Las guerras y el
cambio climático
Por
Osnaldo M. Casas Valdés*
Necesidad de la paz
para el desarrollo sostenible.
En el número 63 de la revista Energía y tú, el Dr. Luis Bérriz publicó un artículo sobre el cambio climático antropogénico, en el cual se expone que una de las causas del cambio climático acelerado en nuestro planeta son las guerras de dominación.
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Por otra parte, en la II Cumbre de la CELAC, celebrada en La Habana los días 28 y 29 de enero, se aprobó la Declaración de La Habana, en la que se acordó como cuestión relevante declarar la región de América Latina y el Caribe como zona de paz. En esa Declaración se expresa, entre otras ideas, la necesidad de «la solución pacífica de controversias, la prohibición del uso de la amenaza y el uso de la fuerza». El documento también recoge otras dos consideraciones: «Convencidos de que el cambio climático es uno de los más graves problemas de nuestro tiempo, expresamos profunda preocupación por su creciente impacto negativo en los países en desarrollo y los pequeños Estados insulares en particular, que compromete los esfuerzos por la erradicación de la pobreza y alcanzar el desarrollo sostenible», y «Expresamos nuestra más alta preocupación por las consecuencias humanitarias de enormes proporciones y los efectos globales de cualquier detonación nuclear accidental o intencional».
¿Qué impactos tiene la guerra sobre el medio ambiente y la vida en general?
La guerra, por su propia esencia, genera destrucción en todos los sentidos, y ello tiene un impacto significativo sobre el medio ambiente y la vida en general. Los medios y armamentos que se emplean en las guerras producen determinados efectos que inciden directamente sobre el planeta y la naturaleza, teniendo una influencia directa en el cambio climático y el desarrollo sostenible.
Desde hace varios años los científicos y estadistas que se preocupan por el destino de la humanidad, han enumerado un conjunto de problemas globales que atentan contra la supervivencia, ya no solo de la especie humana, sino de cualquier forma de vida en el planeta.
De aquí que se recogen en los documentos contentivos de «Misión Agenda 21» seis problemas globales: cambio climático, destrucción de la capa de ozono, pérdida de la diversidad biológica, deforestación (desertificación), contaminación, y subdesarrollo y pobreza.
Si se hace un análisis profundo de los impactos de la guerra y sus consecuencias para el planeta y su medio ambiente, encontraremos una estrecha relación con todos y cada uno de esos problemas globales.
En el deterioro de la capa de ozono influyen los gases cloro-flúor-carbono, más conocidos como CFC, que se generan por diversas razones, no solo los que emanan de los distintos tipos de armas empleadas, sino los que son producto de ataques contra instalaciones que tienen equipos de refrigeración y otros que utilizan estos tipos de gases.
Los gases generados por los diferentes armamentos incrementan el efecto invernadero y de esta forma la guerra influye en el proceso de cambio climático que está sufriendo el planeta, se acelera e incrementa el calor en la superficie terrestre y con ello aumenta la posibilidad del deshielo de los casquetes polares, y muchos territorios están en peligro de quedar bajo las aguas del mar.
Otro aspecto sobre el cual el impacto de la guerra es significativo, se presenta en la pérdida de la diversidad biológica (biodiversidad). Si nos remitimos a los datos de cuántas hectáreas de selva fueron destruidas, por ejemplo, en Vietnam, no quedará duda alguna acerca de los desastres de la guerra y su influencia en este sentido.
Con la destrucción de las áreas de vegetaciones abundantes o boscosas, se priva a los suelos de la protección forestal y los expone a la erosión, generando la desertificación, sin contar que los compuestos químicos los contaminan y evitan la germinación de plantas, o estas crecen enfermas o con elevadas concentraciones de elementos venenosos o dañinos, tanto para seres humanos como para animales.
Las experiencias de guerras como la de Vietnam, donde fue masivamente empleado el «Agente Naranja», muestran que muchas zonas quedan inhabilitadas para la producción durante más de 20 años, y un porcentaje importante de esos espacios se convierten en terrenos inertes, áridos o desérticos.
Las guerras contaminan casi todo el medio ambiente, las aguas de mares, ríos, presas y lagos, partiendo del hundimiento de buques, algunos con más de 200 toneladas de combustibles, otros con materiales nucleares, productos químicos, sustancias tóxicas, municiones y cargas explosivas, entre otras. Las propias explosiones en las profundidades del mar contaminan por ruido esa parte del planeta.
En tierra la contaminación es mucho mayor, pues una parte considerable de las acciones militares, o al menos el destino final de los armamentos empleados, en más de 80% va a parar a objetivos terrestres y se contaminan suelos, plantas, animales y personas.
La atmósfera no escapa a esta contaminación y es afectada por los gases y el humo que emanan de las explosiones e incendios, o del empleo de sustancias químicas y nucleares. Los ataques contra aeronaves contaminan también la atmósfera terrestre. Por tanto, en materia de contaminación la guerra contribuye al incremento o agravamiento del problema, que cobra numerosas víctimas en todo tipo de seres vivos y destruye el equilibrio natural del planeta, y por consiguiente influye en el cambio climático.
La guerra, generadora de destrucción, provoca que se deteriore la infraestructura económica y significa un retroceso en el desarrollo. Al concluir la guerra de Yugoslavia en 2003, reconocida internacionalmente como el «conflicto de Kosovo», los analistas consideraban que esta nación había retrocedido entre 45 a 65 años con respecto a su desarrollo integral.
Si son atacadas las fábricas y las industrias, y además las vías y los sistemas de comunicaciones, las áreas de bosques o de abundante vegetación, las zonas residenciales, los centros científicos, las bibliotecas y otros sitios; entonces la guerra genera subdesarrollo. Muy aparejado a todo ello está la pobreza; se contaminan áreas que no pueden emplearse en la producción agrícola, decenas y cientos de animales domésticos son muertos, y las casas y los centros hospitalarios destruidos, y las redes hidráulicas, eléctricas y de alcantarillado son averiadas o puestas fuera de servicio.
Los mercados y el comercio se ven afectados al deprimirse bruscamente, por tanto, se van agotando las reservas de todo tipo y llega un punto en que la pobreza puede ser extrema.
Entonces, existe una interrelación directa y activa entre las guerras y los principales problemas que enfrenta el mundo. Ella tiene impacto en cada uno de ellos, por lo que hoy la guerra constituye otro de los problemas globales que enfrentamos, y que es también uno de los más graves.
Baste con analizar lo siguiente: una guerra nuclear puede llevar a la desaparición de la vida en el planeta, o producir el invierno nuclear. Recordemos lo planteado por Einstein y citado en unas reflexiones del compañero Fidel, referido a que aquél «no sabía cómo sería una tercera guerra mundial, pero que estaba seguro de que la cuarta sería con arcos y flechas».
El agotamiento acelerado y constante de las principales fuentes energéticas no renovables, el incremento del consumo en las sociedades capitalistas desarrolladas, las políticas neoliberales y las economías de mercado, llevan a crisis que casi sin excepciones generan guerras, por lo que no se vislumbra en un futuro cercano o mediano la desaparición de las causas que hoy originan las guerras, sino todo lo contrario.

Con la destrucción de las áreas de vegetaciones abundantes
o boscosas, se priva a los suelos de la protección forestal y los
expone a la erosión, generando la desertificación.
Después de estas consideraciones, podemos hacernos otra interrogante: ¿Por qué es necesaria la paz para el desarrollo sostenible?
El porvenir de la humanidad depende hoy más que nunca de que se pueda alcanzar la armonía entre los seres humanos y el planeta que habitamos, es decir, entre las civilizaciones y la naturaleza, que permita un desarrollo armónico del mundo y facilite la vida en general.
Se puede expresar con convicción que la guerra no puede ser el camino al futuro, porque se necesita un futuro de paz, en el que se pueda vivir en armonía con todos y todo lo que nos rodea, en el que se pueda lograr el desarrollo sostenible que requiere nuestro planeta para su supervivencia. Estamos en deuda con las generaciones que nos preceden, y con las que continuarán posteriormente, de entregarles un mundo verdaderamente civilizado, en el que seres humanos y naturaleza estén integrados como un todo único y se potencie la vida y no la muerte.
En la batalla a librar contra la guerra se hace necesario que se consoliden valores en este sentido, y entre los valores universales debemos recordar, en el contexto que estamos tratando, tres que a nuestro juicio tienen importancia primordial para entender que la guerra no es el camino para la solución de los problemas de la humanidad. Esos valores son: |
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El verdadero camino al futuro tiene
que ser el del desarme total
e incondicional del mundo. |
• El bien común, basado en la solidaridad y en sobreponer a los intereses individuales los intereses colectivos; solo siendo capaces de sacrificar la individualidad por la colectividad estaremos en condiciones de hacer evolucionar el mundo. En este marco, la guerra no tiene cabida ni opciones, ella es todo lo opuesto al bien común, sus objetivos son individualistas y egoístas, y por tanto necesitamos influenciar en las conciencias para que la humanidad vea el peligro en su verdadera magnitud, y en consecuencia actúe para lograr el bienestar mundial.
• La convivencia, valor que se basa en la organización de la vida de los humanos enfunción del bienestar común, como ser social que es. La convivencia hace evolucionar al colectivo, se refleja en todos los niveles, y para nuestra supervivencia es necesario comprender la necesidad de lograr una convivencia universal estable. En esa dirección hay que encauzar los esfuerzos para conseguir que, respetando las diferencias entre los Estados y su soberanía, las relaciones a escala universal sean cordiales y se sustenten en la búsqueda de soluciones colectivas, constructivas y pacíficas, dando cumplimiento al propósito de la carta de las Naciones Unidas. Pero la convivencia va más allá de las relaciones entre naciones y seres humanos, existe también un nivel de convivencia importante con el medio ambiente; no basta con respetar a los otros pueblos, hay que respetar la naturaleza, a todo lo que nos rodea, al planeta, pues este es un lugar que no pertenece a nadie exclusivamente, es de todos sin excepción y hay que cuidarlo para las generaciones futuras que tienen derecho a sobrevivirnos. La guerra atenta significativamente contra la convivencia real y como valor lo destruye, por eso la guerra es inaceptable para la comunidad internacional.
• Por último, el valor de la paz, que solo puede ser fruto de ejercer una verdadera libertad, con soberanía y disfrutar de toda la justicia. Hoy en día es uno de los valores fundamentales de la humanidad y debemos hacer todo lo posible por fomentarlo con sólidos argumentos, pues es uno de los preceptos que permitirá la supervivencia de la especie humana y la preservación del planeta en que vivimos.
La paz necesita más que la ausencia de la guerra. Para obtener verdadera paz no basta con un equilibrio bastante inestable entre potencias armadas, es imprescindible el desarme total e incondicional del mundo; esto tiene que ser un esfuerzo y una actitud positiva del ser humano en aras de alcanzar una convivencia universal en armonía y evolución constructiva.
Hay que vivir en paz entre los Estados, y entre los seres humanos y el medio ambiente, no podemos seguir destruyéndonos por adueñarnos de fuentes agotables (no renovables) de energía y materias primas. Desterremos las guerras y busquemos con apoyo de la ciencia, la evolución y el empleo de fuentes renovables de energía; y por tanto, el desarrollo universal, dirigido a una convivencia con el bien común como principio y sustentada por una paz verdadera y duradera.
El verdadero camino al futuro tiene que ser el del desarme total e incondicional del mundo; el del empleo de las fuentes renovables de energía; acceso de todos por igual al desarrollo; progreso humano y natural; la ciencia en función de la vida y no de la muerte; el conocimiento y la cultura al alcance del ser humano sin distinción alguna; el destierro de la guerra y el reino de la paz. Un futuro cierto tiene que tener como premisa fundamental preservar y proteger el medio ambiente, y con él, a todos los seres vivos.
* Doctor en Ciencias y Profesor Titular. Miembro fundador
de la Cátedra de Seguridad y Riesgos de Cuba.
e-mail: omc.valdes@gmail.com
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