La comida
nuestra de cada día



Por
Alejandro Montesinos Larrosa*

Riesgos y costos
de los sistemas fotovoltaicos
frente a vientos y huracanes.
 

Después de los festejos de fin de año, los cubanos pudimos hacernos dos preguntas, entre otras tantas, motivadas por el anuncio del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, y por la noticia de que el precio del petróleo cayó en picada (y algunos vaticinan que no aumentará este año):

Pregunta 1. ¿Llegarán, pronto, barcos repletos de manzanas y peras?
Pregunta 2. ¿Podremos mejorar la economía nacional —y doméstica— por los bajos precios del petróleo?

Respuestas posibles:
Respuesta 1. ¿Tendremos, también, carretas de boniatos y piñas?: «Injértese en nuestras repúblicas el mundo —inspiró el preclaro Martí—, pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas».
Respuesta 2. ¿Se acabó el «período especial»?: Nos urge, siempre, aprehender «el sentido del momento histórico».

Desde que James Boswell definió al hombre como un «animal que cocina», adquirió más credibilidad la máxima de Hipócrates: «somos lo que comemos». El refranero popular nos aporta otro vector: «el amor entra por la cocina». Y más reciente, Richard Wrangham afirmó que «somos más cocineros que carnívoros», aunque algunos consuman carne sin esgrimir la espumadera frente a la sartén, u otros ajetreen diariamente con los calderos en los que pocas veces sobresalen productos cárnicos.

Otra arista del friso alimentario indica que tenemos tantos hambrientos como autos ruedan por las autopistas y veredas del mundo. Y en Cuba —singular en muchos ámbitos— no se reportan muertes por hambre, aunque muchos viven con la añoranza de la saciedad.
¿El hombre es el único animal que cocina? Sí. Y es el único que «come sin tener hambre, bebe sin tener sed y habla sin tener nada que decir», según Mark Twain.

Al final, somos «animales culturales» —decimos—, y comemos, es decir, necesitamos y demandamos comida, todos los días; pero alguien debe producir los alimentos que satisfagan las necesidades de quienes escribimos, o enseñamos, o investigamos, o soñamos… ¿Quién realizará esa tarea vital: el Estado, las cooperativas, los campesinos…?: Todos, y cada uno de los actores, en dependencia de las magnitudes, los productos concretos, los presupuestos y las legislaciones, las necesidades y las contingencias, los planes y la seriedad con que se concurre...

Deberíamos ser prósperos y sostenibles, en cuanto a la comida que necesitamos —y otras necesidades—, con toda la justicia posible. Por lo que urge preguntarnos: ¿con cuál energía?; ¿con cuáles «químicos»?; ¿con quién, si la familia no acompaña —beso a beso— a quien produce?; ¿con cuáles presupuestos propiciatorios?; ¿teniendo en consideración cuáles leyes facilitadoras?; ¿hacia cuál utopía?
¡¿Y con cuál energía?!

Los informes, concretamente los aportados por el último Anuario de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información de la República de Cuba, indican que las principales importaciones del país se relacionan con la adquisición de combustibles y alimentos.
Las estadísticas precisan que satisfacemos la mayor parte de nuestras necesidades energéticas a partir del uso de hidrocarburos nacionales o foráneos. En ese proceso la «energía» se «subvenciona». Y ese panorama puede cambiar si se democratiza el uso de las fuentes renovables de energía, con una tendencia hacia la «subvención» de los equipos y tecnologías solares en lugar de la «energía».

Las estadísticas también denotan el escaso «proteccionismo alimentario» que asume el Estado, aunque la producción de alimentos ha sido declarada como asunto de seguridad nacional. En este ambiente deberíamos inclinar la balanza hacia el «subsidio» de la agricultura y los agricultores en lugar de «subsidiar» los alimentos en sí.

Los cubanos nos alimentaremos en la medida que propiciemos, con leyes y presupuestos, la vindicación de los hombres y las mujeres —la familia— que trabajan en el campo, en la pesca, en la industria local…, en todas las dimensiones y contextos.

Todos los productores de alimentos —Estado, cooperativas, campesinos…—, deben participar para garantizar la comida nuestra de cada día; no obstante, algunos ya argumentan que la solución definitiva y dinámica se alcanzará cuando potenciemos los espacios productivos pequeños, con la familia en ellos, desde los presupuestos de la agroecología y la permacultura, y con el uso de las fuentes renovables de energía para producir los alimentos.

En cualquier estrategia o táctica, deberíamos saber —y asumir— que los campesinos cubanos no son una «clase incómoda».
La comida —la cotidiana—, convoca. Sentémonos a la mesa, con el ímpetu hacia la felicidad.

Nota bene 1: El boniato será revindicado (ojalá que muy pronto), por sus virtudes (y desde siempre ha estado en casa).
Nota bene 2: El Sol solo puede taparse con un dedo si el sujeto de la presunción no emite luz propia.

* Escritor y editor. Ingeniero Mecánico y Máster en Periodismo. Director de la Editorial Cubasolar y de la revista Energía y tú.
tel.: (53) 77975179.
e-mail: amonte@cubasolar.cu