El sol y la
sostenibilidad
Por
Jorge Santamarina Guerra*
Cuatro pilares de la sostenibilidad: el económico, el ambiental, el social y el cultural.
Hace unos dos años, Energía y tú publicó en secuencia dos artículos de mi autoría titulados Las trampas de la sostenibilidad. |
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No obstante el tiempo transcurrido desde entonces, en rigor no tan prolongado como
la celeridad con que se suceden las innovaciones científico-técnicas en esta época de incesante correcorre, y a la par con ello muchas ideas que se transforman o se generan, considero que aquellas páginas mantienen total vigencia; al menos, yo las suscribo nuevamente sin titubeo alguno. Pero adelanto que estas breves líneas, heréticas que para algunos podrán parecer, no persiguen ninguna aparente autopromoción.
En esta época del posmodernismo, de la cultura de la modernidad y la no alineación, en la cual todo lo supuestamente no alineado está alienado, lo cual no es un juego de vocales y palabras sino una engañifa, una más de tantas y ya son multitud, se ha seguido repitiendo hasta el abuso el término sostenibilidad, y de eso trata esta nueva parrafada. Su mención es cotidiana, ya cansa y casi aburre, y es fácil advertir por los conocedores que en muy contados casos se la usa adecuadamente. Es más, en muchas oportunidades aflora la impresión de que quienes lo «enarbolan», e intencionadamente subrayo el verbo, no tienen ninguna idea del concepto como tal. Porque si la tuvieran, si supieran realmente de qué se trata, y sobre todo de cuáles son sus anclajes conceptuales, sus pilares «obligados» —ídem—, pues acaso, al menos, no lo usarían.
En este caso, como en tantísimos otros, desdichadamente tenemos el mal hábito de ser repetitivos, ya que es fácil y cómodo repetir lo que otros, a su vez, también repiten, aunque sean disparates.
La sostenibilidad, concepto vinculado sistémicamente al desarrollo, y de uso reciente y frecuente en el discurso moderno, tiene una definición que no admite vaivenes, caprichos, ni desconocimiento, y para dejarlo en claro me remito a lo resumido en el primer artículo de los mencionados: «el desarrollo sostenible procura la satisfacción de las necesidades del presente sin comprometer la continuidad de esa satisfacción en el futuro, lo que equivale —y obliga— a asegurar hoy las condiciones para satisfacer las necesidades de mañana». Se dice fácil, agregué entonces con toda intención y, acaso, con irreverencia.
La explotación de los hidrocarburos, por ejemplo, así como la de los minerales y el uso del espacio físico, conceptual y prácticamente «no pueden» ser sostenibles, porque son finitos, se agotan, los agotamos. Tal vez estén ahí a nuestra disposición durante cientos de años por delante, o quizás hasta miles, pero dado que no se reproducen «nunca» serán infinitos, ni sostenibles.
Solo los recursos renovables y los auto reproducibles, alimentados ambos por su majestad, el Sol, son por definición potencialmente sostenibles, y su condición de tal es porque «son hijos del Sol». Este Dios verdadero de todas las creencias, culturas y civilizaciones los hace germinar, los alimenta, los renueva y los pone a nuestra disposición permanentemente, es decir, sosteniblemente, siempre que seamos capaces de usarlos como tales, es decir, con tecnologías apropiadas que los hagan utilizables, y, a la par, con ciclos «extractivos» que no sobrepasen sus capacidades de reproducción endógena. Se dice fácil, me siento tentado a repetir, pero en verdad es un asunto harto complejo.
Todos los recursos energéticos procedentes de las fuentes renovables de energía pertenecen a esa categoría de «lujo», dado que estarán por siempre disponibles pues provienen del Sol, pero las fuentes energéticas de origen fósil, no. Hace cientos de millones de años su majestad el Sol creó y fosilizó en lo profundo de la Tierra esas «energías»; las enterró para que en el futuro, en nuestra moderna era industrial, fueran explotadas, es decir, explotables, aunque no por ello son renovables. Son tan agotables como el oro de las minas, el mármol de las canteras o el espacio que urbanizamos. Verdad de Perogrullo les cabe: cuando se acaban, se acaban de una buena vez. Es decir, de mala.
La explotación agrícola basada en principios y prácticas sostenibles es sostenible en sí misma, pero la producción agrícola obtenida mediante el uso de fertilizantes minerales y «chemicals», no lo es. El desarrollo sostenible se erige sobre cuatro pilares que son obligados para que aquél llegue a serlo: el económico, el ambiental, el social y el cultural. Los cuatro tienen que ser sostenibles en sí mismos para que el desarrollo, que no es un indicador frío sino la integración dinámica de todos, también lo sea. Si uno solo de ellos no alcanza la condición de sostenible, por no ser renovable o autoreproductivo, el desarrollo tampoco lo será. Pudiera alcanzarse, por ejemplo, un desarrollo exitoso en lo económico y hasta respetuoso en lo ambiental, pero si desconoce el entorno social o la cultura, y menos aún si los afecta, en ese caso no es sostenible, ni llegará a serlo.
Estas modestas consideraciones, sin duda esquemáticas para abordar un asunto tan complejo, prolijo en aristas y hasta controversial en su armazón conceptual, pudieran servir acaso y no más, y esa pretensión no la esquiva el autor, para rasgarle el ropaje de «sostenible» a todo aquello que se enarbola como tal, sin serlo verdaderamente. Y aún más: sin poder llegar a serlo nunca.
Algún lector pensará quizás que estas meditaciones son en extremo categóricas, y por tanto excluyentes, pero no hay tal: lo verdaderamente categórico y excluyente es el concepto real de la sostenibilidad, que afirma que, sin el sostén perpetuo y renovable procedente del Sol, no hay ni habrá sostenibilidad alguna. No puede haberla.
Perdonad, amigo lector, esta franqueza acaso un tanto brusca, pero todo lo que se diga o se pretenda decir sobre eso, sin respetar esa condición, son pobres palabras nacidas de la ignorancia, o mucho peor, malsanas alocuciones brotadas de una intencionalidad oportunista, y dirigidas a engañar.
Publicado en Energía y tú,
No. 58, abr.-jun., 2012.
* Ecologista y escritor. Miembro de la UNEAC y CUBASOLAR. Premio David (1975). Autor de varios libros de cuentos, novelas y artículos.
e-mail: santamarina@cubasolar.cu
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