Respeto ambiental:
El puma vencedor
Una ejemplarizante anécdota
sobre el Felis concolor de Belice
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Avanzaban los años noventa, y un poco después de nacer nuestro Ministerio de Turismo, de conjunto con dos colegas especialistas realizamos visitas de estudio a empresas y centros de ecoturismo en Costa Rica y Belice, en busca de experiencias que nos sirvieran para desarrollar, diversificar y enriquecer la incipiente oferta turística de Cuba. El tema es interesante y útil, sin duda, pero proseguirlo apartaría a estas líneas de su propósito.
Avanzaban los años noventa, y un poco después de nacer nuestro Ministerio de Turismo, de conjunto con dos colegas especialistas realizamos visitas de estudio a empresas y centros de ecoturismo en Costa Rica y Belice, en busca de experiencias que nos sirvieran para desarrollar, diversificar y enriquecer la incipiente oferta turística de Cuba. El tema es interesante y útil, sin duda, pero proseguirlo apartaría a estas líneas de su propósito. No obstante, con satisfacción podemos afirmar que el resultado de aquellas visitas fue un temprano granito de arena para la gestación de nuestro Turismo de Naturaleza –los eventos anuales de Turnat, desde entonces lo confirman–, aunque reiteramos que este es el relato de un suceso que, siendo también ecologista, apunta en otra dirección.
Para comenzar, mencionaremos el macro escenario. Belice me agradó sobremanera, y en mi recuerdo permanece como un pequeño gran país muy atractivo y singular. En primer lugar, porque desde años atrás aquel antiguo enclave colonial había dejado de ser la Honduras Británica que durante siglos fuera, en rigor, no más que una colonia casi desconocida proveedora de maderas preciosas destinadas a construir navíos imperiales y palacios isabelinos. A la par, el encanto de su gente, cuyas pieles y rostros fusionan los de todas latitudes, a lo que el país agrega la hermosura de su naturaleza prístina, exuberante, desde las cumbres de sus montes henchidos de vidas, hasta el bajío de sus costas arrecifales por igual antillanas y centroamericanas; sin que fuera posible pasar por alto sus ciudades tan caribeñas, su mar como el nuestro, dotado de todos los azules, y su peculiar idioma, sonoro y fascinante ajiaco de lenguas y voces.
Y ahora llegamos al lugar donde sucedió esta breve historia, una instalación ecoturística que visitamos durante nuestro trabajo –ecolodges las llaman, y como eco alojamientos las conocemos–, ubicada dentro de una Reserva Natural. Así en el interior de esas Reservas en Belice las permiten, aunque con estrictas regulaciones en cuanto a sus inversiones, operación y gestión turística; sin embargo, por ley, en Costa Rica, dichas instalaciones solo son permitidas en las afueras de las Reservas. Cercanas a ellas o en sus derredores, pero nunca en su interior.
El ecolodge de esta historia se encuentra en una Reserva Natural de notable belleza escénica, en medio de montañas surcadas por escorrentías bellas y ruidosas, y de inmediato supimos que nuestra llegada coincidía con un motivo de alarma: desde días atrás un puma merodeaba la zona, y por orden del gerente algunos empleados se empeñaban en cazarlo. Con fusiles y a muerte, por supuesto. Y ese hermoso animal, aunque no pudimos verlo, es el personaje.
Los félidos –los felinos del habla común, con los gatos domésticos incluidos– conforman una amplia y diversa familia de mamíferos carnívoros dispersos por todo el mundo, algunos muy populares como los leones, tigres y leopardos, mientras que muchos otros, en cambio, son casi desconocidos fuera del ámbito científico. En las Américas existen doce especies, entre ellas la mayor de todas, el muy perseguido y amenazado jaguar venerado por culturas ancestrales; el ocelote, pintado que parece haber sido por la mano maestra de la naturaleza y único felino silvestre, entre todos, más o menos domesticable, y por supuesto, nuestro personaje, el puma o león americano, el Felis concolor de la ciencia.
Al conocer del asunto, es decir, de la pretendida eliminación del atrevido puma merodeador, les preguntamos a varios vacacionistas, y con franqueza nos respondieron que ninguno de ellos había visto al elusivo visitante nocturno; no obstante, todos dijeron estar vivamente interesados en el destino amenazado del hermoso gato americano; inclusive algunos de ellos, y eso lo comentaron en voz baja, hasta hacían vigilias para tratar de observarlo antes de que los cazadores lograran su propósito exterminador.
La muerte anunciada del puma los preocupaba, y es más, puedo asegurar que los entristecía, al igual que a nosotros desde que la supimos, y fue entonces que me surgió una idea que, de poder llevarse a cabo, tal vez pudiera salvar al bello animal. Mis colegas estuvieron de acuerdo, y me alentaron a intentarla.
El gerente no fue remiso a conversar con nosotros sobre el asunto, y según el plan que ya había concebido le expuse la idea no en términos ecologistas, sino como un negocio. En esencia, que no viera al puma como una amenaza a su ecolodge, como un enemigo perjudicial, sino todo lo contrario: que aprovechara el hábito del animal de merodear el sitio –en particular, por los depósitos de basuras y desechos–, y que hiciera de su posible observación un atractivo comercial que, muy posiblemente, resultaría único en todo el país. En el argot del turismo, el puma pudiera convertirse en un nuevo atributo del lugar, y una vez posesionado como tal, mediante un «manejo» adecuado sería ofrecido como una novedosa oferta.
Debo decir que le noté cierto escepticismo, aunque también algún interés, y por lo pronto, acaso para evidenciarlo acogió mi propuesta de sostener una conversación con los turistas sobre el asunto, para escuchar sus opiniones. En efecto, y rápido, lo hizo durante el almuerzo en nuestra presencia, y el resultado fue que todos los huéspedes se pronunciaron resueltamente a favor de preservar la vida del animal, añadiendo que su observación se incorporara a los atractivos naturales del ecolodge, y por consiguiente a su gestión comercial. Aunque pudiera sonar a autoestima, la verdad es que sus argumentos casi repitieron mis palabras.
Algo sorprendido, aunque con su olfato de especialista en marketing activado, el gerente decidió suspender por el momento el acecho cazador y realizar con el puma un ensayo «operativo» durante varios días; así lo informó en la propia reunión, y debo añadir que lo aplaudieron. Me miró, en busca acaso de complicidad, y su sonrisa me hizo suponer que muy pocas veces, con anterioridad, hubiera sido aplaudido por sus visitantes. En cuanto a nosotros, y a los efectos de este relato con buenos augurios para con el puma atrevido y merodeador, allí en ese momento terminaba el incidente. Al despedirnos esa tarde le vaticiné que para beneficio de todos, y para su negocio en primer lugar, el hermoso animal saldría vencedor de la experiencia.
Algunos años después volví a saber del asunto. Un turoperador beliceño de visita en Cuba confirmó aquella temprana premonición, alimentando también con ello un poquito, lo confieso, mi propia autoestima. Según me dijo, conocía perfectamente el Puma’s ecolodge –así lo mencionó–, y me abundó que, en efecto, la observación del animal y su «cacería» fotográfica –de noche, con luz infrarroja– se habían convertido en motivos de atracción, que pasaron a ser caracterizadores del lugar. Su información confirmaba que como parte que había llegado a ser de aquel producto ecoturístico, el puma valía mucho más estando vivo, y libre en su territorio, que como piel de adorno en alguna pared del propio ecolodge, por donde, según me comentó, durante varios años aquel hermoso león americano continuó merodeando sin ser nuevamente amenazado.
No desconozco que la conclusión de esta breve historia puede resultar obvia, pero aun así decido correr el riesgo de señalarla. En cualesquiera modalidades que practiquen –y son diversas–, los ecoturistas son personas ecológicamente sensibles que disfrutan de la naturaleza, y para eso financian y realizan sus tours; no son cazadores ni gustan de ver cabezas montadas en las paredes, tampoco aplauden el uso de pieles como alfombras y se lastiman al encontrar ensartas de aves silvestres abatidas, sean patos, palomas u otras. En tanto turistas, son practicantes activos del respeto ambiental. Simplemente, y también preciso que muy humanamente, disfrutan de la observación y escucha de la naturaleza –cada paisaje y lugar regala un dibujo único y una música también única–, y en particular de los animales vivos y libres que habitan esos ecosistemas; y si logran fotografiarlos, esas imágenes pasarán a ser trofeos. Cual joyas, premian sus viajes, búsquedas y empeños, y lo más importante e imperecedero, enriquecen sus vidas.
* Ecologista y escritor. Miembro de la Uneac y Cubasolar. Premio David (1975). Autor de varios libros de cuentos, novelas y artículos.
e-mail: santamarina@cubarte.cult.cu