El rito de la vilipendiada


Por
Jorge Santamarina Guerra*




Sin que ella lo sepa, claro está,
en nuestra Cuba a la tiñosa se
la asocia con lo malo, con lo
que no deseamos para quienes apreciamos.


 

Sin que ella lo sepa, claro está, en nuestra Cuba a la tiñosa se la asocia con lo malo,
con lo que no deseamos para quienes apreciamos. «Parquear una tiñosa» equivale a plantear un problema de muy difícil solución, o sin ella, y «una tiñosa» significa una dificultad enorme. La tiñosa, sin embargo, el ave, no tiene nada que ver con eso y prosigue su vida empeñada en procurarse la comida, y sobrevivir. Dos ocupaciones
muy respetables.

Su nombre completo es aura tiñosa, y los científicos dieron en bautizarla con el apelativo distinguido de Cathartes aura. Qué bien. Los angloparlantes la llaman turkey vulture,
es decir, buitre pavo, o forzando un tanto la traducción, buitre turco, simpáticos ambos nombres porque nada tiene de pavo y mucho menos de turco, puesto que nuestra americanísima tiñosa jamás sobrevuela otras tierras que no sean las del Nuevo Mundo.
Antillas incluidas.

Sin embargo, el breve andar nominativo ha dejado algo en claro: se trata, inequívocamente, de un buitre. Un ave rapaz que tiene el hábito, nada apetecible para nosotros, aunque sí para su paladar, sin duda menos exigente que el nuestro, de comer animales muertos. En esa cuestión, en fin, como sentencia un viejo proverbio chino,
a cada gusano su gusto: los hay que prefieren las ortigas. No la repudiemos por su coprofagia, que la convierte en una suerte de trabajador sanitario, y sin sueldo, además.

Familia abundosa, los buitres habitan todos los continentes, excepto en la gélida Antártida donde los pingüinos han logrado la hazaña de domeñar a los hielos, y allí,
en el reino de lo invivible, pues viven. Tienen los buitres, además, abolengo y muy larga data histórica: junto al ibis, y a otros pocos animales, sus figuras se encuentran en los más antiguos frisos faraónicos; y es uno de ellos el rey de las alturas: el majestuoso cóndor. Se dice que solo el albatros, una suerte de gaviota gigante, sobrepasa la envergadura de este coloso andino.

Cuando estuve en México, me pareció ver numerosas tiñosas sobrevolando los enormes basureros del país hermano, y hurgando entre aquellos desechos piramidales.
Sin embargo, no eran tales, sino un primo suyo: el zopilote (Coragyps atratus). Ciertamente, este es algo más pequeño, la silueta de su cabeza es también diferente,
y muy raras veces algún zopilote se ha dejado ver en el occidente cubano. Por razón que no han dicho, las tiñosas repelen su proximidad, y ese primo continental, parecido, pero no igual, nunca ha logrado sentar plaza caribeña. Es un inmigrante al parecer indeseado.

Hay en mi Habana un lugar que disfruto sobremanera: el parque zoológico de la calle 26. Lo vi nacer, con modestísimo apoyo lo ayudé a crecer, y en tiempos agónicos, a sobrevivir. Todo él es un pequeño monte citadino, y en su corazón una docena de espigadas carolinas se empeñan en llegar a las nubes; sus ramas, allá en lo alto,
son el dormidero cotidiano de una nutrida bandada de tiñosas.

¿De dónde vienen?, no lo han aclarado, aunque aseguro que a la caída de la tarde viajan decenas de kilómetros para pasar la noche en este bello montecito habanero que, sin duda, les resulta tan acogedor. Todo un rito. Dicen los cuidadores del parque que con las primeras luces del alba, como parte del rito, las vilipendiadas tiñosas abandonan sus lechos arbóreos y vuelan hacia donde tampoco han querido decir.

* Ecologista y escritor. Miembro de CUBASOLAR y la UNEAC. Premio David (1975). Autor de varios libros de cuentos, novelas y artículos.
e-mail: santamarina@cubasolar.cu