ritmo.jpg (11051 bytes) por Ileana Vicente

El consumo de energía y el cansancio

en las actividades físicas

no siempre van de la mano

Trabajo y descanso planificado son las dos caras de una misma moneda: la vida en sociedad.

Vemos a un niño correr alrededor nuestro persiguiendo dinosau-rios, tomando presos a delincuentes, ensartando canastas en el mundial de básquet; pero a veces, cuando lo levantamos de la cama para ir a la escuela, nos dice que está cansado.

Los adolescentes van a la playa (¿cuántos kilómetros en bicicleta?), regresan y organizan al grupo para ir a la discoteca pero..., si los mandamos a buscar el pan o a botar la basura, se acuerdan que están cansados.

¿Por qué nos cansa

el trabajo?

Esperamos el sábado, las vacaciones y entonces decidimos limpiar las ventanas, pintar el techo, hacer aerobic, salir a visitar amistades, ir a la playa.

Hacemos todas estas actividades, pero lo que en verdad nos cansa es cocinar, lavar o barrer.

Si sacáramos un cálculo energético sabríamos que barrer consume sólo unas 50 cal/h; lavar requiere un poco más y, si sumamos todo el trabajo de mantener un apartamento mediano de 8 a 10 h al día apenas lograríamos llegar a las 1 000 calorías al día (¿será por ello que muchas amas de casa tienden a engordar?).

Esta es una cantidad mucho menor a la gastada en la playa con el agua al cuello tratando de mantenernos en pie; pero es cierto, yo también prefiero lo último y eso no me cansa.

Por contraste, a nuestro alrededor surgen seres excepcionales que permanecen en sus puestos en tiendas, oficinas u otros hasta altas horas de la noche; o se levantan de madrugada para emprender un largo viaje en bicicleta hasta la fábrica.

Son quienes al llegar a la edad de la jubilación temen que alguien se los recuerde, siempre tienen un pretexto para continuar: un retiro mayor, enseñar a los que entraron nuevos, el jefe les habló de lo necesarios que son..., se aferran al trabajo como una tabla de salvación.

Al analizar los casos particulares veremos la influencia de múltiples factores, entre los que intentan permanecer inamovibles en su puesto de trabajo muchas veces se presentan familias desunidas o ausencia de ellas, sin considerar además que, ir diariamente a buscar el pan o el periódico, también puede ser agotador.

Pero no es menos cierto que cuando hacemos las actividades al compás de nuestros deseos las capacidades se multiplican y, mientras unos rezongan cuando suena el despertador, otros abren los ojos con el primer rayo de luz.

Esta diferencia entre las disposiciones de cada uno ante las actividades cotidianas características de la vida en sociedad, ha sido condensada en una frase popular especialmente para los más activos:

"¡Qué va, no hay quién le siga el paso!"

Y por supuesto, es una analogía del bailador moviéndose a un ritmo diferente al percibido por nosotros. ¡Ahí está la clave! en el ritmo.

Cada cual tiene sus propios períodos de actividad y descanso; asimilación y rechazo; euforia y depresión. Es decir, sus ritmos físicos, emocionales e intelectuales; pero no es tan sencillo como eso. No basta aplicar las fórmulas del biorritmo para decidir si hoy iré a la playa, leeré un libro o me bañaré con agua fría.

Nuestro cuerpo está formado con una amalgama de sales, compuestos orgánicos, gases y 95 % de esa sustancia especial llamada agua, una molécula bipolar de singulares características, cuyas propiedades físicas cambian de manera espectacular de acuerdo con los sólidos disueltos; decididamente no hay comparación entre una gota de sangre y una lágrima.

Esta masa organizada tiene numerosas influencias de carácter rítmico: la periodicidad del día y de la noche; las mareas; la rotación alrededor del Sol y las estaciones del año son las más evidentes, pero existen otras más sutiles que ejercen su acción a veces con mayor intensidad.

Como ejemplo, tenemos los períodos de calma y actividad del Sol. Sin descartar los campos electromagnéticos de cables y equipos eléctricos (60 ciclos por segundo), ni la influencia de emisiones de rayos catódicos (pantalla del televisor) o de ondas hertzianas (radio) u otras. Somos un cuerpo relativamente frágil sometido a vibraciones en todos los sentidos.

No todo está perdido, de ese sin número de influencias (no descartar las que aún no conocemos) surge una resultante, una fuerza periódica resultante para nuestra individualidad. Un ritmo predominante al cual, si ajustamos el paso, podremos desarrollar nuestras potencialidades.

Somos además un grupo que baila la misma coreografía. Busquemos en nuestro interior cuándo nos sentimos mejor, cuándo asimilamos más, cuándo podemos hacer más actividades.

Estudiemos la naturaleza y ajustémonos a ella, al apartamento más alejado, del edificio más alto siempre llegará un gorrión.

Si el suyo es un ciclo de jardinero, no intente ser chofer o pasará su vida cansado.