El año nuestro
de cada día
Por
Alejandro Montesinos Larrosa*
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Albricias para los promotores de la designación del 2014 como Año Internacional de la Agricultura Familiar! Eso significa, entre otras asunciones, la producción de semillas por todos los parientes y afines.
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¡A desterrar —eliminar de la Tierra— los transgénicos como fórmula «mágica», e impuesta! Habría que promover el Año Internacional de la Energía Familiar, como anuncio de la inexcusable democratización del acceso a la energía.
¡Cuántos vasos comunicantes entre la energía y los alimentos! La primera «alimenta» a la sociedad; los segundos, energizan a los seres humanos, que integramos la sociedad. También les caracteriza sus nexos con el poder fáctico (quien domina el acceso a los alimentos y las fuentes energéticas, casi siempre detenta el poder político), y sus vínculos con la cotidianidad (todos los días del año demandamos comida y energía).
Desde ambas actividades se genera la mayor contribución antropogénica que provoca el cambio climático. «Lo esencial es invisible para los ojos», nos enseñó Antoine de Saint-Exupéry.
¿Cambia el clima? Sí, aunque algunos lo ponen en duda, en un intento desesperado por preservar sus caudales.
¿Es antropogénico ese cambio? Sí, a pesar de la culpabilidad que algunos le formulan al Sol, por su radioactividad y sus manchas.
Dos acotaciones: 1. El efecto invernadero es un fenómeno natural imprescindible para la vida terrestre; 2. El incremento de su efecto, por encima de sus valores históricos (en los últimos diez mil años, y con mayor énfasis en los siglos xx y xxi), tributa directamente al calentamiento global, por el aumento y concentración de los gases de efecto invernadero (GEI).
Los manuales a la usanza enumeran y describen esos GEI. He aquí una síntesis: Vapor de agua (H2O), gas obtenido por evaporación o ebullición del agua líquida o por sublimación del hielo; dióxido de carbono (CO2), gas cuyas moléculas están compuestas por dos átomos de oxígeno y uno de carbono; metano (CH4), hidrocarburo alcano más sencillo; óxidos de nitrógeno (NOx), varios compuestos químicos binarios gaseosos formados por la combinación de oxígeno y nitrógeno; ozono (O3), sustancia cuya molécula está compuesta por tres átomos de oxígeno, y clorofluorocarbonos (artificiales), derivados de los hidrocarburos saturados obtenidos mediante la sustitución de átomos de hidrógeno por átomos de flúor y(o) cloro, principalmente.
Lo que no queda siempre claro es la «procedencia» de esos gases «asesinos» (en realidad, excepto los clorofluorocarbonos, convivimos con los demás desde los tiempos en que la Tierra tuvo agua).
Las investigaciones más concienzudas señalan, a pesar de que algunos «disidentes» las declaran apócrifas, que los orígenes de las emisiones de GEI se distribuyen como sigue: 24% por la generación de electricidad, 14% por la industria, 14% por el transporte, 8% por los edificios y 5% por otras actividades relacionadas con la energía (de ahí que dos terceras partes del total corresponden a las emisiones motivadas por el uso de la energía). El tercio restante se distribuye así: 18% por el uso del suelo (incluye la deforestación), 14% por la agricultura y 3% por los residuos.
Pareciera que llegamos a un callejón empedrado y sin retorno. ¿Cómo producir alimentos sin maquinarias primermundistas y paquetes tecnológicos? ¿A quién se le ocurre satisfacer sin hidrocarburos y combustibles fósiles las necesidades cada vez más crecientes de la también ascendente población mundial? Demos a los pueblos la capacidad para procurarse sus propios alimentos y generar la energía propiciatoria.
Trabajemos —con voluntad política, presupuestos y leyes vinculantes— para crear una red de fincas y productores agropecuarios que fortalezcan sinergias entre la soberanía alimentaria y la indepencia energética.
La soberanía alimentaria pasa inevitablemente por la asunción de los principios de la permacultura y la agroecología, en espacios familiares y cooperativos, en tanto la «Revolución verde», en espacios sobredimensionados y con agroquímicos, demostró su incapacidad para producir alimentos para todos, en armonía con la naturaleza. Por su parte, la independencia energética, en los ámbitos local y planetario, solo será alcanzada con fuentes renovables de energía, hacia el desarrollo local sostenible y la democratización del acceso a la energía.
En ese empeño, ayudaría la idea de crear comunidades del alimento, en las que sus miembros estén comprometidos en producir alimentos «buenos, sanos y justos».
También, favorezcamos la creación de comunidades autosuficientes en energía, a partir de fuentes renovables.
Y, quizás lo más importante, estimulemos el desarrollo de comunidades del aprendizaje, en el que realicemos estudios sobre nuestras potencialidades energéticas, agropecuarias y medioambientales, en parcelas, fincas y comunidades, con una estrategia de capacitación para todos los actores sociales, en su relación con los procesos socioculturales, económicos, políticos y medioambientales.
Desde aquí, con voz gustosa, incitamos a los decisores —y al hombre y mujer cotidianos—, a declarar el 2015, como continuidad del 2014, Año Internacional de la Energía Familiar, hacia los pueblos.
* Escritor y editor. Ingeniero Mecánico y Máster en Periodismo.
Director de la Editorial CUBASOLAR y de la revista Energía y tú.
Tel.: (537) 7975179.
e-mail: amonte@cubasolar.cu
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