, de forma bienal, de los talleres internacionales, que en sus ediciones de 2008, 2010 y 2012, incluyeron la temática de «Seguridad alimentaria y fuentes renovables de energía». También se realiza un notable empeño en promover una mejor cultura alimentaria, en las publicaciones especializadas de la organización.


Posibles soluciones

La integración de la seguridad y soberanía alimentarias y las fuentes renovables de energía constituye un proceso en el que intervienen múltiples factores, por ello de manera global se consideran las soluciones siguientes:

• Desarrollar un modelo de agricultura sustentable, con proyectos agroecológicos, que sean social, económico y ambientalmente justos, con sistemas de producción que protejan la salud de los recursos del planeta y de sus ecosistemas, para la promoción de un desarrollo humano integral en las zonas rurales.
• Promover el enfoque de género: igualdad en el acceso y titularidad de tierras entre la mujer y el hombre.
• Promover un consumo responsable, en el cual el valor nutricional del alimento, el gasto energético para su producción y el impacto ambiental sean los principales elementos de juicio o de valor, y no la publicidad comercial.
• Preservar las culturas autóctonas. Consumo de productos locales.
• Establecer políticas de educación agroalimentaria y energética, como vía para transformar la realidad.
• Sustituir el modelo energético convencional, basado en los combustibles fósiles, por uno nuevo que privilegie el uso de las fuentes renovables de energía.

Sin duda, la agricultura sostenible, la seguridad y soberanía alimentarias, y la aplicación de las fuentes renovables de energía constituyen una tríada con profundos vasos comunicantes, cuyos principios debemos salvaguardar y desarrollar para las generaciones actuales y futuras.

* Ingeniera Tecnóloga en la especialidad de Tecnología y Organización de la Alimentación Social. Máster en Ciencias de la Educación Superior. Autora de varios libros, y conductora del programa «Con sabor», de la Televisión Cubana.
e-mail: madelaine@cubasolar.cu