Respeto ambiental
Por
Jorge Santamarina Guerra*
De sucesos tristes,
enseñanzas y aliento
Aunque el COMENTARIO pudiera inferir cierta contradicción, no se trata de un engañoso juego de palabras. |
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Es conocimiento plenamen-te documentado que a lo largo de siglos la naturaleza cubana ha sido duramente espoleada, aunque por fortuna sus valores esenciales han logrado pervivir.
Y ello no ha sucedido porque durante tan dilatado tiempo el cubano intemporal haya contribuido racionalmente a ese propósito conservador, sino porque nuestro medio natural, tropical e insular, ha atesorado y continúa atesorando una fortaleza y diversidad biológica excepcionales. Para apreciar tal riqueza acaso sea útil acercarnos a una suerte de contraste, es decir, repasar unas pocas de las pérdidas naturales más significativas que a lo largo del tiempo ha sufrido la biota cubana, algunas de ellas poco conocidas. Además, este repaso triste aborda solamente ciertas especies animales ya desaparecidas o en peligro de desaparecer, ya que abordar ese tema en el universo vegetal cubano, extraordinariamente rico y diverso, demandaría de otro acercamiento muy diferente y dilatado.
Testimonios arqueológicos irrefutables evidencian que en la dieta y el ajuar de nuestros abuelos aborígenes estuvieron presentes los recursos procedentes de la llamada foca antillana (sus carnes, huesos, piel); sin embargo, las últimas noticias de su presencia en el Caribe no rebasan los años medios del siglo xix. En la ciencia prevalecen incertidumbres en cuanto a las causas probables de su extinción, aunque es de suponer que la depredación humana le haya agregado un formidable y hasta entonces desconocido enemigo a esa especie, por demás vulnerable ante sus depredadores naturales. Pero aparte de las posibles conjeturas, el hecho biológico inobjetable es que la foca antillana desapareció para siempre de nuestros mares. Y del mundo todo.
Una suerte de diminuto almiquí, el casi desconocido nesofontes, sufrió de igual suerte adversa. Su población fue numerosísima en toda Cuba, casi una verdadera plaga, pero todo indica que la llegada de ratas, perros y gatos con los conquistadores-colonizadores, y su consiguiente proliferación por todo el país, convirtieron al pequeño insectívoro en un bocadillo apetecible para esos depredadores recién llegados. Las últimas señales de la presencia del nesofontes son también distantes en el tiempo, aunque ciertos indicios apuntan la posibilidad de aún nos acompañara hace relativamente poco tiempo: acaso un siglo y medio atrás. Su primo, el escurridizo almiquí, logró resistir un poco más nuestros embates y todavía hoy sobreviven unas escasas poblaciones relictivas escondidas, aunque ahora muy protegidas, en los parajes más agrestes de las montañas orientales.
El caso del gran desdentado cubano, el formidable Megalocnus rodens cuyo esqueleto conformó Carlos de La Torre con huesos encontrados por él en las excavaciones de Ciego Montero, es un tanto diferente. Evidencias arqueológicas también aseveran que durante siglos –o milenios– ese gigante de nuestra fauna arcaica convivió epocalmente con nuestros aborígenes, pero ya desde esa época sus poblaciones eran escasas, y sobre las posibles causas de su tan temprana desaparición tampoco hay certidumbre científica. Es un cíclope que dejó de acompañarnos cuando los cubanos originarios éramos apenas cazadores recolectores, y ni siquiera todavía proto agricultores.
A pesar de haber sido tenazmente perseguidos, el manatí y el cocodrilo rombífer lograron sobrevivir y todavía nos acompañan, aunque estuvieron muy amenazados de desaparecer también para siempre. El grande, apacible y casi indefenso mamífero marino logró escapar de la persecución en busca de su carne muy apreciada, refugiándose en nuestros parajes costeros aislados y poco frecuentados, mientras que el voluminoso reptil, perseguido sobre todo en procura de su valiosa piel, pudo encontrar su último escondrijo salvador en las casimbas más inaccesibles del humedal de Zapata, donde hoy se multiplica al resguardo de la sociedad y la ciencia que con celo lo protegen. Todo indica que por fortuna, o mejor, por las acciones concretas de protección que Cuba le ha establecido a sus poblaciones, ambos remanentes de nuestra fauna autóctona podrán seguir acompañándonos en los tiempos por venir.
Algunas aves tienen también su espacio en este listado triste. La más bella de todas y únicamente nuestra, el guacamayo cubano, el Ara tricolor, sirvió de aristocrático alimento a los conquistadores y desde entonces fue tenazmente perseguido hasta hacerlo desaparecer. El científico Juan Gundlach nos dejó el regalo invaluable y estremecedor de su descripción a mediados del siglo xix, ya confinada su presencia en los montes de Zapata, y en ese mismo escenario, unas pocas décadas adelante, también refirió el postrer avistamiento de los últimos ejemplares. Desde entonces nuestro desaparecido guacamayo es solo un hermoso fantasma que nos sobrevuela, y nos acusa.
Diminuta y bella flor alada, migratoria como casi todas las de su linaje, la bijirita de Bachman no ha sido vuelta a reportar en Cuba desde hace décadas, y nada se ha podido conjeturar acerca de su existencia, o desaparición, inclusive en las tierras norteñas donde alternaba su vida con la estancia invernal que efectuaba en nuestra isla.
De los años 30 del siglo xx son también los últimos avistamientos reportados del elusivo ruiseñor en Isla de Pinos, aunque por fortuna permanece regalándonos sus trinos insuperables en las montañas del occidente y del oriente de la isla grande. Aunque no hay constancia de ello, es verosímil y hermoso suponer que el joven José Martí aliviara su adolorido y muy sensible espíritu disfrutando, durante su estancia en la finca pinera El Abra al abrigo de un monte pedrero e hirsuto, del regalo que de seguro le prodigaban entonces los ruiseñores. Disfrutar del aura sonora de ese cantor privilegiado de nuestros montes, escondido siempre tras su discreto plumaje enmascarador, es tesoro que no se olvidará jamás.
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Se sabe que el carpintero real fue motivo de veneración por nuestros aborígenes, y sus huesecillos evidencian que vivió en toda Cuba, así como también en el cinturón continental que rodea el Golfo de México. Pero su persecución directa y la desaparición masiva de los bosques en los que vivía, y dentro de ellos, en particular, por la tala selectiva de los grandes árboles que necesitaba ese grande pájaro para anidar y procrear, condujeron a la declinación progresiva de sus poblaciones, hasta hacerlo desaparecer casi por completo. Ya una vez extinto en sus espacios continentales, hay constancia de su pervivencia, aunque muy diezmada, en las montañas cercanas a Moa en la década de los años 50 (siglo xx); después, de su bella e inconfundible figura solo sobrevino el vacío y el silencio. Sin embargo, a mediados de los años 80 la comunidad científica y ecologista se regocijó con la sorpresiva noticia de su redescubrimiento en las montañas guantanameras.
Inmediatas expediciones confirmaron la buena nueva, pero a la par sus integrantes advirtieron que el reducidísimo número de ejemplares sobrevivientes hacía muy improbable la conservación de la especie, debido a su irrecuperable caducidad e insuficiencia genética. Y en efecto, desdichadamente todo indica que aquellos huidizos ejemplares avistados en Cuba en los años 80 fueron también los últimos empecinados que quedaban, en todo el planeta, del bello e inconfundible carpintero real venerado por nuestros aborígenes.
Pero no termina el triste listado. El pequeño y tranquilo gavilán caguarero, comedor estricto de moluscos terrestres y arbóreos, no ha sido visto durante décadas, y ante tan prolongada ausencia algunos estudiosos ya lo incluyen entre los desaparecidos para siempre. Igual sentencia ha sufrido la jutía rata, habitante exclusiva que fuera, en su momento, de los cayos arenosos de San Felipe. De otras jutías cubanas también hay noticias desalentadoras, como es el caso de la singular jutía de Cayo Fragoso, cuyos hábitos curiosamente acuáticos en la urdimbre del manglar donde anida y procrea, nos remedan al castor de Norteamérica. La Gallinuela de Santo Tomás tampoco ha sido vista durante los últimos años, y aunque la comunidad científica aún no valida su desaparición, lo cierto es que junto con la elusiva Ferminia, insuperable diva de la ciénaga, es hoy por hoy uno de los fantasmitas alados que esconden sus vidas por entre el intrincado hierbazal de Zapata.
Este repaso dista mucho de ser exhaustivo, y es triste, sin duda. Pero ante el pesar que tan hondamente nos lastima a los ecologistas de razón y corazón cuando recordamos las vidas que ya no nos acompañan, o que están a punto de desaparecer, el autor prefiere acudir a una sentencia llena de sabiduría que apunta en dirección contraria: del suceso triste seamos capaces de extraer enseñanzas, y de tal forma no habrá motivo para lágrimas, sino aliento para empeños de vida. Y a ello nos convoca el respeto ambiental que, junto con la conciencia energética, promueven Cubasolar y su revista Energía y Tú.
*Ecologista y escritor. Miembro de la Uneac y Cubasolar. Premio David (1975).
Autor de varios libros de cuentos, novelas y artículos.
E-mail: santamarina@cubarte.cult.cu