El viento nuestro
de cada día



Por
Alejandro
Montesinos Larrosa*

 

 

Recordará el lector (y la lectora, como casi es obligado añadir) aquel bocadillo recurrente: «en Cuba no hay viento energético»; claro, excepto cuando soplan los ciclones, esos bichos de «dos días», al decir de Nicolás Guillén.

Ya este mito cayó en descrédito, en tanto científicos cubanos han elaborado varias versiones del Mapa eólico de Cuba, que revela un potencial entre 5 000 y 14 000 MW, mucho más que la demanda de electricidad actual y futura del Archipiélago.
Otros mitos subsisten aún en relación con la energía eólica.

Las aves peligran, dicen, ante la avalancha de álabes girando. Todo lo antrópico debería tender hacia la armonía con el medioambiente, pero cada accionar del hombre sobre
su entorno genera cambios, que en las últimas décadas provocan alarmas apocalípticas
en muchos estudiosos sobre el clima y el hábitat humano. Los aerogeneradores también provocan variaciones en las ecologías locales. En última instancia, los promotores de parques eólicos debemos estudiar, con ahínco y sabiduría, cada uno de los aspectos económicos, tecnológicos, culturales, sociales, ambientales y políticos de los emplazamientos. Y en los estudios, invariablemente, debe analizarse la afectación a la avifauna y otros especímenes alados.

Un pajarito muerto por la colisión con una pala es, en sí, un tema que merece atención; no obstante, un informe sobre el Parque de Turiguanó reporta el fallecimiento de solo dos cernícalos y dieciséis murciélagos, en más de diez años de explotación (comentan que las auras tiñosas, entre otros plumíferos, evitan los aerogeneradores y cambian su dirección de vuelo). Los «avecidios» son más frecuentes —aunque no se insista tanto en ello— por los automóviles y los tirapriedras, o flechas,
o tirachinas, como también le llaman.

Otras fabulaciones denigrantes contra los aerogeneradores se desmoronan ante la asunción de diseños y tecnologías coherentes y eficaces, en relación con las probables afectaciones por surgencias y penetraciones del mar, descargas eléctricas atmosféricas, anegaciones
o inundaciones, corrosiones y deposiciones salinas.

El ruido y las sombras también perturban a los maldicientes de la energía eólica. Baste apuntar que ningún aerogenerador de los instalados en Cuba transgrede la Normativa Europea en relación con los decibeles permisibles, sin afectar la salud humana, y la sombra que proyecta cada máquina eólica, sobre todo en los amaneceres y los ocasos, y el parpadeo de la sombra que provoca el rotor al girar entre el Sol y el observador, resulta una interpelación pueril, aunque deba ser atendida en emplazamientos cercanos a viviendas, pueblos y carreteras, entre otros lugares con actividad humana frecuente. Tampoco merecen vigilancia las interferencias electromagnéticas que pudiera generar la electrónica de potencia en los aerogeneradores.

Igualmente trivial pudiera considerarse la objeción de algunos con respecto al uso del suelo para el aprovechamiento de la energía del viento en parques eólicos. Ya pululan por doquier las imágenes con vacas, caballos y ovejas, entre otras especies, pastando debajo de los aerogeneradores. Los suelos de los parques eólicos continúan disponibles para la agricultura, el pastoreo u otra actividad económica y social.

La profanación del paisaje también perturba a los fariseos de la energía eólica. ¿A quién permitir instalar un aerogenerador entre los mogotes de Viñales, o en la cima de la Gran Piedra, o junto a las arenas de Varadero? La preservación de los valores paisajísticos está explícita en la legislación ambiental cubana; pero no se prohíbe la utilización de determinados espacios para la construcción de parques eólicos. En última instancia la belleza es, además, un asunto de apreciación personal, que se conforma desde los presupuestos estéticos de una comunidad dentro de su cultura.

En Cuba, hasta donde sabemos, goza de aceptación la esbeltez de los molinos de viento,
y difícilmente aprobemos con beneplácito las siluetas de las chimeneas y de las torres petroleras o de transmisión eléctrica. ¿Quién decide si un aerogenerador es bello,
o transgrede el goce estético de un paisaje? Y, finalmente, ¿qué hacer frente a los huracanes? Cierto es que los caribeños llevamos la asechanza de los ciclones sobre las espaldas y en la memoria, porque cada generación sufre los estragos de algún huracán.

Esa premonición se hace más latente cuando nos hablan de aerogeneradores y molinos de viento, casi de manera ingenua, como desmemoriados en relación con cualquier edificación u otra obra civil, incluidas, por supuesto, las máquinas eólicas. Para beneplácito de los bienhechores de la energía eólica, los fabricantes de aerogeneradores ya diseñan equipos confiables ante vientos y ráfagas huracanados. Tres ciclones de alta intensidad han pasado por nuestros parques eólicos (Turiguanó, Los Canarreos y Gibara I y II), sin daños de consideración.

Los proyectos eólicos en Cuba deben, adicionalmente, atender otras especificidades: la debilidad del sistema eléctrico, el efecto combinado del complejo humedad-temperatura,
los aerosoles salinos, la influencia marítima con sus rasgos de semicontinentalidad, las limitaciones de izaje, las descargas eléctricas de tormentas locales severas y los huracanes con sus vientos extremos.

Algo debería quedar claro para el lector (y las lectoras): la energía eólica ya es competitiva desde el punto de vista económico, en comparación con los combustibles fósiles y nucleares. Las palas de los parques eólicos cubanos y caribeños, y latinoamericanos, y del mundo, continuarán aprovechando las bondades del griego Eolo, o del indocubano Aumatex, hacia la prosperidad y la sostenibilidad.

* Escritor y editor. Ingeniero Mecánico y Máster en Periodismo. Director de la Editorial CUBASOLAR y de la revista Energía y tú. tel.: (537) 7975179.
e-mail: amonte@cubasolar.cu