Pasajes de la Finca Isla


Por
Jorge Santamarina Guerra


Tierra, agua y luz es toda planta. Toda vida. Somos

 

Simiente

La semilla inerte, cual granada con espoleta activada, en la tierra húmeda estalla; la vida que lleva adentro, concentrada, brotará de la cápsula con fuerza descomunal capaz de mover rocas colosales, en dos direcciones opuestas: cual pez ciego la raicería huirá de la luz y penetrará más y más en la quieta y permanente negrura de la tierra; mientras que lo que será la planta visible se erguirá en busca del Sol.
Tierra, agua y luz es toda planta. Toda vida. Somos.


El viejo molino

Su aspecto es de impecable noviciado, pero lo cierto es que el molino de La Finca Isla es muy viejo, sin que nadie pudiera precisarle los años.

Antes de traerlo permanecía inactivo, sin funcionar desde hacía largo tiempo; cuando desarmado en pedazos lo montaron sobre un camión de seguro habrá pensado que su destino habría de ser la chatarra, y que con otros hierros también desechados lo esperaría, al final de ese viaje ya último, el horno humeante y pavoroso de alguna acería. Sin embargo, de súbito y para su grande sorpresa se vio renacer al viento en La Finca Isla, y con bomba nueva con la que sacar fresca agua del pozo a sus pies.

Desde que está aquí varios huracanes lo han sacudido y alguno que otro daño le han ocasionado, pero el molino, tozudo y noble como aquel lancero que dio en combatir a los de su estirpe manchega, continúa girando al viento y sacando agua. Yo no se lo he dicho nunca pero lo quiero más de lo que él habrá de suponer, y es por eso que a veces, en el silencio de la alta madrugada al escucharlo girar me parece como si gimiera. Tal vez ya esté cansado mi viejo molino y al resguardo su pudor con la noche, y solo en esos momentos, se permita sollozar.


La razón

Desde La Finca Isla se divisa a lo lejos la inconfundible aguja de una espigada araucaria. El bello árbol sobresale por encima de todo cuanto lo rodea y me viene a la mente la hermosa leyenda: las araucarias crecen a lo alto y suben y suben hasta que sus altas copas logran ver el mar.

¿Para qué rastrearles entonces otra razón?