Interacciones

de los ecosistemas

marinos costeros

Por Pedro M. Alcolado (Instituto de Oceanología)

Los arrecifes coralinos mantienen, como regla, una marcada interdependencia con los demás ecosistemas costeros. Ellos constituyen verdaderas barreras protectoras contra el oleaje para muchos manglares, pastos marinos, playas y otros tipos de costas.

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Muchas especies de los arrecifes pasan su vida o etapas haciendo uso (como zonas de refugio, alimentación o reproducción) de algunos de esos ecosistemas y viceversa. De este modo se produce una suerte de intercambio de materia entre ellos. Ejemplo de este intercambio es el de los peces de arrecife que van a alimentarse a otros de los ecosistemas mencionados y, al regresar, defecan en el arrecife, lo que constituye una entrada de materia orgánica importante para la red alimentaria y la productividad local. La materia orgánica también puede llegar a manera de detrito o de plancton (pequeños organismos vivos vegetales y animales suspendidos en el agua) transportada por las corrientes que provienen de los otros ecosistemas costeros.

Los manglares y los pastos marinos retienen sedimentos y suciedades que arrastran las lluvias, manteniendo limpia el agua que llega a los arrecifes, y brindan alimentos a numerosos animales de arrecifes, así como refugio a juveniles de muchos de ellos.

Por otro lado, lo que ocurre en tierra adentro es decisivo para los arrecifes ya que provenientes de ésta van a parar al mar (por medio de los ríos y el escurrimiento) agua dulce, sedimentos, nutrientes, materia orgánica y contaminantes.

Por esto es muy importante proteger la vegetación de las riberas de los ríos, ya que actúan como verdaderos filtros. Generalmente se recomienda conservar no menos de 30 m de ancho de bosques a lo largo de las riberas.

Los pastos marinos están funcional e íntimamente relacionados con los arrecifes y los manglares. Los pastos marinos reciben protección de los manglares cuando estos últimos retienen contaminantes y los sedimentos arrastrados por las aguas de tierra adentro. También reciben de los manglares protección del oleaje en muchos lugares. Además, las hojas descompuestas y desintegradas de los manglares constituyen una importante reserva adicional de nutrientes primarios y materia orgánica para los pastos aledaños.

Al mismo tiempo, estos pastos estabilizan los sedimentos que durante las tormentas, ciclones y huracanes irían a parar en grandes cantidades a las costas cubriendo las raíces de los mangles asfixiándolos.

Ambos ecosistemas poseen especies compartidas que emigran entre uno y otro según sus hábitos diarios o sus ciclos biológicos.

Los pastos marinos retienen los sedimentos impidiendo que éstos afecten a los arrecifes colindantes y sirven de área de alimentación de muchas especies de estos últimos.

También el rico plancton que se desarrolla en los pastos es arrastrado por las corrientes hacia los arrecifes donde parte es consumido por animales filtradores.

También exportan hacia ellos partículas de materia orgánica del fondo suspendidas por el oleaje y arrastradas por las corrientes. A la vez algunos pastos marinos deben su existencia a la protección contra el oleaje que brindan las crestas de arrecifes.

Muchas especies que habitan en los pastos marinos van a desovar a los arrecifes. Ejemplo de éstas son la langosta y algunas especies de pargos. Como se ve, existen relaciones de intercambio de energía y materia, y de protección mutua entre estos tres ecosistemas.

A esto hay que añadir que el consumo de los pastos por parte de peces y otros animales herbívoros que habitan en los arrecifes contribuye al mantenimiento de una alta productividad primaria de las yerbas marinas y, por lo tanto, controlan indirectamente el ciclo de nutrientes del pasto en general.

Una parte importante de los restos de las hojas van a parar a fondos con miles de metros de profundidad, a distancias de cientos de kilómetros del punto de origen, y forman parte de la trama alimentaria de esos predios.

Las playas arenosas son también otro ejemplo de fuerte interacción entre sistemas ecológicos costeros. Éstas deben su existencia, en la mayoría de los casos de Cuba, a la producción de arena a partir de organismos vivos de los pastos marinos y arrecifes (en algunas playas parte de la arena es de origen químico o proviene de la erosión de rocas de tierra adentro). Muchas playas existen gracias a la presencia de crestas de arrecifes que las protegen del oleaje oceánico y permiten la acumulación de arena.

Por el lado de tierra existen las dunas, que realmente son una parte vital de la propia playa. Las dunas garantizan la existencia de ésta al participar en la dinámica de la arena como grandes reservorios y actuar como estructuras disipadoras del oleaje gracias a sus pendientes suaves.

Las dunas también impiden que vayan a parar al mar y a la berma de la playas los sedimentos e impurezas de tierra adentro que pueden ser arrastrados por inundaciones o penetraciones de mar.

Las lagunas que a veces se encuentran detrás de las dunas actúan como trampas de esos sedimentos e impurezas, sobre todo cuando están bordeadas por manglares. El relleno de lagunas con áridos entrañan una gran amenaza para la calidad de las playas y a los arrecifes coralinos.

En eventos meteorológicos extremos el relleno puede ser lavado por fuertes lluvias y penetraciones de mar que arrastran los fangos que lo componen. Eso trae como consecuencia que las arenas se ensucien y que las aguas dejen de ser cristalinas por muy largo tiempo, y que los arrecifes cercanos se deterioren.

Ese riesgo aumenta cada vez más con un incremento constante del nivel del mar (2.9 mm /año en Cuba) y de la frecuencia de ciclones. Por ello el relleno de lagunas es cada vez más contraindicado.

En una estrategia para conservar y explotar los recursos de esos ecosistemas es muy importante tener en cuenta esa gran interacción pues lo que afecta a uno perjudica a los otros.

Esta forma racional de administrar el uso de los recursos naturales se conoce con el nombre de manejo integral de la zona costera. Esta estrategia es recomendada en la Agenda 21 de la Cumbre sobre el Medio Ambiente de Río de Janeiro en 1992.