Las lecciones
de fukushima



Por
Enrico Turrini*



Solo el uso correcto de las fuentes renovables de energía puede brindar
vida saludable y sostenible al planeta, y a las generaciones futuras
.

 

Con la excusa de reducir el incremento del efecto invernadero, se busca desarrollar aún más las fuentes nucleares de energía. Antes del accidente ocurrido el 11 de marzo de 2011 en Fukushima, Japón, funcionaban en el mundo alrededor de 440 reactores nucleares en 30 países: 104 en EE.UU., 58 en Francia y 54 en Japón, entre otros; y hoy se estaban construyendo 59 nuevos reactores y casi 500 estaban propuestos. Esperemos que haya un cambio rápido de estas realidades. Al parecer no será así en EE.UU., porque se ha aprobado la construcción de dos nuevas centrales en Georgia.

Por suerte, Alemania y Suiza se han comprometido a apagar poco a poco los reactores en funcionamiento, y otros países están considerando esa posibilidad. Y recientemente, el Gobierno japonés anunció el 3 de septiembre que renunciará al uso de sus centrales nucleares para el 2030, como una de las medidas incluidas en la nueva estrategia energética de ese país. La decisión fue precedida y motivada por un reclamo popular.

Los reactores nucleares que hoy están funcionando son reactores térmicos de fisión nuclear, que utilizan uranio 238 enriquecido a 3-4% con uranio 235 fisionable a través de neutrones, con lo cual se genera calor y radioactividad. En la naturaleza, más de 99% del uranio es 238, o sea, no fisionable, y solamente 0,7% es uranio 235. No existen ahora reactores rápidos de fisión nuclear en funcionamiento: son demasiado peligrosos y por eso se apagó en 1998 el reactor rápido francés Superphenix (se trata de reactores que para funcionar necesitan uranio 235 o plutonio 239, enriquecidos a 60%, aproximadamente).

¿Por qué, inclusive en el caso de reactores térmicos, se trata de una elección equivocada en dirección a la muerte? Hasta en condiciones de funcionamiento normal, los daños que provoca un reactor nuclear son muy grandes. Ante todo, los desechos permanecen radioactivos durante decenas de miles de años, y cada año un reactor de 1 000 MW necesita alrededor de 400 toneladas de uranio, por lo que se genera gran cantidad de desechos. Inclusive si estos se ponen bajo tierra, aunque estén bien aislados, son suficientes un terremoto o una bomba para liberar una cantidad de radioactividad que puede causar la muerte de millones de personas.

Los peligros son muy grandes, inclusive cuando los desechos se coloquen en el fondo de los océanos, o se hundan en los hielos polares, por no mencionar la idea de lanzarlos lejos del planeta con dispositivos especiales; ¿en este caso, qué puede suceder si en la subida estos se rompen? Tampoco resulta una buena solución el reciclar los desechos en estaciones de reprocesamiento de combustibles nucleares: existe alrededor de estas estaciones una emisión de radioactividad que puede ser miles de veces superior a la de un reactor nuclear, y por eso provoca una notable aparición de leucemia en los que viven cerca. Además, en una estación de reprocesamiento se producen grandes cantidades de uranio y plutonio fisionables, y con ello surge la posibilidad del uso de estos materiales para la construcción de bombas atómicas.

No se puede olvidar el hecho de que una gran cantidad de mineros que extrae el uranio muere de cáncer de pulmón. Inmenso, también, es el gasto de agua: para refrigerar un reactor de 1 000 MW se necesitan alrededor de 30 000 L de agua por segundo.

Ya se produjeron hasta hoy miles de accidentes en reactores nucleares y no se ven soluciones concretas para eliminarlos. Inclusive con diferentes sistemas de seguridad electro-mecánicos, etc., en los reactores de nueva generación no se logran grandes resultados.

Por razones de intereses comerciales se procura, a menudo, no hablar claro sobre los daños de accidentes graves como el ocurrido el 26 de abril de 1986 en Chernóbil, Bielorrusia. Según estudios de Greenpeace, ya murieron 200 000 personas y se prevé llegar, en decenas de años, a 5-6 millones de muertos. Hoy, alrededor de este reactor la tierra está fuertemente contaminada y no se puede cultivar nada.

El accidente de Fukushima, mediante los vientos y las corrientes oceánicas puede difundir la radioactividad a diversos lugares del planeta. La doctora Helen Caldicott, que trabajó como física en la Universidad de Harvard y tiene una gran experiencia en el campo nuclear, afirmó que el desastre de Fukushima es mucho peor que el de Chernóbil. Unos días después del accidente japonés, monitoreos de radioactividad en varios lugares de EE.UU. acusaron presencia de radioactividad.

Solo unas palabras sobre la conexión nuclear civil-nuclear militar: un país con reactores nucleares puede con relativa facilidad lograr la construcción de bombas atómicas. Considerando los aspectos socio-políticos, la elección energética nuclear muestra graves problemas, pues se trata del uso de fuentes energéticas concentradas, además radioactivas, que brindan la posibilidad de desarrollar armamentos nucleares, de manera que todo permanece bajo el control de los poderosos, es decir, casi siempre en las manos del poder político capitalista y de las transnacionales, por lo que los pueblos no tienen ningún poder de decisión. Un ejemplo típico es África, donde se considera que existe alrededor de 20% de las reservas mundiales de uranio, y es por ello que las transnacionales están manifestando un gran interés por este continente.

De particular relevancia es la fusión nuclear, que, a diferencia de la fisión, deriva de la colisión de núcleos de isótopos. En la fusión nuclear caliente, los reactores en fase experimental utilizan núcleos de isótopos de hidrógeno de deuterio-tritio y se necesitan decenas de millones de grados Celsius. Se pueden construir solo reactores de grandes dimensiones (diez veces superiores a las actuales megacentrales), lo que provoca una fuerte contaminación térmica, y se produce también contaminación nuclear aunque menor que la de los reactores a fisión; permanece el problema de los desechos radioactivos y se pueden producir con facilidad bombas atómicas.

La fusión nuclear fría que utiliza deuterio y como catalizador paladio, está todavía en fase de estudio, no se aprecian soluciones concretas, no se elimina el problema de emisión de radioactividad y se mantiene el vínculo muy estrecho nuclear civil-nuclear militar. Hay también en estudio una fusión fría mediante el proyecto «Energy catalyzer», de Andrea Rossi, en el cual se busca una reacción nuclear entre hidrógeno y níquel utilizando un catalizador, por el momento secreto, y las radiaciones electromagnéticas deberían ser de baja energía. Hasta el momento, no hay ninguna señal de que esta invención dé resultados reales.

 

 

Se puede así llegar a la conclusión de que todas las técnicas nucleares que hoy se utilizan a nivel industrial son muy peligrosas; es decir, inaceptables, y no se vislumbran posibles mejoras reales en el futuro. Tenemos que grabar en nosotros las palabras de José Martí:

«No hay monstruos mayores que aquellos en que la inteligencia está divorciada del corazón». Realizando estos ingenios nucleares peligrosos se puede llegar a ser buenos técnicos, pero sin cultura humanística, y así ocasionar serios desastres.

Para tomar el camino correcto tenemos que hacernos cultos de verdad, trabajando con la inteligencia unida al corazón. Se puede así reconocer que es el Sol el que nos brinda las fuentes renovables de energía totalmente limpias, inagotables mientras él exista, distribuidas de forma diferenciada en todos los lugares, muy abundantes (mucho más de lo que cada país necesita) y en las manos del pueblo. Lo importante es utilizarlas de manera correcta como el Sol nos enseña. Por suerte, en Cuba hay una Revolución que aprendió de su padre el Sol a entregarse para que todos tengan vida digna y saludable, y se ayuden compartiendo la vida.

Los años de trabajo que dediqué a la seguridad de los reactores nucleares, me ayudaron a comprender que no ofrecen seguridad alguna. Por eso podemos entregarnos con alegría —junto a Gabriela, mi compañera de vida—, para hacer realizables las sabias y bellas palabras de José Martí: «Vengo del Sol y al Sol voy», tomando con sabiduría y corazón el camino del Sol, es decir, el camino de la vida.

Publicado en Energía y tú,
No. 59, jul.-sep., 2012.

* Científico y pensador humanista italo-cubano. Autor de los libros El camino del Sol, Energía y democracia, Ideología solar: hacia la vida y El camino del Sol
para niños y jóvenes. Miembro de Honor de CUBASOLAR.
Ostenta la Orden de la Amistad, de la República de Cuba.
email:cestudiosolar.cecc@enet.cu