Por una agroecología
desarrollada
Por
José Antonio Casimiro González*
El cuidado que lleva nuestra tierra
es lo que la hace más importante
e interesante.
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En una reciente visita a Nicaragua, participamos en la construcción de un biodigestor de cúpula fija (en Diriamba, departamento de Carazo), como el que habíamos hecho en nuestra finca, buscando que perdurara en el tiempo. Había experiencia con otros proyectos que utilizaban una lona o nylon de polietileno, pero se deterioraban en poco tiempo y demeritaban su introducción como tecnología apropiada, quedando parte de la obra intacta, pero dejando de funcionar al poco tiempo, sin que el costo fuera mucho menor.
La ejecución de la obra fue dentro de una zona de pequeños agricultores que se dedicaban en lo fundamental a cultivar maíz, frijol, tomate y otros productos, cerca de un camino que facilitaba bastante a los interesados ver los detalles de construcción de la pequeña fábrica de biocombustibles y biofertilizantes a partir del estiércol.
Este contacto con esos pequeños agricultores desde la perspectiva de otro pequeño agricultor, fue algo que me permitió reflexionar mucho. Como parte de la construcción,
la idea también era que se impartieran talleres prácticos y teóricos.
Luego nos trasladamos a otro departamento para impartir, en cuatro municipios diferentes, talleres de agro-ecología y permacultura, en parcelas de una a tres hectáreas, en la montaña.
Siempre creí (por lo que me decían mis abuelos canarios) que los suelos cubanos eran de los mejores del mundo, que aquí se daba todo. Luego cuando pasó el tiempo y me tocó la experiencia de hacer agricultura, pensé que ahora no era así por la erosión, el mal uso de tecnologías de labranza y cultivo, y la sobreexplotación, pero al haber vivido estas experiencias, mi criterio es diferente.
Me causaba interés que los bueyes no usaran frontiles, esos campos de maíz y frijoles tan lindos en montañas con pendientes casi intransitables; algo que se hace desde los tiempos de los tiempos, y todavía da iguales resultados sin químicos, usando como única labranza un huequito con una coa para depositar el grano, además, sin riego alguno.
Esta vez observé cosas que ni en sueños podía haberme imaginado, luego de varios días lluviosos (incluyendo la noche antes), coger el agricultor un caballo con un pequeño arado como se usaría en Cuba para mover el arroz o el café al sol para secarlo, y dentro de la hierba hacer un surquito y ahí mismo sembrar.
Ver cómo esa tierra se mueve suelta como si anteriormente se le hubieran dado seis
o siete labores y luego la prosperidad de lo sembrado, casi sin más atención, fue motivo suficiente para sentirme como el Principito cuando visitó la Tierra y se encontró con cinco mil rosas como la de él, que le había hecho creer que era única en el Universo; así más
o menos me sentí.
Vi allí lo que es laboreo mínimo, cero labranza, como algo muy natural. En Cuba el laboreo mínimo pueden ser cinco labores durante noventa días de espera, buen tino
y grandes aciertos. No es concebible arar con un caballo, ni un agricultor sin bueyes. Tradicionalmente en el cultivo del tabaco se rompen las tierras en marzo para poder sembrarlas en octubre o noviembre, y asistirlas como es debido durante nueve meses
de laboreo, cuando eran vírgenes.
Los esfuerzos de un agricultor cubano para obtener iguales resultados, solo por naturaleza, deben ser muchos, muchas veces mayor. Ahora también pienso en los inmensos sembradíos de soja, maíz, trigo, en otros lugares, con una sola labor y durante siglos obteniendo buenos resultados. También pienso por qué, desde la época del descubrimiento (en Cuba), se ha vendido azúcar para comprar comida, y todavía hoy con la mecanización, la agroquímica y la ciencia se continúa haciendo lo mismo. Sin embargo, los suelos que vi en Diriamba, en los que lloviendo se puede andar en moto por el campo, no se erosionan y menos hay quien los compacte; ahí se puede pensar, a lo mejor diferente.
Luego, al final, me contenté también como el Principito con el cuento de la zorra, que lo esencial es invisible para los ojos y que solo se ve bien con el corazón; entonces igual,
es el cuidado que lleva nuestra tierra lo que la hace más importante e interesante, lo que necesitamos de ella y ella de nosotros es lo que nos hace estimarla tanto, y me fortalece aún más la convicción de que si durante 500 años se logró abastecer al país de alimentos producidos en él, le queda a la agroecología familiar científica probarlo. Lo creo: 250 mil pequeñas fincas agroecológicas con los diseños de la permacultura, serían un día la solución del autoabastecimiento, por lo menos, y es el mejor momento para iniciarlo, antes de que sea demasiado tarde.
No puedo creer que seamos eminentemente agrícolas teniendo que comprar 70% de los alimentos. Cuando no son los ciclones, son las sequías, o los temporales, o las plagas. Quinientos años es bastante, pero según me enseñaron, los indios cubanos vivían más
de la caza, la pesca y la recolección que de la agricultura.
Cuba no es un país agrícola porque no ha podido autoabastecerse, pero sí podría ser un día el único que lo haga de forma agroecológica, porque tiene unos suelos y un clima
que se necesita ver mucho con el corazón para comprenderlo, y hay que saber suficiente, además, para salvar la tierra del estado en que se encuentra como consecuencia del castigo recibido, por no querer dar lo que se esperaba de ella: erosionada, sobreexplotada, compactada, infestada.
Desde la filosofía del agricultor nicaragüense, nuestras tierras son barrosas, erosionadas, cuando llueve son intrabajables y cuando se secan lo mismo. Entonces, aún más que antes, se fortalece mi criterio de que somos el país de la agroecología científica por necesidad natural. Hay que encontrar en los corazones lo esencial y que esto ponga lo que le faltó a nuestro suelo y a nuestro clima, en una relación armoniosa entre la familia campesina y la naturaleza.
Esto no podría dejarse a la buena de Dios solamente; se pueden obtener recursos de los científicos e ingenieros agrónomos, y sus investigaciones y laboratorios de suelo, de lo que se gasta en importar alimentos, del ahorro por transportación, del costo ambiental,
de la seguridad y soberanía alimentarias, de la cultura integral del cubano de hoy y del ahorro.
* Agroecólogo y permacultor.
Autor del libro Con la familia en la finca agroecológica.
e-mail: leidic@suss.co.cu
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